Erase una vez una niña muy soñadora que continuamente contemplaba la ventana de su habitación esperando ver aparecer bellas hadas de colores. Por más que sus padres le dijeran que todo aquello eran solo historias inventadas, ella hacía oídos sordos a todos esos adultos incrédulos.
Suspiraba mientras veía las nubes e imaginaba que tomaban formas de animales diversos, luego contemplaba las mariposas creyendo que eran hadas disfrazadas en cuyo caso reía feliz mientras aplaudía como si se tratara del mejor de los espectáculos jamás antes visto.
Cuando llegaba la noche cerraba la ventana para volver a su tétrico mundo en blanco y negro; carente de colores y emociones. Tan monótono como espeluznante; temía dormir porque regresaban a ella las múltiples pesadillas, nada decía a los adultos que la rodeaban porque conocía sus reacciones.
La catalogarían de histérica e irresponsable y lo último que le faltaba a su vida era ser juzgada a mal.
Aquella noche su rutina monótona siguió su curso, luego de la cena que por cierto no fue “la gran cena” regresó a su habitación. Sus parientes se asemejaban a fantasmas que deambulaban sin razón de ser por la casa hablando un lenguaje solo entendible entre ellos. Definitivamente ella nunca se sintió parte de ese núcleo familiar. Cuando entró a su cuarto supo que algo no andaba bien. Pero solo cuando la puerta se hubo cerrado ella comprendió que estaba atrapada.
El aire se fue tornando más denso y espeso. La niña quiso voltear para abrir la puerta y correr pero todo su cuerpo le pesaba. Su visión se tornó borrosa, sus oídos comenzaron a zumbarle y perdió el equilibrio. Al caer al duro suelo su cuerpo fue perdiendo solidez.
Ahora nadie podía verla ni oírla, aunque ella si podía hacerlo. Nunca pudo adaptarse a ese mundo por tal razón su cuerpo eliminó su escencia devolviéndola al otro plano. Pero hubo dejado n error de cálculo y ahora permanecería atrapada entre lo tangible y lo intangible...