Guardianes Del Bosque Olvidado

Capítulo 3: El Niño del Lamento Roto

Los años pasaron, pero ni el bosque ni los hermanos envejecían como los demás. Jazmín seguía comunicándose con la naturaleza, y Jair veía más allá del tiempo. Ambos habitaban en una pequeña cabaña viva, construida por raíces y hojas que los protegían. Pero una tarde de otoño, un nuevo sonido interrumpió la armonía: un llanto.

Era débil, apagado, como si viniera desde el corazón de la tierra. Jazmín alzó el rostro. El viento le hablaba otra vez, y esta vez, temblaba. Corrió hacia Jair y escribió en su cuaderno: “Hay un niño perdido bajo la colina de los ecos. Pero no llora como un niño... llora como alguien que ha olvidado su nombre.”

Jair asintió. —Entonces vamos a encontrarlo.

Guiados por las raíces del bosque, descendieron por túneles que no existían el día anterior. Bajaron durante horas, hasta que la luz de la superficie desapareció. Finalmente llegaron a una cámara subterránea donde un niño de no más de siete años flotaba en el aire, atrapado dentro de un círculo de cristales rotos.

Sus ojos estaban cerrados, pero sus lágrimas caían suspendidas en el aire, como si el tiempo se negara a tocarlas. Jazmín se acercó, y apenas rozó uno de los cristales, una visión la invadió: el niño había nacido con una voz tan poderosa que rompía todo a su alrededor. Para protegerlo, su familia lo encerró en el silencio. Lo olvidaron. Y el bosque, que escucha todo, lo acogió en su soledad.

—Está atrapado en su propio dolor —dijo Jair con tristeza—. Si lo despertamos de golpe, su voz podría destruirnos.

Jazmín tomó su cuaderno y escribió: Déjame a mí.

Extendió sus manos y se arrodilló frente al niño. El bosque la cubrió con un manto de hojas blancas, y por primera vez desde que perdió la voz, Jazmín habló... sin sonido, pero con sentido. Fue un canto sin palabras, tejido con el alma misma del bosque.

El niño abrió los ojos.

Los cristales se derritieron como escarcha bajo el sol, y la voz del niño salió como un suspiro. No gritó. No rompió nada. Solo dijo: “Gracias”.

Desde entonces, el niño —llamado Eliel, que significa eco que despierta— vivió con ellos. Jazmín lo cuidó como a un hermano pequeño. Jair le enseñó a usar su voz como instrumento, no como arma.

Y así, el bosque ganó un nuevo guardián, y los hermanos una nueva historia que nadie se atrevió a contar como simple leyenda… porque quienes se acercaban al Bosque de los Ecos Dormidos aún oían risas, susurros, y una canción sin palabras que sanaba los corazones rotos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.