Guardianes Del Destino

LA REALIDAD DEL ESPEJO CÓNCAVO

Hacía tiempo que fue arrastrado a los recintos de su padre, desde aquel entonces se vio forzado a aprender múltiples técnicas para controlar sus poderes. Su padre era un maestro para nada paciente, exigía de él la perfección. Ahora, luego del paso del tiempo, Carlos podía comenzar a controlar su propia vida. No obstante sabía que su padre nunca le permitiría ser libre por completo.


Haciendo un recuento sobre cómo cambió durante ese tiempo transcurrido pudo darse cuenta que en esos momentos no le resultaba nada desagradable ni extraño torturar a un enemigo o matar a un traidor.  Es más, hasta consideraba una debilidad el no hacerlo.


Ya casi no existía el jovencito aquel que llegó años atrás algo preocupado y furioso a esa extraña morada. Pero Carlos continuaba conservando la misma apariencia física de entonces. Era un joven de 17 años de edad de largos cabellos sedosos y rojos que le llegaban a sus hombros y ojos gris plateado. Vestía finas ropas negras y zapatos al tono.


En aquellos momentos se dirigía a la mazmorra de la morada de su padre, aquel siniestro lugar que resultaba ser algo sacado de verdaderas pesadillas y atormentaba a los prisioneros.

Sus hombres habían capturado a un enemigo que en esos momentos se encontraba encadenado en el sótano.
Uno de los guardias lo recibió con una reverencia formal  para luego decir:
- El prisionero se niega a hablar señor  -  el guardia tenia rubios cabellos y ojos azules que brillaban con intensa maldad, su pálida piel mostraba lo alejado que estaba de la luz. Vestía una túnica negra de seda que lo cubría completamente. Sin responder nada Carlos entró en la celda, ya no se impresionaba por la pestilencia de ese sitio ni de lo siniestro que podía llegar a ser.


Con la calma y la serenidad reflejada en su rostro angelical se acercó al prisionero en cuestión. Clavó sus ojos en él estudiándolo unos instantes con determinación. El prisionero  tenía sus rojos cabellos apelmazados y desparramados en sus hombros y espalda y parte del rostro, sus ropas hechas jirones apenas se distinguían. Las negras cadenas lo mantenían amarrado a la pared y los grilletes aprisionaban sus muñecas.


Su esmeraldina mirada transmitía irritación y desafío; Carlos podía ver las múltiples heridas de su cuerpo aunque el prisionero nada decía y parecía ignorarlas. 
Con que tú eres nuestra nueva adquisición ¿cierto? – su voz resultaba ser peligrosamente tranquila – Y por lo visto eres muy duro  -  el prisionero le escupió en la cara mostrándole aún más su desprecio. Carlos cerró sus ojos limitándose a limpiarse con un pañuelo.

Cuando vió que el guardia se acercaba para castigar al prisionero él lo detuvo -  Nada conseguirás así y lo sabes
- Maldito  -  rugió entre dientes el prisionero
- ¿Los príncipes de tu raza tienen mucho poder? – preguntó repentinamente Carlos - ¿Dónde están? ¿Cuál es su morada? ¿Cómo llegaremos a ellos?  -  

Carlos contemplaba a su interlocutor admirando su lealtad y valor ya que nada decía.
Solo te diré una cosa – exclamo el prisionero -  Ellos los vencerán a todos ustedes
- Eres muy leal a los príncipes como todos los de tu raza. Pero ¿sabes una cosa? – su mirada se tornó desafiante – Conmigo no funciona eso  -  el prisionero retrocedió hasta llegar a la pared intuyendo el peligro que corría  -  - No voy a permitir que sigan torturándote porque veo que eso no funciona en ti tampoco te mataré porque eso sería una verdadera pérdida – Carlos sujetó la quijada del prisionero con fuerza inmovilizándolo – Usaré mi persuasión para convertirte en mi leal súbdito al servicio de Edwin, mi padre.


Ante semejantes palabras no solo el prisionero se sorprendió abriendo sus ojos sino también el guardia que lo miró descaradamente intrigado. Carlos ignoró aquello y soltó al prisionero para centrar su atención en su persona. Sus miradas se cruzaron y chocaron;

Carlos comenzó a emplear una de sus habilidades poderosas que su padre le brindó y le enseñó a utilizar y controlar: la persuasión. 
Penetró en la mente del joven prisionero y en su alma, así fue cambiándolo y predisponiéndolo a su favor. Sus ojos brillaban con una intensidad roja que al prisionero le resultaba imposible bloquear. Fue cambiando sus sentimientos y pensamientos; el prisionero comenzó a sentirse confundido ya que sus sentimientos ahora tiraban hacia su carcelero. Ya no lo veía como a un enemigo sino todo lo contrario. Era su aliado, su amigo y jefe. Su mente fue rechazando toda lealtad hacia los príncipes de su raza para centrarla en Carlos y Edwin.


Los príncipes resultaban ser ahora los verdaderos enemigos junto al resto de sus camaradas. Su alma cambiaba pese a que su espíritu lloraba al estar repentinamente enjaulado dentro de su mismo cuerpo. Su confusión fue cesando hasta que su mismo espíritu llegó a cambiar también sintiendo únicamente lealtad hacia Edwin y su hijo.

 

Cuando Carlos acabó con él, ordenó al guardia que lo liberara. Este así lo hizo y el prisionero se arrodilló ante él diciéndole:
- Perdóneme señor, a partir de este momento seré vuestro siervo. Ordene y yo obedeceré
Ponte algo más presentable – dijo - Carlos  -  Llévalo a su nueva habitación y una vez que hay acabado de acearse llévalo con mi padre. Estaré aguardándolo a su lado – Carlos salió de allí satisfecho consigo mismo. Una hora después el nuevo aliado se presentaba ante Alexis dispuesto a obedecer cualquier orden suya o de su hijo Carlos. Vestía pantalón rojo, zapatos al tono, una túnica de igual color. Era el primero de su raza que se les unía a ellos.

 

- Bienvenido – dijo Edwin – Serás el guardaespalda y fiel sirviente de mi hijo
- Como ordene amo  -  dijo el prisionero haciendo una reverencia y luego se retiró
- ¿Qué te parece? ¿Qué tal estuve padre?
Exelente hijo mío – Edwin había conseguido cambiar a su mismo hijo convirtiéndolo en un sumiso obediente suyo. El esfuerzo dio al fin sus frutos – Ahora los hijo de mi hermano no seguirán siendo los únicos en tener semejante poder. Tú podrás hacerles frente a partir de hoy.
- Claro padre  -  respondió Carlos-  Ahora si me disculpas me retiro – así se alejó de allí. En su mente ya no estaba el mismo anhelo que lo invadió años atrás: la libertad.




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