Guardianes Del Sueño

Capítulo 16: El Umbral de la Despedida

"Solo debes estar segura. Segura de lo que buscas. Segura de lo que realmente necesitas." Las palabras de Martín Herrera resonaron en mi cabeza mientras me arrastraba a la cama esa noche. No dormí. No por la aversión ancestral, sino por la tormenta que se desataba dentro de mí. Sus ojos en la penumbra, su voz grave al pronunciar esas frases enigmáticas, habían desbaratado mi mundo más que cualquier fenómeno neurológico. La decisión del Instituto de apartarme era un golpe a mi carrera, pero la idea de separarme de Cobre Muerto, de Martín, era un dolor que no había anticipado.

A la mañana siguiente, la luz fría de la Patagonia acentuó la resolución que había tomado. En el Centro de Adaptación, me dirigí directamente a la Dra. Ramos. La encontré en su oficina, tan imperturbable como siempre.

—Necesito informarles que debo regresar a Buenos Aires —empecé, mi voz tan firme como pude lograrlo. —Oh, ¿tan pronto, Dra. Vance? ¿Ha encontrado ya todas las respuestas que buscaba? —Ella levantó la vista, sus ojos azules, habitualmente distantes, me observaron con una mezcla de sorpresa y una satisfacción apenas contenida. Su tono era irónico. —No todas, Dra. Ramos. Pero el Instituto me ha solicitado regresar para rendir un informe personal. Urgente. Sobre mis hallazgos aquí y las... particularidades de Cobre Muerto. —La mentira se sintió gruesa en mi garganta, pero era una tapadera necesaria. —Comprendo. Los burocracia, ¿verdad? Esas mentes en la ciudad siempre necesitan explicaciones directas. —Ramos asintió lentamente, una sonrisa fina dibujándose en sus labios. Se levantó y se acercó. Puso una mano fría sobre la mía, que descansaba sobre el escritorio. —No se preocupe, Dra. Vance. Sé que es una profesional. Este tipo de investigaciones pueden ser... agotadoras emocionalmente. Es bueno tomar distancia. A veces, la objetividad regresa con el aire de la ciudad.

Su "aliento" era una sutil confirmación de que el Instituto le había informado de mis "deslices" subjetivos. Era su forma de decir: "Ya lo sabíamos, y te lo advertimos."

Mientras tanto, Laura, que había estado rondando la puerta de la oficina, entró sin ser invitada, sus ojos brillando con una curiosidad maliciosa.

—Oh, ¿la Dra. Vance se va? Qué lástima. Con lo poco que ha estado aquí, no creo que necesite volver para su informe. Seguro que ya tiene todo lo que necesita. —Su voz era demasiado dulce, un veneno apenas disimulado. Su mirada se deslizó hacia mí; no era solo celos, era una advertencia. Una afirmación de que yo no pertenecía. —Volveré cuando el Instituto lo considere oportuno. —Ignoré a Laura, mis ojos fijos en la Dra. Ramos. La incertidumbre de esa afirmación pesaba sobre mí.

Diálogo Interno (Dra. Elara Vance, mientras empaca):

  • "Cada objeto que empaco se siente como una renuncia. Mis apuntes, mis estudios... parecen tan distantes de la verdad que he vivido aquí."
  • "La nota de Martín. ¿Por qué la guardo? Es la prueba de mi 'fracaso' profesional, de mi 'subjetividad'. Y sin embargo, no puedo tirarla."
  • "Laura tenía razón, de alguna forma. No pertenezco a su mundo, y quizás tampoco ya al mío."
  • "¿Regresar a la ciudad? A la soledad autoimpuesta, a la objetividad desinfectada. ¿Podré volver a dormir sola ahora que he sentido la 'cura' de la compañía?"
  • "Martín... ¿Qué le diré? ¿Qué le diré a ese hombre que ha sido mi ancla en la oscuridad?"

El resto del día fue un torbellino de preparativos. Recogí mis cosas de la cabaña, mis apuntes, mis expedientes, cada objeto empapado de la esencia de Cobre Muerto. La pequeña nota de Martín, la guardé en lo más profundo de mi bolsillo.

La hora de la partida llegó al atardecer. Mi Land Rover esperaba, el motor ya encendido. Los demás miembros del Centro de Adaptación se despidieron con una formalidad cortés, salvo Laura, que simplemente asintió, su rostro una máscara de fría satisfacción.

Martín Herrera me esperaba al lado del vehículo. Su figura, recortada contra el cielo anaranjado, era la calma en medio de mi torbellino. No había venido a despedirme el primer día, pero estaba aquí ahora. Sus ojos, profundos como el lago que rodeaba Cobre Muerto, se encontraron con los míos. No dijo una palabra, pero su mirada lo decía todo: una mezcla de comprensión, de resignación, y de una esperanza silenciosamente instalada. Una esperanza que me invitaba a recordar lo que había sentido en sus brazos, lo que el pueblo me había enseñado, y lo que mi propia ciencia no podía explicar.

Subí al Land Rover, mi mano rozando el volante. Miré a Martín por última vez. Él no se movió. Permaneció allí, de pie, el guardián de los secretos de Cobre Muerto. Sabía que me iba con más preguntas que respuestas, y que una parte de mí, esa parte que se negaba a dormir sola, se quedaba en ese pueblo. El destino, ese hilo invisible, ya había trazado el camino. Ahora solo quedaba ver si mi lealtad a la ciencia podía romperlo, o si el amor, inesperado y prohibido, sería la verdadera cura.

¿Sería este el verdadero final de Elara en Cobre Muerto, o solo el comienzo de su inevitable regreso?



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En el texto hay: romance, fantasia

Editado: 14.07.2025

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