Guante Esmeralda

Introducción

Meredith White llevaba una vida muy movida junto a su hermana, puesto que se encargaban de trabajar la mitad del año para poder viajar cómodamente el resto. De ésta forma, no pudieron evitar conocer mil y un historias, folklores, música...

Y gente, sobre todo gente.

Ésto era muy agradable para Meredith, una mujer fuertemente arraigada a la idea de que el ser humano era un ser social, así que lógicamente las mejores formas de hacer las cosas eran, bueno, hablando con los demás.

Lamentablemente, Lilian era más hábil que su hermana mayor para el trabajo usual, el sedentarismo... Aunque es verdad que había acompañado a Meredith el suficiente tiempo como para decirse a sí misma: pues, sí, es que así vivimos y así es como nos gusta pasarla, ¿Sabes? 

Pero, de todas maneras, por alguna razón... Meredith solía sentirse mil veces más llena que Lilian con su vida, era la verdad.

Meredith tenía un carácter libre, soñador, fuerte, y que podría sumir a quien ella quisiera a la locura. Destacaba en ropas y en maquillaje, era brillante, literalmente. Ella era brillante.

Lilian era una persona más del tipo blanco, del tipo lienzo. Podías imaginar mil cosas en base a lo básico de su estilo, de su minimalismo, de su practicidad. De su organización. Ella brillaba porque era una persona extremadamente... bueno, blanca. Un lienzo que llamaba la atención porque le dabas tú la historia.

Y de ésto se dio cuenta en dos segundos, o menos, la mujer bajita de aquel stand en las calles. Allí, frente a un parque de diversiones donde estaban pasando.

Meredith usaba una chaqueta fluorescente y viva, fuerte, indiscutiblemente... aventurera. Lo que hizo que ésta brujita se dejara llevar por su precioso estilo, y comenzó a analizar lo que veía en ellas.

Pero, sobre todo, lo que sentía en ellas. En las dos.

Frunció el ceño por un momento, pero tuvo que sonreír automáticamente una vez ambas llegaron a su puesto.

Claro que arrastrada por la de la chaqueta fluorescente, si no, estaba segura de que Lilian no hubiese querido estar allí. Aunque sonreía.

Ampliamente.

Una sonrisa sincera en el momento.

La pobre bruja sintió la calamidad llegar ante su despacho, en el futuro de las pobres.

—¿Puedo ayudar en algo?

—Depende— exclamó la de la chaqueta graciosa— Si puedes ver auras y sentir esas cosas geniales, sí.

De la pobre, mejor dicho. Veía traición, veía incertidumbre, veía falta de respuestas.

—Bueno, es... veo muchas dudas a futuro, sinceramente— espetó vagamente. Mirando sutilmente el pequeño tarro de propinas del que disponía en su mesita. Meredith sonrió y depositó un billete en él.

—¿Puede ser más exacta?

La bruja soltó una risa entre dientes, una risa que culminó y acabó con el pobre sentimiento de pena. El billete era grande. No iba a quejarse por eso.

—Pues, bueno. De verdad que veo dudas en tí, querida. Pero veo que tienes fuerza y vocación, además de una forma de ser... única. Increíble fuerza. Cuando te enamores y no sepas qué hacer con ese hombre, pues...

Meredith soltó una carcajada abierta.

—Lo siento, no me gustan los hombres.

La bruja sonrió con amplitud, alzando la frente con altivez.

—Ya, es que no es cualquiera.

—Todos son cualquiera si los mira detenidamente, señorita.

La bruja volvió a reír con un ánimo aún más alegre que el de antes.

—¡Claro que sí! Pero mira, no es un hombre... igual al resto de los humanos— juntó las cartas que tenía en la mesa, además de entregarle a Meredith una carta, sin verla— La muerte. Vaya.

Meredith alzó una ceja.

—¿Cómo ha...?

—No lo sé, soy bruja, hacemos esas cosas a veces. Acostúmbrate— dejó el mazo sobre la mesa, aunque lo acariciaba con los dedos— Debes saber que esa muerte no es literal, te estoy hablando de amor. De un amor bello... hasta cierto punto. Vas a estar bien mientras tengas la guía.

Meredith frunció el ceño con confusión, pensando en que realmente nunca había pensado románticamente en un hombre... Así que vendría un varoncito a perturbarla porque sí, vaya.

La bruja sostuvo el mazo por última vez antes de colocarlo frente a Meredith.

—Son tuyas. 

—¿Qué?

—Claro, cariño. La muerte a veces es un despertar espiritual, quizás esa carta te guíe pero... necesitarás el resto. Quédatelo.




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