Guardián: el renacimiento de Saturno

Capítulo 9

Al llegar al orfanato, los guardianes buscaron a madame Simon quien estaba en la biblioteca ordenando algunas enciclopedias. Silvain se acercó a la mujer y la abrazó tan fuerte que a la anciana le pareció bastante extraña la actitud de Durand en ese momento. 

La mujer miró a Dione y frunció el ceño, entonces, la guardiana le pidió a Silvain dejarlas solas un par de minutos. La saturniana le explicó a madame Simon que el cocinero ya estaba a pocas horas de cerrar su ciclo para volver a ser quien era antes. 

Madame Simon sintió algo de inquietud a pesar de saber que Silvain no perdería la vida. Sin embargo, saber que de igual forma el cocinero sufriría, le causaba una terrible sensación de angustia. 

Pasados los minutos, la anciana regresó con el joven a quien ella había cuidado por muchos años. Le dio un beso en la mejilla y acarició su rostro como cualquier madre acaricia el rostro de su hijo. 

—Serás un gran líder, mi pequeño Silvain. —comentó madame Simon. 

Silvain sonrió tiernamente y besó la frente de su cuidadora. Agradeció por la crianza y sus sacrificios y le dijo que pronto regresaría a visitarla. 

Madame Simon le hizo entrega del último objeto de valor a Silvain. Para ello, se dirigieron a la oficina de la mujer y esta le entregó un sombrero de ala ancha similar al de Dione. 

—No puedes ser Saturno sin algo que te identifique como tal. —le puso el sombrero — aquí están tus anillos. 

Silvain sintió una fuerte conexión con aquel sombrero negro. Sus ojos nuevamente tomaban un tono entre amarillo y dorado y de sus manos  brotaba un tenue haz de luz del mismo color. El guardián miraba sus manos diciendo 

—¿Qué está pasándome? 

Madame Simon y Dione miraron y no pronunciaron una palabra, solo pensaban en los acontecimientos que estaban por suceder en las próximas horas. 

Silvain miraba con recelo a las mujeres, sabía que ambas ocultaban algo. —¿Qué ocurre? ¿Por qué esas caras largas?

—No es nada —dijo madame Simon y se acercó al guardián —serás alguien fuerte, te harás más sabio y serás un buen líder. 

Poco después, los guardianes salieron del orfanato y se refugiaron en el antiguo edificio en el que solía vivir Dione. Allí permanecieron hasta la noche, para salir y ocultarse en otro lugar. 

—¿Hay algo que deba saber?—insistía Silvain colmando la paciencia de Dione. 

—¿Por qué la pregunta? —cuestionó Dione.

A lo que Silvain respondió —Tú y madame Simon tenían las caras largas como si algo les preocupara. Ambas saben algo y me lo están ocultando. 

—No estamos ocultando nada, Silvain —habló Dione con firmeza —solo son suposiciones tuyas y ya.

Aunque se trataba de la vida del guardián, la mujer no podía decir nada. Sin importar que aquello era de vital importancia para que Silvain recuperara la memoria, Dione debía permanecer firme y ocultar la verdad. 

En el fondo, la guardiana quería gritar, pues sabía que Silvain iba a sufrir a pesar de ser por poco tiempo. Pero, aquel sufrimiento era parte de la maldición que alguna vez, cientos y cientos de años atrás, la malvada Assane arrojó sobre ellos. 

Con el cocinero insistiendo y Ermor al acecho, Dione estaba al borde de la locura. Leblane lo ordenó a su compañero que no se hablara más del tema, lo cual le pareció extraño a Silvain. 

Al interior de aquel edificio, los guardianes permanecieron hasta el anochecer. Tenían planeado ocultarse entre las montañas, pero evitando llegar al viejo campamento treociano. Dione y Silvain caminaron a paso apretado, pero de pronto, el cocinero comenzó a sentir hambre a tal punto de que su estómago rechinaba como bestia. 

—Dione, quiero comer algo. —manifestó Silvain —compraré algo. ¿Quieres comer?

—No, gracias. Estoy bien —respondió Dione —te espero del otro lado. 

La mujer cruzó la carretera, en ese instante se encontraban cerca de la place de la Bastille, buscando el río Sena para así evadir a Ermor y salir de París en dirección a las montañas. 

Dione se adelantó y cruzó la calle, caminó hasta la primera esquina frente al canal saint Martin y esperó por Silvain en ese punto. Pasados los minutos, la mujer comenzó a preocuparse y regresó, pues Silvain no llegaba. 

Al acercarse vio a un sujeto sujetando una daga. Dione supo que se trataba de Raidel, uno de los secuaces de Ermor. Luego, vio al otro, Noslem, quien parecía paralizar a Silvain con una fuerza invisible. 

—Es hora de volver, Saturno —balbuceó la mujer y cerró sus ojos en cuanto clavaron la daga en la espalda de Silvain. 

Sin percatarse de la presencia de Dione, los sujetos huyeron hacia el norte. La guardiana se acercó a Silvain y lo vio agonizar hasta su muerte. 

—No te preocupes, Silvain. Al amanecer serás el de antes. Esos idiotas ignoran que la maldición de Assane está rota y que pronto este circo acabará. —sonrió y miró al cielo en dirección al planeta anillado —te llevaré a las montañas en donde esperaré por ti. 

Mientras Dione llevaba el cuerpo de Silvain a los Alpes franceses, Madame Simon sentía que su adorado muchacho ya estaba muerto. Con lágrimas bañando su arrugado rostro, la anciana miraba las fotos que capturó del cocinero desde que era un bebé. 




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