Guardianes Del Sueño

Capítulo 8: El Visitante de Medianoche

La noche había caído con una densidad extraña sobre Cobre Muerto. De vuelta en mi cabaña, la luz tenue de mi lámpara iluminaba mis apuntes del día. Mis ojos pesaban, cansados por la avalancha de información del Centro de Adaptación. La mente me urgía a seguir, pero el cuerpo amenazaba con rendirse. "Solo un poco más", me prometí, luchando contra el peso de mis párpados.

Finalmente, la fatiga ganó. Apagué la luz. El interruptor hizo un suave clic.

La oscuridad me envolvió de inmediato. En ese instante, un escalofrío helado recorrió mi espina dorsal. No era el frío, sino una sensación de exposición cruda, de vulnerabilidad súbita. Mi cerebro no podía soportar la soledad visual. Mis músculos se tensaron, el corazón me dio un brinco. Reaccioné instintivamente, como si el apagón fuera una señal de peligro.

Mis dedos buscaron a tientas el interruptor, encendiéndolo con una urgencia que me avergonzó. La luz inundó la cabaña de nuevo, un alivio inmediato. Respiré hondo, intentando controlar el pulso. "Patético, Elara", me recriminé. Pero sabía que no era la oscuridad; era el silencio, la ausencia total de otra conciencia perceptible, lo que activaba esa alarma primitiva.

Mis ojos, inquietos, se dirigieron a la ventana. El vidrio reflejaba mi rostro pálido. Más allá, la noche de Cobre Muerto se extendía. El murmullo colectivo, esa sinfonía de respiraciones compartidas, se hacía presente, un telón de fondo constante. Y entonces la vi. Una figura alta, inmóvil, apenas detallada por la luz lunar, se recortaba contra el horizonte, mirando directamente hacia mi ventana. Mi corazón volvió a saltar.

Permanecí quieta, la adrenalina corriendo. ¿Cuánto tiempo llevaba allí? ¿Qué hacía? La silueta no se movía, una estatua de vigilancia.

Pasaron unos cinco minutos, que se sintieron como una eternidad, antes de que la figura se moviera. Con lentitud deliberada, se acercó a mi cabaña. La sombra se alargó, y pude distinguir mejor sus contornos. Era Martín Herrera. Mi tensión se disipó un poco, reemplazada por una mezcla de alivio y una exasperante invasión a mi privacidad. ¿Sabía él que no podía dormir sola?

Unos segundos después, un suave golpe resonó en mi puerta.

—¿Sí? —dije, respirando hondo, tratando de recomponerme. Abrí la puerta solo lo suficiente para asomar mi cabeza. Martín estaba allí, su rostro en penumbra, sus ojos grises o verdes reflejando la luna. No había sorpresa en su expresión, solo una calma casi premonitoria.

—Dra. Vance. ¿Problemas para conciliar el sueño? —su voz era un susurro grave. —No son problemas, señor Herrera. Es la... adaptación al entorno. Solo estaba revisando unos apuntes —la mentira se sintió amarga. —Lo entiendo. La aversión ancestral es poderosa. No es algo que se pueda ignorar con la lógica, doctora. Y su cabaña... está más aislada de lo que parece. —él no sonrió, pero una especie de comprensión brilló en sus ojos. —No creo que su presencia aquí ayude —me crucé de brazos, sintiéndome expuesta y molesta. —No tengo intención de invadir su espacio, Dra. Vance. Pero sé que no podrá dormir. Lo he visto incontables veces. La mente se resiste. Y usted, con su mente tan activa, más aún.

Martín dio un paso más cerca, su silueta imponente. Hizo una pausa, y su siguiente propuesta me dejó sin aliento.

—Si le incomoda la soledad total, puedo... recostarme en su sofá. Solo hasta que logre conciliar el sueño. Es lo que hacemos aquí. Nos ofrecemos, sin más.

La idea era una afrenta a todo lo que defendía. Mi privacidad, mi independencia, mi profesionalismo. Él, en mi espacio más personal, solo para que yo pudiera dormir. Era absurdo, inaceptable.

—¡De ninguna manera! —mi voz temblaba ligeramente— Aprecio su... consideración, señor Herrera, pero no es necesario. —No es una 'consideración', doctora. Es una necesidad, una práctica aquí. No la juzgo por no poder dormir. Es la naturaleza de Cobre Muerto. Y créame, es menos invasivo que enfrentar la noche solo.

Martín se mantuvo inmutable. Su mirada se fijó en mí, penetrante.

—¿O prefiere seguir negándose el descanso y enfrentar lo que la soledad hace a la mente, aquí, en la oscuridad?

Mis ojos, cansados, se encontraron con los suyos. El insomnio ya era una mordaza en mi mente. Sentía el pánico, esa alarma visceral, comenzando a crecer de nuevo. La derrota fue amarga. Odiaba ceder, odiaba perder el control, pero mi cuerpo gritaba por el descanso.

—De malas ganas... acepto su propuesta —mis palabras fueron apenas un susurro de rendición.

Me hice a un lado, permitiéndole el paso. La sombra de Martín Herrera entró en mi cabaña, llenando el espacio con su presencia tranquila y dominante. Se dirigió al pequeño sofá, un mueble austero, y se recostó con una facilidad que sugería una práctica habitual. Ni siquiera me miró, simplemente se acomodó.

Volví a mi cama, el aire de la cabaña, antes solo mío, ahora compartido. La luz encendida me protegía de la oscuridad, pero era la presencia de Martín, su respiración constante y regular desde el sofá, lo que comenzó a calmar la alarma en mi cerebro. Me negaba a perder el privilegio de mi privacidad, el bastión de mi individualidad que tanto defendía. Pero allí estaba, una neuróloga del sueño, incapaz de dormir sola. Y el hombre que representaba el corazón de este pueblo, con su rostro inexpresivo y sus ojos enigmáticos, era mi única esperanza para el descanso. Elara Vance estaba en Cobre Muerto, y el pueblo ya le estaba pasando factura.

¿Cómo afectaría esta inesperada "vigilia compartida" la perspectiva científica de Elara?



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En el texto hay: romance, fantasia

Editado: 14.07.2025

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