Guardián: el renacimiento de Saturno

Capítulo 14

—¿Qué pasó? —preguntaba Silvain confundido.

—¿No recuerdas nada? —cuestionó André estupefacto.

A lo que Dione intervino diciendo —Saturno depositó su ira por medio de Silvain, en ese estado, un guardián supremo no es consciente de lo que hace. Ocurre lo mismo con su primo.

De pronto, unos fuertes golpes intentaban romper la fuerza que Dione había creado para proteger el interior del lugar. 

—Saca a los humanos de aquí, yo los detendré —ordenó Silvain. 

Dione se rehusaba a obedecer a su esposo ya que no estaba bien. Silvain estaba estropeado por el dolor y si Ermor lo atrapaba en ese estado, sería el fin para los guardianes. 

Intempestivamente, los goles cesaron captando la atención de todos al interior del restaurante. Dione se puso de pie y vio a Metone del otro lado. La mujer deshizo el campo de fuerza para permitirle el paso. 

—La guardia de Treocia está aquí. —vio a los humanos y preguntó —¿Hay bajas humanas? 

—Solo la falsa descendiente de Constantin. —respondió Silvain —¿Quién lo hizo?

—Saturno se apoderó por completo de ti y acabó con esa mujer —respondió Dione. —Es como el caso de Orestes, solo que tú no te  haces gigante. 

—A propósito de Orestes —Silvain se puso de pie —¿Dónde está? 

A lo que Metone respondió —El príncipe Orestes llegará en cualquier momento. 

—Muy bien —expresó el guardián —Hay que llevar a los humanos a un lugar seguro. Dione, tú y Metone encarguense de los oscuros, yo llevaré a los demás lejos de aquí.

Silvain salió del restaurante llevando con él a los cocineros hasta otro lugar. En realidad no sabía hacia dónde llevarlos, por lo que André le propuso lo siguiente: 

—Vamos a mi departamento, ahí estaremos a salvo. 

—Está el distrito en el distrito diez, nosotros estamos en el quince. —manifestó monsieur Cordier —¿Cómo llegaremos sin que nos atrapen y nos maten? 

Silvain les pidió que pensaran en sus casas, y como arte de magia, el cocinero apareció al interior de sus moradas, excepto André, quien seguía allí. 

—¿Qué pasó? ¿Por qué no estás en tu departamento? —cuestionó Silvain.

—Sé que no es momento de pedir explicaciones, pero estoy muy confundido, amigo. 

— Prometo que cuando esto termine, iré contigo y te contaré la historia desde el inicio —dijo Silvain —Ahora, piensa en tu departamento para enviarte, no es seguro para ti estar aquí. 

—Por favor, no mueras. —habló André, acto seguido Silvain lo envió a casa. 

—No lo haré, mi amigo. —balbuceó Silvain. 

El guardián miró a su alrededor y vio a sus súbditos pelear contra los oscuros. Lentamente se elevó a unos cuantos centímetros del suelo y avanzó en medio de los cadáveres de sus oponentes. 

A varios metros estaba Ermor mirando fijamente a Silvain con su espada en la mano. El terrible estaba completamente estático, esperando por más soldados oscuros, pues tenía la certeza de que finalmente Silvain perdería la vida esa noche, dejando de existir para siempre. 

—Tu pueblo estará bien bajo mi mandato, Saturno. —susurró —y la memoria de Assane perdurará por la posteridad.

Silvain, quien parecía escuchar a Ermor gritó —¡Sobre mi cadáver! —y avanzó velozmente apuntando su espada hacia el pecho de su adversario. 

Dione observaba junto a Metone la forma en la que Silvain se enfrentaba a Ermor por segunda vez. Pero, algo que nadie sabía era que Silvain poseía una propiedad que caracterizaba a los guardianes supremos cuando su enojo sobrepasaba sus límites. 

—Hay algo extraño aquí —alertó Dione —Metone, debemos hacer algo.

Mientras el guardián de Saturno y el terrible se enfrentaban en una dura pelea cuerpo a cuerpo, el ejército caenusiano se dirigía a la tierra para ayudar a sus hermanos treocianos. 

Dirigidos por Orestes y la guerrera Horana, su esposa, los soldados gritaban dando aviso de su presencia. Aquel fuerte grito captó la atención de Ermor, lo cual Silvain usó como ventaja para atacar cortando el brazo derecho de su enemigo. Mismo brazo con el que sostenía su espada. 

Ermor dejó salir un fuerte y desgarrador alarido haciendo que sus soldados voltearon a verlo. Enojados, los secuaces de Ermor; Noslen y Raider corrieron hacia Silvain para asesinarlo, pero este giró repentinamente contraatacando y golpeando a los más fieles seguidores de Ermor. 

Estos se detuvieron de golpe al ver que lentamente Silvain incrementaba su tamaño. Aquel sujeto de un metro con ochenta y cinco se estaba convirtiendo en un gigante de veinte metros. Si bien, Orestes se convertía en uno mucho más grande, los sujetos sintieron pavor ante el poder que poseía Silvain quien no era tan grande en comparación con su primo. 

—¡Por los anillos de Saturno! —exclamó Metone con sorpresa —¿Ese es nuestro guardián? 

Dione, ignoró la pregunta de Metone. Estaba estática observando el tamaño de su esposo. Temía por la vida de todos, incluida la de ellos, porque no estaba segura si al igual que Orestes, Silvain había perdido la consciencia al convertirse en un gigante. 




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