Guardián: el renacimiento de Saturno

Capítulo 8

Silvain y Dione huyeron de los soldados de Ermor. Ambos guardianes se escabulleron entre los árboles hasta que lograron regresar a la ciudad. 

Cansados por su apresurada marcha, ambos llegaron hasta el antiguo edificio en el que Dione vivía junto a su amiga Marjolaine. 

—¿Un edificio abandonado? ¿Es broma? —preguntó Silvain 

—Si vamos a tu apartamento, seguramente nos encontrarán.—manifestó Dione y continuó diciendo— Aquella joven que se te insinuaba está del lado de nuestro enemigo y ya se que no recuerdas nada, pero Ermor es el ser más maldito de toda nuestra raza. —Luego añadió —Además, yo viví aquí en el 2018. En ese entonces tú eras mi guardián y yo la chica de la memoria bloqueada. No nos buscarán aquí.

Silvain observaba detalladamente las paredes del lugar, sentía que había estado al interior de aquel edificio alguna vez —me parece familiar.

—Tu me le jures? —preguntó Dione sarcásticamente. 

Silvain seguía a la mujer. Ambos subieron por las escaleras hasta llegar al tercer piso en busca del apartamento en donde vivió Dione hace ya mucho tiempo.

—Ici! Bienvenue, monsieur Durand! 

Silvain seguía observando con detalles las paredes del lugar, pero al ver lo que alguna vez fue la habitación de Dione, sintió un fuerte dolor de cabeza y un montón de imágenes invadieron su mente, como si se tratase de sus recuerdos intentando desbloquearse.

—Silvain ¿Estás bien? —cuestionó la guardiana quien comenzaba a preocuparse por el cocinero. 

—No soporto este maldito dolor —respondió Silvain entre dientes mientras que de sus manos comenzaba a brotar un haz de luz de color dorado —¿Qué ocurre conmigo? 

Dione no tenía idea de lo que podía estar pasando, lo único que hizo fue abrazarlo y llorar en silencio. La mujer no tuvo otra opción. 

Silvain cerró sus ojos e intentó calmarse ignorando el dolor. De pronto, abrió sus ojos nuevamente y a través de la ventana vio algo sobrevolar las calles de París aquella madrugada. Un terrible ser oscuro de apariencia demoníaca volaba lentamente como si buscara algo. 

—Merde! Qu'est-ce que c'est? —balbuceó.

Dione llevó su mirada y vio a Ermor afuera mirando al edificio de enfrente —¡Por los anillos de Saturno! ¡Es Ermor! Rápido, hay que ocultarnos. 

Ambos se acostaron en el piso mientras Ermor miraba al interior del lugar. Al ver que allí tampoco había nadie, el terrible, siguió su curso. 

—¿Eso es un esqueleto con armadura? —preguntó Silvain.

—Sí, esa es su verdadera forma. —contestó la mujer —solías derrotar a sus soldados junto a Orestes, tu primo oriónido. 

Silvain tragó en seco, su corazón latía como nunca y su cuerpo no paraba de temblar ante el horror que sintió al ver aquella cosa extraña que parecía salir de una película de terror. 

—¿Crees que sea seguro aquí? —preguntó Silvain —Propongo movernos hasta el metro y pasar allí el resto de la noche. 

—Si Ermor nos ve y te asesina, será el fin de todo. Destruirá al planeta y luego irá por los nuestros en Saturno ¿Quieres eso? 

—¡No! —contestó el cocinero un tanto confundido.

Dione comentó que pasarían la noche en el viejo edificio, y al salir el primer rayo de Sol, se moverían hasta el apartamento de Silvain para recoger sus pertenencias celestiales. 

—¿Eso de qué servirá? —preguntó el guardián tajantemente.

—Ya lo sabrás cuando recuperes tu memoria, Silvain. Por ahora, solo limítate a acatar mis órdenes. —demandó Dione. 

Ambos guardianes partieron al departamento de Silvain en busca de sus pertenencias. Pero al llegar al lugar, encontraron el hogar del cocinero hecho un completo desastre. 

—¡Maldición! ¿Qué pasó aquí? —preguntó Dione. 

—Quiero aclararte que este desorden no hace parte de mi diario vivir ¿Has entendido? 

Dione miró a Silvain —estuvieron aquí, y más vale que no hayan encontrado tus cosas. 

Silvain caminó directo a su habitación y sacó una caja metálica que ocultaba debajo de su cama con dinero y las cosas que Dione dejó en su cuna cuando nació. El cocinero estaba muy seguro de que sus cosas permanecían en el mismo lugar.

—Aquí están —manifestó —ahora, ¿Puedes decirme en qué nos puede ayudar esto? Solo son cachivaches. 

—¿Cachivaches? ¿Escuché bien? —expresó Dione un poco molesta —¡Con un demonio, Silvain! —toma una piedra de color púrpura —Con esto volveremos a casa. 

Silvain, quien a pesar de haber vivido ciertas situaciones que explican su origen, seguía sin comprender de qué hablaba Dione. El cocinero observaba la roca y no dijo absolutamente nada. Solo tomó el dinero que conservaba en la caja mientras que la mujer guardaba las cosas en la pequeña bolsa de color rojo. 

—¡Vamos! —demandó la guardiana —antes de que nos encuentren aquí. 

—Déjame tomar el resto del dinero —habló Silvain. 

Dione comentó —Eso no nos servirá de nada. Vamos rápido o seremos historia. 




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