“¿Qué hacer?”, se pregunta Victoria que está afuera de su casa. Observa que las luces de la habitación de su madre están encendidas. Abre la puerta principal y se da cuenta de que no tiene puesto el seguro. Por un momento piensa en ir directo a su habitación, pero si lo hace su madre la descubrirá y eso significa que la atacará con preguntas, para después llevarla con un neurólogo o con un psiquiatra por creer que de nuevo es sonámbula. Sin hacer mucho ruido, coge un abrigo que está colgado en el perchero a la entrada, toma sus llaves y su bolso. Cierra con cuidado la puerta. Sin pensar dos veces corre hacia su auto. Abre la cajuela y por primera vez se siente agradecida con su mamá por haberle insistido en que siempre debe llevar un cambio extra de ropa para cualquier emergencia.
Sube al auto y arranca. Como era de esperarse suena su celular. No contesta, sabe de sobra quién es. Llega a la biblioteca. Se siente aliviada al ver que sólo está el carro de Salvador y otro más que no conoce, por lo que no tendrá problema en escabullirse al baño y arreglarse.
Son las cinco de la mañana. Nikolás camina por la planta baja de la mansión. Llega hasta una habitación que está al fondo, junto al jardín. Mintha ya lo espera en el lugar.
–Toma. –Mintha le ofrece al chico un candelero.
–¿Y esto? –Pregunta Nikolás desconcertado.
–No encontré las linternas.
Nikolás arquea una ceja. Camina hacia una pared y mueve un cuadro que está colgado, lo abre tal como lo haría con un libro. Después de hacer esto cuenta cinco ladrillos hacia abajo del clavo, extrae el último ladrillo, introduce su mano por el hueco y le da vuelta a una perilla que está del otro lado. Una puerta secreta se abre. Nikolás le hace un ademán a su mamá para que pase primero. Después el chico vuelve a cerrar la puerta y activa un mecanismo que vuelve el cuadro a su lugar dejando todo como estaba.
Caminan por unos largos pasillos que forman un laberinto.
–¿No crees que deberíamos de cambiar de lugar? –Insinúa Nikolás.
–¿Por qué? Este sitio sólo lo conocemos tú y yo.
–¿Por qué estás tan segura?
–Porque para llegar a la habitación Blanca necesitan saberse la ruta, o de lo contrario se quedarían atrapadas en el laberinto.
–No me refiero a las Gerarai, sino a Morfeo.
–Descuida. Ningún dios puede ver a través de estas paredes. En ellas hay piedras ámbar. Recuerda que eso ciega a los dioses.
–¿Por eso es que mi padre murió?
Mintha se detiene.
–Tu padre decidió quitarse el collar. –La dulce voz que caracteriza a la Gerarai se vuelve fría y dura.
–Como haya sido, él ya está muerto.
Siguen caminando por los pasillos en silencio hasta llegar a la habitación. Mintha abre la puerta. El cuarto es amplio y, tal como lo dice su nombre, es totalmente blanco. En el lugar hay una mesa, cuatro sillas, varios libreros y un baúl, en el cual se guardan armas que utilizan las Gerarai.
Nikolás se acerca al baúl y lo abre.
–¿Qué vamos a ver hoy?
–Repaso para atacar a un grupo de Keres. Como te dije, hay un nuevo portador.
–No se sabe dónde está, ¿cierto?
–Me temo que no. Es por eso que debes seguir practicando tu defensa contra las Keres, pues mientras no tengan ubicado al portador atacarán en grupos grandes al azar hasta que aparezca.
Nikolás toma una espada.
–No. Estamos hablando de un ataque masivo, piensa en otra arma, además… –Mintha no acaba de decir la frase cuando una estaca de madera de sauce de unos treinta centímetros pasa muy cerca de su mejilla.
–”Siempre aprovecha las oportunidades para atacar”, fueron tus palabras el primer día que comenzaste a enseñarme. –Dice serenamente Nikolás quien quita la estaca que se había quedado clavada en uno de los libreros.
–La próxima vez recuerda que soy tu madre.
–Me disculparía pero eso sería admitir que me equivoqué, y no lo he… –Siente algo frío tocando su mejilla. Se voltea cuidadosamente sólo para ver como Mintha sostiene una espada firmemente apuntada.
–Si tan inteligente eres, entonces recuérdame qué dije después de mis primeras palabras. –La voz de Mintha suena desafiante y juguetona al mismo tiempo.