Guardianes Del Sueño

Capítulo 6: El Centro de la Discrepancia

La luz del día no disipó del todo la extraña resonancia de la noche de Cobre Muerto. La conversación con Martín Herrera había calado hondo. Sus palabras sobre la "aversión ancestral" como una forma de vida resonaban en mi mente mientras caminaba hacia el Centro de Adaptación. Mis notas mentales de la madrugada eran un caos: la Dra. Elara Vance, la científica pragmática, se sentía sacudida por la idea de una verdad tan visceral, tan innegable en la piel, a pesar de carecer de una explicación racional.

El Centro de Adaptación no se parecía al resto del pueblo. No era de adobe cálido y conectado, sino una estructura más moderna, de hormigón y cristal oscuro, con una rigidez que contrastaba con la fluidez orgánica de Cobre Muerto. Al cruzar el umbral, el aire se volvió denso, estéril, con un persistente olor a desinfectante. Aquí no había murmullos de sueños, solo el tenue zumbido de equipos electrónicos.

Me abrí paso hasta una sala de reuniones que parecía sacada de un laboratorio convencional. Los ocupantes, seis personas, me esperaban. Sus rostros, aunque profesionales, reflejaban una mezcla de curiosidad y un escepticismo palpable. El Instituto ya había anunciado mi llegada, pero la presencia de una "foránea" con carta blanca claramente los incomodaba.

—Buenos días. Soy la Dra. Elara Vance, neuróloga del Instituto de Trastornos del Sueño —dije, mi voz sonando demasiado clara. —Dra. Vance. Soy la Dra. Sofía Ramos, psiquiatra y jefa de este centro. Mis colegas son el Dr. Alejandro Vargas, neurólogo; la Licenciada Marina Díaz, psicóloga clínica; el Dr. Ricardo Castro, especialista en medicina del sueño; y nuestros dos asistentes de investigación, Gabriel y Laura.

Una mujer alta, de unos cincuenta años, con el cabello recogido en un moño estricto y una bata blanca inmaculada, se adelantó. Asentí a cada uno, notando las miradas. El Dr. Vargas, con su postura rígida, parecía especialmente receloso. Marina Díaz me observaba con una curiosidad que parecía ir más allá de lo profesional.

—Entendemos que el Instituto los ha enviado para 'auditar' nuestro trabajo. Tenemos nuestros métodos, doctora, y han sido efectivos. No necesitamos que nadie nos diga cómo tratar a nuestra gente —comentó la Dra. Ramos, su tono gélido, sin ocultar su desaprobación. —Mi propósito no es invalidar su trabajo, Dra. Ramos. Mi objetivo es comprenderlo. Las implicaciones de la condición de Cobre Muerto son globales. Lo que sucede aquí podría arrojar luz sobre una característica humana fundamental, una que el mundo exterior podría estar experimentando de formas más sutiles. Buscamos colaboración, no juicio —respondí con calma, mi agenda en mano, un ancla en la tormenta de susceptibilidades. —Con todo respeto, doctora, ¿cree que un par de días aquí le darán más información que años de estudio y práctica? —el Dr. Vargas resopló. —Creo que una perspectiva externa, con una metodología diferente, puede ser invaluable. He notado ciertas particularidades en la organización social de Cobre Muerto, incluso en su arquitectura, que sugieren una adaptación profunda, no solo una patología. Mi conversación anoche con el señor Herrera reafirmó esto.

Mi mirada se posó en él. El nombre de Martín pareció generar un ligero cambio en la sala; una mínima contracción en la mandíbula de Ramos, una mirada furtiva entre Díaz y Castro. Sentí el cambio de energía. Mi mención de Martín, quizás, era un punto sensible. Eso me dio una pequeña ventaja. Decidí que la mejor manera de imponer mi presencia era con transparencia y eficiencia metódica, sin agresividad, pero con una convicción inquebrantable.

—Mi estrategia de trabajo será esta. Primero, necesito acceso completo a sus protocolos de tratamiento y a los historiales clínicos de los pacientes, especialmente aquellos que han experimentado las 'consecuencias inesperadas'. Me interesa la cronología, los síntomas, la duración de la exposición. Segundo, deseo observar en vivo algunas de sus 'terapias de inmersión gradual', con el permiso informado de los pacientes, por supuesto. Y tercero, me gustaría tener la oportunidad de hablar directamente con los pacientes que han sido 'reprogramados', y con aquellos que han desarrollado estas 'consecuencias'.

Continué, mi voz firme pero tranquila.

—La confidencialidad de los pacientes es primordial, Dra. Vance. Y nuestros protocolos son... —la Dra. Ramos cruzó los brazos. —Son vitales para mi investigación. Mi reputación en el Instituto es de absoluta confidencialidad y rigor científico. No estoy aquí para exponerlos, sino para aprender de ustedes y, con suerte, encontrar una solución que beneficie a todos. Si descubrimos un patrón en esas 'consecuencias', podríamos evitar que se repitan aquí y, si la condición es global, en cualquier otro lugar —la interrumpí suavemente, sin alzar la voz. —Tiene razón, Sofía. Si la Dra. Vance puede identificar algo que nosotros hemos pasado por alto, ¿no deberíamos estar abiertos a ello? —la Licenciada Díaz, la psicóloga, rompió el silencio. Su voz era más suave que la de Ramos, con un dejo de curiosidad genuina. —Un nuevo par de ojos nunca está de más, Ramos. Especialmente de alguien con la trayectoria de la Dra. Vance —el Dr. Castro asintió lentamente.

La resistencia de Ramos, aunque aún presente, pareció ceder un ápice. Sabía que la discusión en el Instituto sobre mi currículum había sido intensa, y mi reputación me precedía.

—Muy bien. Tendrás acceso a los historiales bajo estricta supervisión y confidencialidad. En cuanto a las observaciones y entrevistas, lo coordinaremos con los pacientes adecuados. Pero una cosa…

¿Qué condición impondría la Dra. Ramos a Elara, y qué secretos ocultaban los "protocolos" del Centro de Adaptación?



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En el texto hay: romance, fantasia

Editado: 14.07.2025

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