Al terminar una tediosa jornada laboral, el cocinero Silvain Durand salió del restaurante en busca de un taxi para ir de regreso a casa. Esperó por un par de minutos hasta que finalmente, pudo tomar uno.
En el camino, el cocinero miraba el cielo nocturno y se preguntaba a sí mismo por el motivo de su existencia. De pronto, el taxista le preguntó si creía que había vida más allá de las estrellas.
—¿Usted lo cree? —Cuestionó Silvain.
—Dirá usted que estoy loco, pero contaba mi abuelo que en su primer año como agente de policía, él y sus compañeros presenciaron una pelea entre seres que aparentemente eran humanos, pero en realidad no lo eran. Entre ellos estaba una bella joven llamada Dione Leblane y el criminal más buscado de ese tiempo, Constantin Dubois.
—¿Se refiere a Dione Leblane, la periodista que asesinaron y luego apareció viva por arte de magia? —Preguntó Silvain mientras fruncía el ceño.
—¡Ella misma! —Exclamó el taxista —¿Conoce la historia?
—¡Por supuesto! Dicen que su cuerpo desapareció, pero las cámaras la registraron caminando por la morgue hasta llegar con un extraño sujeto.
—¡Así es! Todo ocurrió cuando el clan Dubois se apoderó de la ciudad.
—Debió ser difícil para los habitantes —Comentó Silvain mientras sacaba su billetera.
El taxista lo reparó —¿Sabe, joven? Usted es parecido al hombre del video. Si lo ve, se sorprenderá.
Silvain miró al taxista diciendo —¡No lo creo! —Le entregó el dinero y bajó del auto —Pero ha despertado mi curiosidad —Agradeció al taxista por su amabilidad y cerró la puerta del vehículo.
Cuando el taxi aceleró, Silvain ingresó al edificio en que vivía y subió hasta llegar al cuarto piso. El cocinero vivía completamente solo y como ya eran las ocho y treinta de la noche, aprovechó para encargar algo de comer; no quiso cocinar esa vez ya que lo había hecho durante todo el día.
El pedido no tardó en llegar, una hamburguesa y una botella de soda fue su cena esa noche. Mientras abría la bolsa, Silvain recordó las palabras del taxista, así que tomó la computadora y comenzó a buscar hechos curiosos ocurridos en París cien años atrás.
Su historial de búsqueda se resumía en Dione Leblane, Constantin Dubois y un misterioso meteorito que impactó una noche de 2018 a las afueras de la ciudad.
Finalmente, encontró el registro de la morgue y pudo notar que la mujer efectivamente abandonó el lugar encontrándose con un extraño sujeto a las afueras del edificio. Silvain pausó el video y pudo constatar que el taxista tenía razón.
—Necesito una respuesta lógica — Balbuceó —Jamás conocí a mis padres y este hombre es demasiado parecido a mí ¿Seré descendiente de él? —Dejó la computadora y encendió la tele, pero al terminar de comer, Silvain quedó profundamente dormido en el sillón en menos de lo que canta un gallo.
Esa misma noche, el cocinero soñó con el planeta Saturno, en donde él y un grupo de personas habitaban y custodiaban el lugar.
A la mañana siguiente, a eso de las seis, el joven cocinero se despertó y se dio cuenta de que su cuerpo flotaba a una altura aproximada de cincuenta centímetros del enorme sillón. Debido a su brusca reacción, Silvain cayó de golpe sobre este rebotando hasta estrellarse contra el piso. A partir de entonces, extraños sucesos le ocurrieron al parisino de treinta años, o al menos esa era la edad que tenía en la Tierra.
Luego de quedar en shock por lo que recién experimentaba, Silvain corrió hasta el baño, se dio una ducha y más tarde salió a comprar comida intentando no pensar en aquello.
De camino al supermercado, alguien lo seguía. En ocasiones Silvain se detenía para mirar atrás, pues podía sentir que lo perseguían y eso lo hacía sentir incómodo. “Nada sospechoso”, pensó al ver que los transeúntes actuaban naturalmente.
Receloso, Silvain siguió su camino apretando el paso rápidamente hasta llegar al supermercado. Al terminar sus compras, el cocinero tomó un taxi y regresó a casa; guardó los víveres en el refrigerador y la despensa, se sirvió café y caminó a la sala en donde se echó en el sillón a ver la televisión.
Mientras buscaba algo para entretenerse, Silvain recibió una llamada de André, uno de sus compañeros de trabajo y mejor amigo.
André tenía planeado caminar con un grupo de personas cerca de la torre y pensó en invitar a Silvain.
—¿Caminar? ¡Claro! Suena genial, ahora mismo estoy aburrido en casa porque no tengo nada que hacer. —se levantó del sillón y fue por su chaqueta —dime en dónde estás.
—Estoy justo debajo de la torre Eiffel, aquí te espero —contestó André.
—¡D’accord! —Silvain tomó sus cosas; un pequeño morral cargado con su billetera, teléfono celular, llaves, algo de comida y dos botellas de agua —quizá hoy tenga suerte de conocer a mi media naranja.
El guardián salió del edificio, cruzó la calle y caminó casi un kilómetro hasta llegar al punto de encuentro. André se acercó a Silvain para luego presentarlo al resto del grupo, estaba ansioso por que Silvain socializara con los demás, así no estaría solo tanto tiempo.
Mientras el guardián interactuaba con aquellos que lo acompañaban, Dione, desde la distancia lo observaba detenidamente. En ocasiones Silvain volteaba a verla, pues se había percatado de la presencia de aquella extraña mujer ensombrerada que lo seguía desde su infancia.