Era una casa adosada de dos plantas, la fachada era de piedra y mantenía el mismo estilo que todas las casas dentro del pueblo. Una vez dentro sentí que regresaban cientos de años atrás, viviendo en una casa de ensueño dentro del rico pasado Europeo. En la planta baja estaba la entrada, el área de recreación, la cocina y una habitación habilitada como oficina, arriba no habían sino tres habitaciones, a pesar de ser pequeña era increíblemente cómoda y reconfortante.
Subimos las maletas, luego de eso nos separamos, yo comencé a instalarme dentro de la habitación. Leon fue a ducharse, dijo que me esperaba abajo para preparar algo de comer. Claramente no teníamos las mismas comodidades que en El Hotel, pero me sentía mucho más tranquila y segura aquí.
Cuando bajé él ya estaba ahí, con su cabello húmedo y un atuendo deportivo. Estaba fritando algo, no tenía idea de qué era pero se escuchaba el chisporroteo y olía a aceite. No nos dirigimos la palabra, simplemente tomé el pan y lo comencé a cortar en rodajas.
-Dime algo – Fue el primero en romper el silencio.
-Lamento ser propensa a las violaciones y los secuestros – No lo estaba mirando porque estaba muy concentrada en mi tarea. Escuché que se atragantaba, levanté la vista alarmada y me encontré con que estaba intentando no reír a carcajadas y por eso hizo ese sonido - ¿Qué es tan gracioso? – No le encontraba la gracia – Luego de eso no aguantó más y comenzó a reír libremente – No entiendo ¿Esto es como una risa nerviosa? Porque no le encuentro lo divertido.
-Lo siento – intentaba recuperar el aire, su voz salía entrecortada y de vez en cuando se le escapaba otra risotada – Es solo que no lo había visto así… - Suspiró – Les diste una buena paliza – Volvió a reír. Ya luego de un momento su risa me contagió y yo también comencé a hacerlo.
-No entiendo por qué ellos sí pueden utilizar sus elementos y yo no – le di un mordisco al pan - es decir, me mato entrenando…
-Parecían de la misma edad, pero lo más probable es que ellos sean mayores – sirvió algo que parecían salchichas en mi plato – Además, no es que ella haya hecho gran cosa, simplemente te aventó tierra.
-Pero consiguió compactarla, yo ni siquiera he conseguido congelar el agua, o al menos evaporarla… - Rellenó su plato y yo le pasé el pan para que se sirviera. Me sonrió mientras lo recibía.
-Solo debes seguir entrenando, a mi parecer estas avanzando rápido.
-¿De verdad? – Lo miré esperanzada, él casi se atraganta por andar riendo. Bebió algo de agua, asintió con su cabeza y me sonrió demasiado divertido para mi gusto. Aun así fue inevitable devolverle la sonrisa - ¿Sabes que es incomodo? Que soy extraña incluso entre los Rahea… - Ya no sonreía.
-No eres extraña, yo diría que eres especial – Lo miré seria.
-¿Eso no es lo que le dicen las madres a sus hijos cuando son extraños? – achiqué los ojos esperando su repuesta.
-No podemos generalizar - Ahora sí que me reí.
Me despertó el repique de mi teléfono, tardé un momento en llegar a él pues la habitación estaba oscura y no estaba familiarizada con ella. Anoche me fui a dormir luego de comer, del resto caí como una piedra en la cama. Contesté justo antes de que la llamada se cayera.
-¿Lyla? – La voz apremiante de Támara al otro lado martillaba mi cabeza, aun tenía mucho sueño ¿Qué hora era?
-Sí… ¿Qué sucede? – Mi voz se escuchaba pastosa.
-¿Dónde está Leon? – Mis ojos poco a poco se iban adaptando a la oscuridad.
-Durmiendo supongo, que es exactamente lo que yo también debería estar haciendo – Miré anhelante hacia la cama.
-Leon no está durmiendo - ¿Entonces? – Despierta de una buena vez, paso por ti dentro de 15 minutos, Leon está en problema – El sueño abandonó mi cuerpo y su lugar fue ocupado por una ráfaga de un mal presentimiento. Corrí a la habitación de al lado llamando a Leon, cuando empujé la puerta la cama estaba hecha y no había nadie en ella, bajé y comencé a llamarlo, pero no había más nadie a parte de mí en la casa.
Corrí a la ducha y luego al cuarto para vestirme, estaba terminando de meter mi pie en el zapato cuando las bocinas de un auto comenzaron a sonar desde la calle. Tomé mi celular y bajé corriendo las escaleras. Nada más me monté en el asiento del copiloto Támara arrancó.