Guardián: el renacimiento de Saturno

capítulo 7

A altas horas de la madrugada, Dione y Orestes llevaron a Silvain a los Alpes. Allí había una pequeña cueva hecha por algunos guardianes durante su exilio. En aquel desolado e inhóspito lugar, Ermor jamás encontraría a Silvain. 

—Regresaré a Caenus por ayuda, mientras tanto tú te quedarás aquí cuidando de tu esposo.  —Comentó Orestes y rápidamente partió a su planeta en busca de su ejército. 

Silvain estaba confundido y asombrado por la apariencia del extraño sujeto que sin saberlo o recordarlo, era su primo. 

—¿Quién es él? —preguntó. 

Dione observó a silvain y respondió a su pregunta —Orestes; la esencia de Orión hecha carne, leyenda viviente y príncipe de Caenus. Él es tu primo. 

—¿Caenus? ¿Dónde queda ese lugar? 

—Es un planeta que orbita una de las estrellas del cinturón de Orión. Caenus es un lugar muy extraño, su estilo de vida es como de la era medieval, pero con tecnología ultra avanzada. —explicó la mujer —Si logras identificar la estrella Alnitak podrás ver la ubicación exacta de ese planeta. Tu madre y el padre de Orestes eran hermanos.  

Silvain comenzaba a entender un poco más la situación y gracias a ello le estaba encontrando sentido al origen de sus poderes.Sin embargo le preguntó a Dione —¿Es por eso que no soy como los demás humanos? 

—Nosotros no somos humanos, Silvain —comentó Dione —especialmente tú. ¿Te has preguntado por qué tus ojos brillan algunas veces o por qué flotas en la cama o el sillón que está en tu sala? 

Silvain guardaba silencio. 

Dione le comentó que él era la esencia de Saturno, por eso todo en su vida o los objetos de su infancia tenían relación con ese planeta. 

Minutos de silencio dominaron aquel lugar. Dione se ubicó en la entrada a contemplar la bóveda celeste con el deseo de regresar a casa. De pronto, Silvain se levantó y se ubicó detrás de ella, sabiendo que se trataba de aquella reportera. El cocinero tragó en seco y finalmente se armó de valor para preguntarle a la guardiana 

—Dione ¿Tú quién eres realmente? 

La mujer volteó a mirarlo y con mucha ternura respondió —Soy tu esposa, Silvain. —dijo mientras le mostraba aquel brazalete que tiempo atrás él le había obsequiado —esto me lo diste tú como símbolo de nuestra unión.

Silvain miraba a Dione con ternura y al igual que con Claudine, comenzó a sentir una energía familiar. El cocinero pensó que tal vez nada de lo que le estaba ocurriendo era una simple fantasía, y que ya era hora de volver a casa. 

Durand regresó al rincón en el que estaba y allí permaneció mirando a Dione, mientras que ella solo observaba las estrellas esperanzada en que Orestes regresaría con su ejército para enfrentarse a Ermor. 

—¿De quién nos escondemos exactamente? —preguntó Silvain. 

Dione permaneció en silencio y frotaba sus manos, llena de nervios, peleaba consigo misma en su interior. Quería responder a la pregunta de Saturno, pero al mismo tiempo no quería. 

—Dione, te hice una pregunta. —Silvain comenzó a impacientarse.

—Ermor el terrible. Un ser malvado que destruye todo a su paso. 

Silvain respiró profundo e inclinó su cabeza, luego preguntó —¿Por qué no puedo recordar nada? 

Dione se acercó al guardián y con ternura acarició su rostro diciendo —Te diré lo mismo que me dijiste una vez hace mucho tiempo —comentó entre sollozos —Debes cerrar un ciclo para cumplir tu misión antes de volver a casa. 

—¿Ciclo? ¿Qué ciclo? —cuestionó Silvain confundido. 

A lo que Dione contestó sonriendo —¡Qué curioso! Yo te hice exactamente la misma pregunta aquella vez. 

El Cocinero ya no quería seguir tocando el tema, por lo que prefirió dormir. Esa noche, Silvain soñó que se encontraba con Dione en un extraño lugar, aquel mismo jardín japonés que la periodista solía ver en sus sueños antes de recuperar su vida. Además, veía al planeta Saturno en el cielo, y él portaba un sombrero como si hiciera referencia a los anillos de aquel planeta. 

Mientras tanto, Dione permaneció despierta toda la noche vigilando la cueva en caso de que Ermor o cualquier amenaza arremetiera contra ellos en el lugar. 

—Date prisa, Orestes —susurró la mujer mientras entrelazaba sus dedos y miraba la bóveda celeste. 

Al mismo tiempo que Silvain dormía, Orestes viajaba a toda prisa hacia su palacio para reunir a su ejército y derrotar a Ermor. 

Agitado, el príncipe llegó a su hogar y mandó a llamar a su hermana y al resto de personas de su confianza. Todos ellos se reunieron en una pequeña sala del palacio para hablar al respecto. 

Hatysa, quien ya sabía lo que iba a pasar, le comentó a Orestes que Silvain iba a regresar muy pronto. Así que debían viajar a la Tierra lo antes posible para al menos proteger a la humanidad y llevar la pelea lejos de los humanos, al igual que cuando enfrentaron al ejército de Assane. 

—¿Qué hay de los secuaces de Ermor? —preguntó Tora —Esos malditos demonios pueden destruir a toda esa raza, lo cual no es justo. 

—¿Te refieres a Noslen y Raider? —preguntó Tinia —Si Ermor está en la Tierra, ten por seguro de que ellos también. 




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