Guardián: el renacimiento de Saturno

Capítulo 6

Al día siguiente, Silvain salió a trabajar. Sus compañeros quedaron asombrados al ver que el cocinero estaba completamente sano. Silvain aparentaba no haber enfermado por mucho tiempo, cosa que muchos en el restaurante no podían comprender. 

El joven ignoró a los demás y comenzó a cumplir con su deber, pero en ocasiones se sentía realmente incómodo ante la mirada de todos al interior de aquella cocina. De pronto, Silvain volteó sorprendiendo a los demás y preguntó 

—Il y a un problème?

Absolutamente todos, incluído el chef,  dejaron de ver a Silvain y continuaron con sus labores. La actitud del cocinero comenzaba a cambiar y sin percatarse de ello, sus poderes comenzaron a manifestarse con mayor frecuencia. Silvain Durand, estaba volviendo a ser el de antes; con esa actitud fría y distante, de carácter fuerte. Comenzaba a comportarse como todo un guardián treociano. 

En ese momento, André se acercó a su amigo y le preguntó 

—Silvain ¿Estás bien? 

—Me siento de maravilla, pero me incomoda que me miren como si fuera un fantasma —comentó Silvain mientras pelaba algunos tubérculos para la sopa del día —¿Qué diablos les pasa a todos ustedes?

André apretó sus labios, como si aquello que dijo Silvain le causara pena. Pensativo, André buscaba en el techo de la cocina por alguna excusa invivible flotando por el aire. —Verás… Eh… bueno… 

—Deja de tartamudear, pareces un idiota. —comentó Silvain algo irritado. 

—Es que nos sorprende que esté completamente sano, eso sin mencionar que tu comportamiento es algo diferente. —comentó André. 

—Conneries! —exclamó Silvain —Soy el mismo de siempre. Ustedes están delirando, tal vez. 

André se alejó de Silvain y fue con Xavier, quien era el encargado de los postres. 

—¡Pss! Xavier ¿Te fijaste en cómo se comporta Durand hoy? 

Xavier, quien estaba concentrado en la decoración del Paris-Brest, no escuchó con atención lo que dijo su compañero. —¿La qué del qué? 

—¿Cuál qué del qué? ¡Idiota! Te hablo de la actitud de Durand el día de hoy. —comentó André. 

—Espera un momento, André. Quiero que pruebes este Praliné y me des una opinión sobre su sabor. —Demandó Xavier —Y… sobre el comportamiento de Durand, Sí, lo noto un tanto extraño. 

—Conozco a Silvain, es mi amigo y siento que hoy es otra persona. —comentó André mientras miraba a Silvain preparar la sopa. 

Una vez más, Durand los sorprendió, pero esta vez sin voltear la mirada —¡Dejen de mirarme, putain merde! 

Al escuchar a Silvain decir aquello, Xavier y André se miraron mutuamente y en voz baja, dijeron al unísono —¿Cómo lo supo? 

Media hora más tarde, a eso de las nueve de la noche, Silvain salió a tomar aire fresco en la parte trasera del restaurante. En aquel solitario y silencioso rincón, el cocinero miró al cielo y vio una luz blanca que permanecía inmóvil a unos diez o doce metros de altura. Lentamente se puso de pie y se dejó llevar de aquella luz, que parecía hablarle o al menos eso sentía Silvain. Sin darse cuenta, el guardián recorrió el patio del restaurante, de un extremo a otro como si se encontrara bajo un hechizo. Estupefacto, el cocinero veía fijamente aquel extraño objeto intentando averiguar qué era. 

De pronto, Silvain escuchó a monsieur Cordier llamándolo en repetidas ocasiones, pero lo ignoraba. Es aquí donde las cosas comienzan a cambiar. Monsieur Cordier, enojado, se acercó a Silvain y le dió un palmetazo en la cabeza provocando que el cocinero reaccionara. El chef principal retrocedió unos cuantos pasos despavorido al ver que los ojos de Silvain brillaban. 

—Tus ojos —comentó el chef —tienes los ojos dorados. 

Silvain permanecía inmóvil, mirando fijamente a su superior quien temblaba sobremanera. Los demás cocineros presenciaban aquel extraño suceso desde el interior de la cocina, amontonados en la ventana y otros en la puerta. El temor dominaba aquel rincón del restaurante, que recién cerraba sus puertas al público esa noche. 

Xavier corrió hasta acercarse a su jefe y lo ayudó a moverse hasta acercarse al grupo. André por su parte, temblaba de miedo al ver que su mejor amigo ya no era el mismo, temía por su vida y al mismo tiempo quería saber qué había pasado con Silvain. 

—André… André… —llamaba Silvain con la voz entrecortada —no me siento bien. 

André se negaba a acercarse a Silvain y prefirió ocultarse al interior del restaurante. Los demás cocineros optaron por hacer lo mismo, ya que pensaban que Durand podía asesinarlos esa noche. 

Silvain no tenía intenciones de arrebatarles la vida, ya que esa no era su naturaleza. El guardián no pronunció una sola palabra, solo entró por sus cosas y sin más, se marchó a casa. 

Al salir del restaurante, Silvain caminó unas cuantas calles esperando encontrar un taxi a esa hora para regresar a casa, pero por desgracia o la buena suerte de Durand, justo esa noche amenazante de lluvia, no pasó un solo taxi. 

—¡Putain merde! —refunfuñó —creo que tendré que caminar. 

Sin darse cuenta de que sus compañeros lo observaban desde el restaurante, Silvain siguió su camino hasta perderse de vista. El cocinero dobló por una esquina y caminó en dirección al arco del triunfo. 




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