Luego de una noche sin dormir, una travesía impulsada por la urgencia de mi corazón y la promesa de un reencuentro, regresé a Villa La Angostura. Las palabras de Martín aún resonaban en mí, su demanda de lealtad, su intuición sobre la conexión que nos unía. Pero antes de sumergirme en esa nueva realidad, había un paso profesional que dar.
Me estacioné frente a la casa del representante del pueblo, una construcción de madera oscura, sólida y discreta, que se fundía con el paisaje montañoso. No era tan imponente como la Casa del Concilio de Cobre Muerto, pero emanaba una autoridad tranquila. Un letrero tallado en un tronco, con el nombre "Oficina del Guardián" grabado, me indicó que había llegado al lugar correcto.
Pedí hablar con él. A los pocos minutos, un hombre de unos 50 años, de cabello entrecano y ojos sagaces que denotaban una vida de observación, me recibió. Su vestimenta era sencilla, pero su porte, erguido y sereno, revelaba la dignidad de su cargo. Él era el Guardián Mayor, la figura central que velaba por el bienestar y las tradiciones del pueblo.
Me hizo pasar a su despacho, un espacio sobrio pero acogedor. Un gran ventanal ofrecía una vista privilegiada al bosque. Un escritorio de madera maciza dominaba la habitación, con documentos ordenados y una pluma antigua. El aire olía a pino y a un sutil incienso, creando una atmósfera de calma y sabiduría ancestral.
—Dra. Vance, es un placer tenerla de vuelta. ¿Ha tenido ya algunos indicios sobre su investigación? La gente de aquí está... expectante —dijo el Guardián Mayor con voz grave y amable, invitándome a sentarme con un gesto calmado de la mano.
Mi mente, a pesar de la falta de sueño, estaba lúcida.
—Sí, señor —respondí, sintiendo la solemnidad del momento—. He visitado el Lago Espejo Chico. Y tengo una sospecha. Creo que la causa de los patrones de sueño en estas comunidades no es una patología neurológica individual, sino algo relacionado con el entorno, con la flora local. En particular, una flor de pétalos azulados con toques negros...
La Revelación del Guardián
Antes de que pudiera terminar la descripción, el Guardián Mayor se puso pálido. Su rostro, antes sereno, perdió todo color, tan blanco como la hoja de papel que tenía sobre el escritorio. Mis palabras habían tocado una fibra sensible. Mi hipótesis no era errada; había dado en el blanco.
Un momento de silencio que me pareció eterno llenó la habitación. Pude oír el latido de mi propio corazón. Finalmente, su voz, apenas un susurro, rompió el mutismo.
—¿Conoces a Martín Herrera? —La pregunta se cernió en el aire, haciéndome eco en lo más profundo de mi corazón. La mención de su nombre, en ese contexto, me hizo consciente de la red invisible que se tejía a mi alrededor. —Sí —fue mi respuesta segura, certera, pero con un aire de añoranza que no pude ocultar. Mis ojos probablemente delataban el vínculo que se había forjado.
El Guardián Mayor me miró con una expresión indescifrable, una mezcla de sorpresa y algo parecido a la resignación.
—Tenía razón. Eres inteligente. Sabía que encontrarías la respuesta —continuó, con voz recuperando algo de su fuerza, ahora con una solemnidad inquebrantable; inclinándose ligeramente hacia adelante, su mirada directa y penetrante—. Esta flor, Elara, es la clave de nuestro descanso. De nuestra existencia. Es un secreto que hemos guardado durante siglos. Y ahora que lo has descubierto, tú también deberás resguardarlo. Como guardianes que somos.
La palabra "guardianes" resonó en mi mente. Me estaba invitando a ser parte de algo más grande, a un nivel que excedía mi comprensión inicial.
—Confío en tu lealtad a la ciencia y al Instituto. Pero para continuar con tu investigación aquí, para desentrañar los secretos de esa flor, deberás firmar un contrato de confidencialidad. Podrás informar de tus resultados sobre los patrones de sueño al Instituto, pero no podrás revelar ninguna información acerca de las propiedades de la flor que ya has descubierto, ni su significado para nuestros pueblos. Esta es nuestra condición. Si el Instituto se niega a esto, te invitamos a que te retires del pueblo —dijo con un tono que implicaba una sutil ironía, pero con firmeza.
Sus palabras me dejaron con un mundo de preguntas. ¿Por qué la flor era tan importante? ¿Qué implicaciones tenía su conocimiento? ¿Y cómo reaccionaría el Instituto a una demanda tan inusual? Me puse de pie, la cabeza zumbando.
—Lo entiendo —dije, más firme de lo que me sentía—. Informaré al Instituto.
Con un asentimiento, me retiré de la oficina, dejando atrás al Guardián Mayor y su aura de antiguos secretos. Regresé a mi apartamento y, sin perder un minuto, me senté frente a mi portátil para enviar un correo al Instituto. La moneda había sido lanzada, y esta vez, el destino de mi investigación, y quizás de mi corazón, dependía de su respuesta.
¿Cómo reaccionaría el Instituto a esta inusual petición de confidencialidad, y qué consecuencias tendría para la carrera de Elara?