Guardián: el renacimiento de Saturno

Capítulo 11

Los guardianes y el príncipe oriónido iniciaron el entrenamiento de Silvain. A pesar de que se pensaba que no era necesario tal entrenamiento, Silvain sentía lo contrario. Poco a poco, sus compañeros se dieron cuenta de que estaban equivocados. 

A Silvain le costaba pelear, por lo que varias veces, Orestes lo golpeó sin querer, pero eso era parte de la práctica. Y así, por varios días, Saturno fue recuperando sus habilidades motrices para la pelea, creía que ya estaba preparado para enfrentarse a Ermor y acabarlo de una vez, pero se sabía que no era algo tan fácil de hacer. 

Una semana más tarde, Metone regresó a Treocia y Orestes a Caenus. Silvain y Dione permanecieron ocultos en el viejo edificio esperando a que el terrible apareciera nuevamente para atacar. 

En ocasiones el guardián miraba a Dione con ternura, haciendo que la mujer, pese a ser su esposa, se sintiera algo incómoda. 

—¿Por qué me miras tanto? —cuestionó Dione. 

A lo que su esposo respondió —Es que ahora entiendo lo que viviste al verme entre las sombras cuando renaciste. —rió suavemente —y al tiempo soportaste lo que yo hace un siglo y algo más. Eras realmente insufrible y en cierto modo me alegra que hayas vivio lo mismo que yo. 

—Te recuerdo que tú eras más insoportable que yo —manifestó Dione —Yo jamás te llamé por teléfono. 

—Pero flotabas frente a mi ventana. ¡Qué descarada!  

—¡Shh! ¡Silencio! —alertó Dione y luego susurró —algo se aproxima. 

La noche caía lentamente y Ermor comenzaba a rondar las calles de París en su forma natural. No le importaba en lo absoluto asustar a los humanos con su aspecto esquelético y demoniaco. Solo quería tener a la ciudad bajo control y sometida por el horror que causaba. 

Ermor perdía la paciencia, quería a los guardianes, en especial a Silvain, pues no le convenía que el joven Saturno gobernara Treocia. Quería apoderarse del trono como hizo Assane siglos atrás. 

El terrible se detuvo justo enfrente del edificio y miraba a través de la ventana, como si percibiera el olor de los guardianes. Aquel terrible ser de aura negativa, tenía esa habilidad. Podía percibir el aroma de los seres a quienes estuviera acechando en el momento, especialmente si se trataba de un guardián supremo. 

Ermor descubrió aquella habilidad durante la guerra del valle de la muerte, cuando enfrentó por primera vez a Orestes. A partir de allí, ha buscado a los parientes del príncipe para acabar con ellos, y Silvain no era la excepción. 

Mientras el terrible seguía levitando frente a la ventana de aquel tercer piso, estático, como si supiera que allí estaba el guardián de Saturno, al interior del edificio, Silvain y Dione permanecían ocultos con la esperanza de que Ermor siguiera su camino. Pues, a pesar del duro entrenamiento que tuvieron días atrás, los treocianos no estaban listos para enfrentarlo. 

Lentamente, Ermor entró por la ventana y comenzó a olfatear el interior del viejo apartamento. 

—Saturno —susurraba una y otra vez. 

El terrible no se había percatado de que Silvain estaba detrás de él. Siguió caminando hacia lo que era la habitación de Marjolaine y luego la habitación de Dione. En ésta última, Ermor podía percibir el olor del guardián con más intensidad. 

Los guardianes se ubicaron en dos esquinas, ubicándose de forma diagonal el uno del otro. Ambos, invisibles, observaban al terrible, quién seguía percibiendo el olor de Durand, pero no podía verlo. 

—Saturno —seguía susurrando el terrible, pero esta vez con desesperación al no poder encontrarlo. 

Silvain tragó en seco, pues tenía a Ermor justo en frente. En ese instante, Dione sabía que tenía que hacer algo para distraerlo. Así que, sigilosamente se movió y arrojó un trozo de madera hacia lo que era su habitación. 

Ermor corrió hacia el lugar, dando ventaja a los guardianes, quienes aún estaban invisibles. Silvain y su esposa salieron por la ventana y con mucha presteza volaron hasta llegar a la torre Eiffel, en donde permanecieron unos minutos. 

Al día siguiente, Ermor y sus soldados refunfuñaban por no cumplir con sus objetivos. Los tres demonios oriónidos no sabían lo que en realidad pasaba, hasta que en medio de una infinidad de quejas en contra de Treocia y Caenus, uno de ellos,  Raidel, dijo que fue un error haber dejado el cuerpo de Saturno tirado en aquella calle. 

—¿Qué fue lo que hicieron exactamente ustedes dos? —cuestionó Ermor mientras muy despacio se acercaba a su súbdito —¿encontraron a Saturno, lo asesinaron y lo dejaron abandonado a la intemperie?

—En realidad no es tan poderoso como dicen los relatos treocianos. Es todo lo opuesto a su primo Orestes — comentó Raidel —fue tarea fácil liquidarlo. 

—¿Están enterados de que Dione está en este planeta? —habló Ermor con firmeza —¿Pensaron en ese insignificante detalle? —Los ojos del terrible comenzaron a tornarse rojos, causando temor en sus secuaces. 

—Estaba solo y cansado. —intervino Noslen en defensa de su compañero —Dione no estaba cerca, además, no sentí su patética presencia en el lugar. 

Ermor se enojó aún más y se acercó a Noslen diciendo —Dione es la segunda guardiana más poderosa de Treocia, por algo es la esposa de Saturno. Si ella sigue con vida, todo esto habrá sido en vano. 




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