Guardianes Del Sueño

Capítulo 4: El Guardián del Silencio Compartido

El motor de mi Land Rover se apagó frente a la Casa del Concilio, un edificio de adobe más grande que los demás, con una pesada puerta de madera tan antigua como el pueblo. Respiré hondo el aire patagónico helado y subí los escalones gastados.

Al abrir la puerta, un murmullo de voces bajas, casi inaudibles, se hizo presente. Provenía, sin duda, de los dormitorios comunales. El interior era sobrio, con paredes desnudas y un aroma a leña quemada y tierra húmeda. En el centro de la sala principal, detrás de un escritorio rústico, se encontraba un hombre.

Su primera impresión fue la de alguien nacido para la calma. Tendría unos cuarenta años. Su rostro era atractivo, con facciones bien definidas y una barba rala, pero lo que más llamaba la atención era su inexpresividad. No había arrugas de preocupación ni líneas de sonrisa; era una tabla rasa que reflejaba una serena, casi insondable, falta de sobresalto. Sus ojos, de un color indefinido entre el gris y el verde, me observaron con una curiosidad contenida, sin una pizca de la hostilidad que esperaba.

—Buenas noches. Soy la Dra. Elara Vance. Supongo que es usted el Representante del pueblo —extendí mi mano. —Soy Martín Herrera. Y sí, soy el Representante. Aunque no sé qué tan 'buenas' sean estas noches, doctora, con su permiso.

Él dudó un instante antes de tomar mi mano. Su apretón fue firme, pero breve. Su voz era profunda, con un acento patagónico suave y cadencioso, que contrastaba con su rostro inexpresivo.

—¿Se refiere a mi presencia o a las noches en Cobre Muerto en general? —retiré la mano, sintiendo una punzada de incomodidad. —A ambas, supongo. El Instituto de Trastornos del Sueño nos informó de su llegada. No es algo que nos complazca, doctora Vance. Este pueblo ha vivido en paz, a su manera, por generaciones.

Martín se recostó en su silla, sus ojos fijos en los míos, sin pestañear.

—Mi intención no es perturbar su paz, señor Herrera. Mi objetivo es comprender y, si es posible, ayudar. Su condición es única, y su forma de vida... particular. El mundo exterior tiene mucho que aprender. —El mundo exterior no entiende nuestras noches. No entiende nuestra necesidad. Y no creo que la 'ciencia', como ustedes la llaman, pueda explicar lo que a nosotros nos ha mantenido a salvo.

Una sombra, apenas perceptible, cruzó sus ojos.

—Precisamente por eso estoy aquí. Para aplicar esa ciencia, para investigar. El Instituto está muy preocupado por las 'consecuencias inesperadas' de los tratamientos del Centro de Adaptación. Nos gustaría entender qué está ocurriendo. —Las consecuencias... son parte del camino, doctora. Uno no puede romper un vínculo de siglos sin que haya alguna reacción. Usted busca la 'libertad' del sueño solitario, ¿verdad? ¿Cree que esa libertad no tiene un precio?

Martín suspiró, un sonido casi imperceptible.

—El precio de la opresión es siempre mayor, señor Herrera. El derecho a la individualidad, incluso en el sueño, es fundamental. —me sorprendió su perspicacia. Había tocado una de mis convicciones más profundas. —Quizás. Pero aquí, ese 'derecho' podría llevar a la locura. O algo peor. Hemos aprendido a vivir con la Vigilia Compartida, a abrazarla. Es lo que nos ha permitido sobrevivir. Y ahora ustedes llegan, con sus teorías y sus aparatos, para desmantelar lo que nos protege.

Una leve y fugaz sonrisa, casi un tic, apareció en la comisura de sus labios antes de desvanecerse.

La tensión era palpable, un choque silencioso entre mi pragmatismo científico y su tranquila, pero férrea, resistencia ancestral. Nuestros ojos se encontraron y, por un instante, el ruido del pueblo pareció desvanecerse. Vi en sus ojos una mezcla de resignación y una profunda melancolía que no se correspondía con la inexpresividad de su rostro. Y él, quizás, vio en los míos una determinación inquebrantable. Había una conexión innegable en ese cruce de miradas, una chispa que, en ese momento, ninguno de los dos supo nombrar.

—Mi objetivo es la cura, señor Herrera. Una que no genere más sufrimiento. Eso es todo —dije finalmente. —Ya veremos, doctora Vance. Ya veremos qué 'curas' trae el mundo exterior a Cobre Muerto. Espero que no descubra que algunas verdades, algunas libertades, es mejor que permanezcan dormidas.

Martín asintió lentamente. Me ofrecí a instalarme en la posada, pero él, con la misma calma imperturbable, me indicó una pequeña cabaña adosada a la Casa del Concilio.

—Estará más cerca del Centro de Adaptación. Y... de mí, en caso de que necesite algo durante la noche.

La ambigüedad de sus últimas palabras flotó en el aire, justo cuando el sol comenzaba a esconderse tras las montañas. La noche se cernía sobre Cobre Muerto, y con ella, los secretos de su Vigilia Compartida. Él y yo, dos opuestos traídos por el destino, en la antesala de lo desconocido.

¿Qué secretos guardaba la noche de Cobre Muerto, y cómo afectarían a Elara y Martín?



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En el texto hay: romance, fantasia

Editado: 14.07.2025

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