Capítulo 5: Donde el Tiempo No Tiene Nombre
La travesía al Vacío Raíz fue como caer lentamente en un sueño que no quería ser recordado. Cada paso que Jair, Jazmín y Eliel daban, el mundo a su alrededor se volvía más tenue. Los árboles se curvaban como si supieran que no volverían a verlos. El viento ya no hablaba. Ni siquiera Jazmín podía oír los susurros de la tierra.
Llegaron al borde del Vacío Raíz al anochecer del tercer día.
Ante ellos se abría un abismo sin fondo, donde flotaban fragmentos de recuerdos: un zapato de niño, una flor marchita, una carta sin terminar. Todo lo olvidado por el mundo se arremolinaba allí, girando en espirales de niebla gris. Y en el centro, la grieta: un tajo negro en la realidad misma, de donde salían criaturas de sombra líquida, serpenteando en el aire, devorando lo que tocaban.
Eliel sostuvo la semilla plateada en sus manos. Su voz temblaba, no de miedo, sino de decisión.
—Si desaparezco —dijo mirando a Jair y Jazmín—, prométanme que alguien contará esta historia. Que alguien recuerde.
Jair puso una mano en su hombro. —Tu nombre será raíz en este bosque. Lo juro.
Jazmín asintió, con lágrimas en los ojos. Las ramas que colgaban de su cabello parecían inclinarse en señal de despedida.
Eliel se adentró en el Vacío.
La oscuridad intentó envolverlo, borrar su paso, su rostro, su existencia. Pero él cantó.
Cantó sin miedo. Una nota pura, profunda, que no venía de su garganta, sino de lo más antiguo que quedaba en él. Su canto tejió un puente entre el olvido y la memoria. Y allí, en el mismo centro de la grieta, Eliel plantó la semilla.
Hubo un silencio absoluto.
Luego, una explosión de luz plateada envolvió el abismo. Las criaturas gritaron con mil voces mientras se deshacían en polvo dorado. La grieta se cerró lentamente, como si nunca hubiera estado allí. Y en su lugar, creció un árbol.
Pequeño. Perfecto. Vivo.
El Árbol del Nombre.
Jair y Jazmín lo vieron desde la distancia. Eliel ya no estaba. Pero su canto aún flotaba en el aire, suave como el aliento de un recuerdo querido.
Regresaron al bosque, llevando consigo la historia de Eliel, que no murió, sino que floreció. Ahora, cada vez que alguien olvida algo en el bosque, el Árbol del Nombre lo guarda. Y cada hoja nueva canta con la voz del niño que eligió recordar por todos.