El tiempo, en Cobre Muerto, se movía a un ritmo distinto. No con la frenética prisa de la ciudad, sino con la cadencia pausada de las estaciones, de las noches compartidas. Ese destino se hacía presente en cada suspiro de Martín en el sofá, en cada mirada de Laura, en cada rostro que observaba en los patios de sueño. Y yo, Elara Vance, me encontraba atrapada entre la lealtad inquebrantable a la ciencia y un entendimiento que desafiaba toda lógica.
Mis días en el Centro de Adaptación transcurrían en una vorágine de datos. Los informes para el Instituto en Buenos Aires eran meticulosos, exhaustivos. Cada tabla, cada gráfico, cada análisis de ondas cerebrales, era redactado con la precisión que mi reputación exigía. Detallaba los patrones de insomnio, las manifestaciones de la aversión, los resultados de las "terapias de inmersión". Sin embargo, en el último párrafo de cada informe, una frase se repetía, una especie de confesión a mi propia conciencia, a mi pragmatismo científico.
Diálogo Interno (Elara Vance, en las notas del informe):
"Sigo siendo escéptica a esta situación, desde una perspectiva puramente neurológica. La etiología de la 'aversión ancestral' sigue siendo una incógnita que desafía los paradigmas conocidos. Sin embargo, la rutina diaria del pueblo también me ha alcanzado, y con ella, el insomnio en soledad, una condición para la que, hasta ahora, no tengo explicación fisiológica ni psicológica concluyente. Comienzo a considerar que esta dinámica de sueño compartido no es una patología impuesta, sino una parte intrínseca de su existencia. Hay momentos en que me pregunto si esta forma de vida no es simplemente su derecho, y si nuestra intervención es una intrusión injustificada en su autonomía cultural."
Esa última línea, tan subversiva para los ideales de mi Instituto, era el resultado directo de mis noches en la cabaña. Las conversaciones con Martín, cargadas de la historia y el significado de su "Vigilia Compartida", habían sembrado una semilla de duda. Había comenzado a percibir que lo que ellos llamaban una "forma de vida" no era solo una adaptación forzada por la supervivencia, sino algo más profundo, una conexión que, paradójicamente, los hacía sanos en un sentido que mi ciencia apenas empezaba a comprender.
La aversión ancestral ya no era solo un objeto de estudio; era mi propia experiencia. La primera noche que había intentado dormir sola, la alarma visceral, el pánico. La rutina de Martín llegando a mi cabaña, ofreciendo su presencia silenciosa como una cura, se había convertido en una necesidad para mí también. Era una contradicción que me quemaba, pero que, a la vez, me brindaba el descanso vital para continuar mi investigación.
Diálogo Interno (Elara Vance, en la cabaña, antes de que llegue Martín):
Mi lealtad al Instituto me impulsaba a buscar una "solución", una "cura" para liberar a Cobre Muerto. Pero mi propia experiencia, el eco de los murmullos de la noche y la presencia de Martín, me susurraban que quizás la verdadera libertad no estaba en la soledad, sino en la aceptación de una conexión tan profunda que la privacidad se volvía insignificante. Elara Vance había llegado a Cobre Muerto para desentrañar un misterio, pero el pueblo, y su guardián, estaban desentrañando algo en mí.
¿Podría un amor, surgido de una necesidad tan fundamental como el sueño, cambiar el curso de una investigación científica?