Guardianes Del Sueño

Capítulo 11: Noches de Secretos Susurrados

Los días en Cobre Muerto transcurrían con una mezcla monótona y fascinante. Mi rutina se había solidificado en un ciclo de entrevistas, análisis de programas de sueño y la observación, cada vez más tensa, de los aislamientos controlados en el Centro de Adaptación. Mi agenda se desbordaba con datos, patrones, y la angustiosa repetición de los síntomas de la aversión ancestral. La Dra. Ramos seguía siendo una muralla de profesionalidad gélida, mientras que Laura, la asistente, me observaba con una mezcla de curiosidad y un resentimiento apenas disimulado, cada vez que mis ojos se cruzaban con los de Martín.

Mis noches, sin embargo, eran la verdadera batalla. Me negaba rotundamente a perder la última brizna de privacidad y a compartir mis espacios de sueño con el resto del equipo del Centro. Mi terquedad, o quizás mi miedo a diluir mi individualidad en esa "Vigilia Compartida", me mantenía atrincherada en mi cabaña. Pero la aversión ancestral era implacable. El insomnio era una tortura.

Diálogo Interno (Dra. Elara Vance):

  • Pensamiento mientras intento dormir: "No, Elara, no cederás. Esta es tu privacidad, tu espacio. Una neuróloga del sueño debe poder controlar su propio cerebro."
  • Sensación física: "Pero el miedo es real. Esta sensación de vulnerabilidad es inaguantable. Mis músculos tensos, el corazón latiendo. ¿Cómo es posible que mi propio sistema nervioso me traicione así?"
  • Rendición: "La fatiga es demasiado grande. Necesito dormir. Aunque odie admitirlo, su presencia es lo único que calma esta alarma interna."

Fue entonces cuando la puerta de mi cabaña volvía a abrirse, casi siempre a la misma hora, después de la medianoche. Martín Herrera, terminando sus rondas de vigilancia, llegaba con la misma calma que la primera vez. Se recostaba en el sofá, una figura discreta en la penumbra. Yo, exhausta, me rendía al alivio de su presencia, que ahuyentaba la alarma interna y me permitía deslizarme hacia el sueño.

Poco a poco, esas noches de soledad compartida se transformaron. Ya no era solo una cuestión de supervivencia funcional. Al principio, hablábamos en susurros antes de que el sueño me venciera.

—...y así fue como nuestros ancestros descubrieron que la oscuridad era más amable cuando se enfrentaba en compañía. Las leyendas se mezclan con la necesidad —susurraba Martín. —Es fascinante cómo la cultura se adapta a una condición biológica. En la ciudad, la soledad es un privilegio, a veces una carga —respondía yo, ya sintiendo el sueño llegar.

Él me contaba historias del pueblo, leyendas de Cobre Muerto que se mezclaban con hechos históricos, relatos sobre los orígenes de la Vigilia Compartida y cómo, para ellos, era una bendición, no una maldición. Yo, a mi vez, le hablaba de mi vida en la ciudad, de la ciencia, de mi pasión por el cerebro humano, y de la soledad autoimpuesta que a menudo acompaña una vida dedicada al conocimiento.

Hubo una noche en particular, bajo una luna casi invisible, cuando la conversación se profundizó. Compartimos detalles íntimos, momentos únicos de nuestras vidas que nunca antes habíamos revelado a extraños. Martín, con su rostro habitualmente inexpresivo, dejaba entrever una nostalgia creciente. Había una melancolía en sus ojos cuando hablaba de la historia del pueblo, una añoranza por una conexión que sentía cada vez más real conmigo.

Diálogo Interno (Martín Herrera):

  • Observación de Elara: "Ella se está abriendo. Su coraza científica se resquebraja cada noche. Veo a la mujer debajo, la que siente y la que busca algo más que solo la verdad lógica."
  • Deseo de compartir: "El secreto... me quema. Ella es la única que podría entenderlo, la única con la mente para procesarlo. Pero el riesgo es inmenso."
  • Conflicto interno: "¿Debo confiarle esto? ¿Qué pasaría si lo usara en contra del pueblo, en su 'búsqueda de una cura global'? Podría destruirnos."
  • Esperanza y Plan: "Pero si hay una posibilidad de que ella, con su inteligencia y esa inesperada fibra humana, pueda amar este lugar, amarme a mí... solo entonces el secreto podría estar a salvo. Solo un amor inquebrantable podría garantizar que la verdad no se malinterprete, no se explote. Necesito su amor, no solo como mujer, sino como el ser humano que ella está revelando."

Percibía su indecisión. Había algo más, un secreto que parecía quemarle por dentro, una verdad que estaba ligada a la propia esencia de Cobre Muerto. Lo notaba en sus miradas prolongadas, en las pausas en sus relatos. Él quería compartirlo, lo sentía. Pero un muro invisible lo detenía.

En el fondo, Martín conocía un secreto de lo que realmente sucedía en Cobre Muerto, una verdad que excedía la simple "aversión ancestral" y que él, como Representante, era su guardián. Sabía que revelar ese secreto podría significar la ruina de todo lo que protegía. Y se aferraba a una creencia, quizás una esperanza desesperada: que solo la fuerza de un amor verdadero, un vínculo inquebrantable, podría garantizar que ese secreto no sería revelado al mundo exterior, que no sería malinterpretado o explotado. Necesitaba ganarse mi amor, no solo como mujer, sino como el ser humano que él empezaba a vislumbrar bajo mi coraza científica, antes de confiarme la carga de su verdad más profunda.

Los días transcurrían, tejiendo una red invisible entre nosotros. La privacidad que yo tanto defendía se desdibujaba cada noche en esa cabaña, dejando espacio para una conexión inesperada.

¿Sería el amor, en un lugar donde la soledad era impensable, la clave para desentrañar el misterio de Cobre Muerto?



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En el texto hay: romance, fantasia

Editado: 14.07.2025

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