Con mi corazón latiendo con una nueva esperanza, sabía que el destino ya me había dado la respuesta. La voz de Martín, las palabras no dichas que clamaban por mi regreso a Cobre Muerto, resonaban con la fuerza de una verdad innegable. Pero esa respuesta, tan visceral y prometedora, era una que mi lado científico no estaba dispuesto a aceptar sin un análisis minucioso. ¿Regresar sin la autorización del Instituto? ¿Abandonar mi carrera por una experiencia que, para ellos, era pura subjetividad? Busqué los pros y los contras con la misma rigurosidad con la que analizaba los informes de sueño, mi mente una balanza entre la lealtad y el deseo.
Notas Mentales (Dra. Elara Vance):
Como si el universo mismo conspirara en mi contra, mi indecisión se vio abruptamente interrumpida. Un nuevo correo electrónico del Instituto llegó a mi bandeja de entrada, solicitando mi presencia de inmediato. El tono era urgente, sin espacio para la dilación. Una vez más, el llamado del deber.
Al llegar al Instituto, el bullicio habitual parecía haberse desvanecido. Los pasillos estaban inusualmente silenciosos, los despachos con las puertas cerradas. Solo el Dr. Ríos me esperaba. Su secretaria me indicó que pasara directamente a su oficina.
La oficina del Dr. Ríos era un santuario de orden y sobriedad. Las paredes, revestidas de madera oscura, estaban cubiertas de estantes repletos de volúmenes encuadernados y reconocimientos. Un gran escritorio de caoba dominaba el centro, inmaculado, con solo su portátil abierto y un par de informes apilados. El aire olía a cuero viejo y a la mezcla familiar de café fuerte. La luz, filtrada por unas persianas de madera, creaba un ambiente contenido, casi ceremonial. Me hizo un gesto para que tomara asiento en una de las sillas de cuero frente a su escritorio. El ambiente era tan denso que podía casi sentir la gravedad de la situación.
Ríos me observó con una mirada que era una mezcla de preocupación genuina y una calculada frialdad profesional. No era el tono de quien reprende, sino de quien busca una solución a un problema incómodo.
—Dra. Vance, la verdad es que estamos un poco contrariados por esta situación. No queremos perder un elemento tan valioso como usted. Su intelecto, su meticulosidad... son un activo irremplazable para el Instituto —comenzó, su voz grave resonando en el silencio de la oficina. Se recostó en su silla, entrelazando las manos sobre el escritorio. Asentí, sintiendo un leve alivio ante el reconocimiento—. Y creemos firmemente que usted puede llegar a la verdad en ese pueblo, que puede desentrañar el misterio de Cobre Muerto.
Un atisbo de esperanza se encendió en mí. ¿Entonces no todo estaba perdido? ¿Me permitían regresar?
Diálogo Interno (Dra. Elara Vance):
Pero, como en toda promesa de Ríos, presentó el "pero". Y ese "pero", cuando llegó, sonó lleno de negación, como el cierre de una puerta.
—Pero, Elara, creemos necesario que se aboque a otra investigación por un término de seis meses. Es un periodo de transición, un respiro que le permitirá recuperar la objetividad que, a nuestro juicio, se vio comprometida en su última misión —continuó, su tono volviéndose más firme, más directivo.
Diálogo Interno (Dra. Elara Vance):
Ríos deslizó una carpeta por el escritorio hacia mí.
—Hemos considerado cuidadosamente sus habilidades y su historial. Creemos que la investigación sobre los patrones de sueño en comunidades aisladas de la Cordillera patagónica sería un excelente campo de acción. Hay informes preliminares de anomalías en un pequeño asentamiento en Villa La Angostura, no muy lejos, pero tampoco tan cerca de Cobre Muerto. Es un proyecto que requiere su particular atención y discreción.
Villa La Angostura. Patagonia.
El destino, con un capricho cruel o quizás misericordioso, me llevaba de nuevo a la misma región, al mismo aire gélido y puro, pero a una distancia que prometía agonía. Suficientemente cerca para sentir la cercanía de Cobre Muerto, para recordar su murmullo, para saber que Martín estaba allí. Pero suficientemente lejos para que la soledad fuera una constante, una tortura silenciosa. Mi lealtad a la ciencia me había concedido una segunda oportunidad, pero el precio era la incertidumbre de un amor que apenas comenzaba a florecer.