Guardianes Del Bosque Olvidado

Capítulo 6: El Cazador de Verdades

El tiempo pasó, pero en el Bosque de los Ecos Dormidos, el tiempo no camina como en otros sitios. El Árbol del Nombre creció, y cada hoja que brotaba contenía una memoria salvada del olvido. Jair y Jazmín cuidaban del bosque en silencio, como dos partes del mismo espíritu.

Pero la calma, como siempre, era apenas un hilo de cristal.

Una mañana, los animales del bosque no se acercaron a la cabaña. Ni el ciervo blanco, ni las mariposas nocturnas, ni siquiera los zorros que solían dejar regalos de piedras brillantes. El aire estaba inquieto. Jazmín lo sintió en su piel: alguien había entrado al bosque... alguien que no pertenecía.

Jair lo vio en una de sus visiones. Un hombre alto, cubierto con pieles oscuras, con ojos grises como humo. Caminaba sin sombra ni sonido, pero dejaba un rastro: allí donde pisaba, los recuerdos se disolvían. No olvidaba. Hacía olvidar.

Lo llamaban El Cazador de Verdades.

No buscaba matar, ni robar. Buscaba borrar. Encontrar las raíces más puras del bosque… y arrancarlas. Porque decía que “ninguna historia debería ser más fuerte que la realidad.”

Jair y Jazmín se enfrentaron a él en el claro donde creció el Árbol del Nombre.

—He oído hablar de ustedes —dijo el Cazador con una voz baja, casi amable—. Hermanos eternos. Protectores de mitos. Custodios de una fantasía. ¿No creen que es tiempo de dejar que la verdad vuelva a gobernar?

Jazmín se adelantó, su mirada tan firme como una montaña.

Jair respondió:

—Y si la verdad no tiene memoria… ¿qué clase de mundo queda?

El Cazador sonrió. Y en su sonrisa había tristeza. Levantó un extraño arco, hecho de hueso y ceniza, y apuntó directamente al Árbol del Nombre.

Entonces, el bosque mismo respondió.

Raíces emergieron del suelo, ramas bajaron del cielo, y una voz —la voz de Eliel, suave pero clara— habló desde el corazón del árbol:

—Mientras alguien recuerde… seguiré aquí.

El Cazador disparó. La flecha atravesó el aire... y se deshizo antes de tocar la corteza.

No fue una batalla. Fue una decisión.

El Cazador bajó el arco. Miró a los hermanos con una mezcla de respeto y resignación.

—No puedo matarlos —dijo—. Pero otros vendrán. No a destruirlos… sino a dudar.

Y se desvaneció.

Desde entonces, los aldeanos ya no entran al bosque. Algunos dicen que los hermanos aún viven. Que Jazmín camina sin hacer ruido, escuchando los pensamientos de los árboles, y que Jair aparece en los reflejos del agua, mostrando fragmentos del futuro.

Otros creen que solo son parte del bosque ahora. Espíritu y raíz. Luz y sombra.

Pero cuando alguien olvida algo muy valioso —el nombre de un ser querido, la sensación de un abrazo perdido—, a veces lo encuentra al pie de un árbol blanco, cuyas hojas cantan… y en ese canto, aún se escucha una risa suave y la promesa de que no todo será olvidado.

Y así, el bosque sigue respirando.




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