Guardianes Del Sueño

Capítulo 1: El Pueblo que Nunca Duerme Solo

En un rincón olvidado de la Patagonia argentina, Cobre Muerto se alza como un enigma. Aquí, la noche no es para la soledad. Una aversión ancestral condena a sus habitantes a terrores paralizantes si intentan dormir sin compañía. La sociedad se ha adaptado: el "sueño seguro" es una red de cuerpos entrelazados, donde los límites individuales se han desdibujado. Un grupo de terapeutas en el misterioso Centro de Adaptación busca "reprogramar" esta aversión, pero sus métodos y sus consecuencias son un secreto que amenaza con desvelar la verdadera naturaleza de la oscuridad en este lugar.

La llovizna fina acariciaba el parabrisas de mi Land Rover, pero no era el frío lo que me hacía temblar. Era la silueta de Cobre Muerto, apenas visible entre la bruma. El nombre, tan inquietante, me había perseguido durante semanas. El Instituto de Trastornos del Sueño me había enviado a este último bastión de la Vigilia Compartida, un experimento social que había degenerado en una forma de vida.

Las luces del pueblo eran sorprendentemente cálidas, un resplandor constante. Al avanzar por la "Calle del Abrazo", noté la arquitectura: casas de adobe que se fundían unas con otras, conectadas por puentes y pasadizos. Las puertas, amplias, rara vez estaban cerradas. Los patios centrales techados servían como dormitorios comunales, visibles a través de enormes ventanales. Siluetas se movían, personas acostadas muy cerca, casi apiladas, tocándose levemente. Esa mínima conexión física parecía su único ancla al sueño.

Un anciano en un banco me observó con curiosidad. Me acerqué.

—Buenas noches. Soy la Dra. Vance, del Instituto del Sueño —dije. Él asintió lentamente. —Sabíamos que vendrías. Siempre vienen. Se dice que buscan la cura. —¿La cura para qué, exactamente? —pregunté, aunque ya conocía la respuesta. —Para la soledad. Para el miedo que te congela cuando no hay nadie más. Aquí, nadie duerme solo.

Me dirigí a la plaza principal, dominada por un monolito de piedra rojiza. La "Calle del Murmullo" la rodeaba, albergando la Casa del Concilio y el enigmático Centro de Adaptación. Ahí, los "terapeutas" de Cobre Muerto intentaban romper el yugo de la Vigilia Compartida.

Al acercarme al Centro, una figura alta y delgada salió del edificio. Tenía la mirada cansada, pero sus ojos brillaban con una intensidad extraña.

—¿Dra. Vance? Soy la Dra. Elena Ríos. La estábamos esperando. —Dra. Ríos, es un placer. Tengo muchas preguntas sobre sus métodos. Ella sonrió, pero su sonrisa no llegó a sus ojos. —Los métodos son complejos. Requieren paciencia y… comprensión. —¿Y qué ocurre si lo logran? ¿Qué sucede si las consecuencias son peores que la propia aversión al sueño solitario?

La Dra. Ríos no respondió de inmediato. Miró hacia las casas interconectadas, hacia las luces cálidas que emanaban de los dormitorios comunales.

—Esa es la pregunta que todos nos hacemos, Dra. Vance. Esa es la pregunta que nos mantiene despiertos.

El motor de mi vehículo se apagó. El silencio que siguió no era verdadero. Era un murmullo constante, un rumor de cientos de respiraciones, suspiros y el leve roce de sábanas, un coro humano que ascendía de cada hogar. Cobre Muerto me confirmaba su verdad ineludible: aquí, nadie dormía solo.

¿Podría la Dra. Vance encontrar una cura, o se vería atrapada por la misma "aversión ancestral"?



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En el texto hay: romance, fantasia

Editado: 14.07.2025

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