Guardianes Del Sueño

Capítulo 9: La Mañana de los Secretos a Voces

El insomnio, esa sombra tangible de la noche patagónica, por fin se había disipado. Recostada en mi cama, la respiración rítmica de Martín Herrera desde el sofá, apenas audible, me había arrullado en un sueño que no creí posible. Fue un descanso profundo, reparador, pero al despertar, una mezcla de alivio y una punzada de vergüenza me invadió. La Dra. Elara Vance, defensora acérrima de la privacidad, había sucumbido a la compañía forzada. Mi propia experiencia confirmaba lo que decían: los humanos en este pueblo no pueden dormir solos.

La luz tenue del amanecer se filtraba por la ventana. Me levanté con lentitud, sintiendo el cuerpo menos tenso que la noche anterior. Miré hacia el sofá. Martín ya no estaba. Se había marchado tan silenciosamente como había llegado.

Me vestí rápidamente, intentando no hacer ruido, aunque ahora la cabaña estaba vacía. Mi agenda y mis apuntes seguían sobre la mesita de noche. Al acercarme, noté algo más: una pequeña nota, doblada con pulcritud. La letra era varonil, limpia y sin adornos, tan sobria como el propio Martín.

La abrí con curiosidad. Decía:

"Dra. Vance, Desayune bien. Que tenga un excelente día. Lo sucedido anoche queda entre usted y yo. Es parte de la naturaleza de Cobre Muerto. Martín H."

Una punzada de molestia, mezclada con algo parecido a la gratitud, me recorrió. "Es parte de la naturaleza de Cobre Muerto". No una disculpa, no una explicación, sino una afirmación de su mundo, que ahora, a mi pesar, también se había infiltrado en el mío. ¿Y "lo sucedido anoche queda entre nosotros"? Eso era, por supuesto, una fantasía. En Cobre Muerto, los secretos no existían.

Recogí mis cosas, guardé la nota en mi bolsillo —una prueba tangible de mi derrota— y salí de la cabaña. El sol ya iluminaba las calles de Cobre Muerto. El murmullo de la noche había sido reemplazado por los sonidos cotidianos del despertar del pueblo: el crepitar de las cocinas, el juego de los niños en los patios. Me dirigí hacia la Casa del Concilio, pero antes de llegar, una figura esbelta y familiar apareció en el sendero. Era Laura, la joven asistente del Centro de Adaptación. Sus ojos, grandes y expresivos, se clavaron en mí. Su mirada se deslizó por mi figura, luego se detuvo en la puerta de mi cabaña, y finalmente, buscó algo más allá.

En ese momento, Martín Herrera apareció desde el interior de la Casa del Concilio, dirigiéndose hacia el Centro de Adaptación. Sus ojos grises se cruzaron con los de Laura, y un microsegundo de algo, un destello casi imperceptible, pasó entre ellos.

Los ojos de Laura volvieron a mí, abriéndose apenas un poco más. Una ligera mueca de sorpresa y algo más, algo que se parecía peligrosamente a los celos, cruzó su rostro. Ella lo había visto. Había visto a Martín salir de mi cabaña. La discreción que él había prometido, la intimidad de nuestra extraña noche, ya se había desvanecido con el primer rayo de sol.

Laura se acercó, sus pasos ligeros y rápidos.

—Buenos días, Dra. Vance. Parece que la noche fue... ¿interesante? —su voz era un hilo delgado, pero con una subyacente tensión. Su tono, aparentemente inocente, traía consigo una carga de implicaciones. Mis defensas se alzaron. —He logrado descansar, Laura. El señor Herrera tuvo la amabilidad de asistirme con la adaptación al peculiar patrón de sueño de Cobre Muerto. Es parte de mi investigación —mi voz era firme, profesional. —Oh, claro. La investigación. Martín es muy... dedicado a la adaptación de los recién llegados. Sobre todo cuando se trata de gente del exterior. —Laura sonrió, una sonrisa pequeña y forzada que no llegaba a sus ojos. Sus ojos hicieron una rápida y significativa pausa en la nota que sobresalía ligeramente de mi bolsillo, antes de volver a mis ojos. —Aquí, en Cobre Muerto, todos sabemos cuándo alguien necesita compañía. Y con Martín, bueno, él siempre está ahí para los que más lo necesitan. Es parte de su rol como Representante.

La sutileza de su advertencia no pasó desapercibida. Era un mensaje claro: Martín era parte del pueblo, y sus "favores" no eran exclusivos. Su celo, disfrazado de preocupación, era un muro que se levantaba entre nosotros.

—Entiendo. Mi trabajo es puramente profesional. No hay nada más que interpretar —respondí, mi voz monótona. —Solo espero que su investigación no termine descubriendo cosas que no quiera ver, Dra. Vance. Algunas verdades de Cobre Muerto pueden ser más... complicadas de lo que parecen desde afuera. Especialmente cuando uno se acerca demasiado a lo que no se debe tocar.

Laura asintió lentamente, pero su mirada seguía fija, una mezcla de curiosidad, resentimiento, y una especie de lástima que me exasperó. Con esas palabras, se dio la vuelta y se alejó, dejando un rastro de tensión en el aire frío de la mañana. Cobre Muerto no era un lugar de secretos, o al menos, no de los que la Dra. Elara Vance podía permitirse guardar. La noche había traído descanso, pero la mañana anunciaba complicaciones, y la primera de ellas acababa de presentarse con un vestido y una sonrisa forzada. El pueblo ya le estaba pasando factura, y mi presencia había desatado algo más allá de la mera curiosidad científica.

¿Qué otros "secretos" desvelaría Cobre Muerto a Elara, y cómo afectaría esto su misión?



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En el texto hay: romance, fantasia

Editado: 14.07.2025

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