"Dra. Elara, su deber está con la ciencia y con el Instituto." La voz del Dr. Ríos resonó a través de la video llamada, grave y autoritaria, sin dejar lugar a la negociación. Habíamos pasado horas debatiendo. Ellos, presentando hipótesis sobre cómo seguir la investigación en Villa La Angostura sin firmar ese contrato de confidencialidad; yo, defendiendo la necesidad de una aproximación diferente. Estaba claro que no cederían. La única vía para ellos era regresar, e ir por medios legales para obtener la información de la flor, si realmente era tan crucial.
Después de horas de deliberaciones que parecían eternas, la videollamada finalmente terminó. Colgué, la imagen de los tres directivos desapareciendo de mi pantalla. Me quedé allí, en la quietud de mi departamento, con una decisión monumental colgando en el aire. ¿Regresar a Buenos Aires y seguir trabajando bajo sus reglas, traicionando mi propia verdad y la lealtad que ahora sentía? ¿O regresar y presentar mi renuncia, abrazando un camino incierto pero alineado con mis nuevos objetivos? Mis objetivos estaban cambiando, sí. Y la lealtad que sentía por Cobre Muerto, por Martín, era ahora más fuerte que cualquier afiliación institucional.
El Regreso al Guardián Mayor
Sin pensarlo dos veces, con la agenda en mano y una determinación fría, salí de mi departamento y me dirigí de nuevo a la oficina del Guardián Mayor en Villa La Angostura. La urgencia era imperiosa.
Llegué, y su ayudante me hizo pasar de inmediato. El Guardián Mayor levantó la vista de su escritorio, y una expresión de sorpresa cruzó su rostro habitualmente sereno.
—¿Dra. Vance? Su regreso es... inesperado —dijo con voz calmada, pero con una ligera sorpresa evidente en su mirada.
Mi voz me salió más firme de lo que creí posible. Con postura erguida y la mirada directa a sus ojos, le respondí:
—Lo sé, señor. Pero he tomado una decisión.
Él me miró con una calma que me invitó a continuar.
—Hemos hablado un poco, ¿verdad? Sobre el propósito de mi investigación, sobre la flor, sobre la necesidad de proteger su legado —tomé aire—. El Instituto se niega a que firme el contrato de confidencialidad que me propuso.
El Guardián Mayor no mostró sorpresa. Simplemente asintió, sus ojos sagaces fijos en los míos. Sentí una extraña liberación, como si me quitara un peso de encima. Mis hombros se relajaron ligeramente.
—Por lo tanto —continué, sintiendo el peso de mis palabras, pero también una extraña ligereza, como si me quitara un yugo de encima—, he decidido que debo renunciar a mi puesto en el Instituto. Y he venido a pedirle que me permita firmar el contrato de confidencialidad. Pero no a nombre del Instituto. A nombre de la Dra. Elara Vance, como individuo. Mi decisión está hecha. Renunciaré. Y quiero protegerlos. Quiero proteger este secreto.
El Juramento Silencioso
El Guardián Mayor me observó en silencio, sus ojos escrutando mi alma. Pude ver en su mirada que entendía la magnitud de mi paso, el sacrificio profesional que implicaba.
—¿Sabes lo que esto significa, verdad, Dra. Vance? —preguntó con voz suave, casi un murmullo, pero con una profunda solemnidad—. Significa que el Instituto podría citarte ante un tribunal, acusarte de incumplimiento de contrato, exigirte que reveles todo lo que sabes bajo el juramento de tu pertenencia a ellos. Podrías perder tu licencia, tu carrera.
El miedo estaba ahí, pero la convicción era más fuerte. Mi tono de voz inquebrantable, la mirada desafiante pero serena.
—Lo sé —respondí—. Pero mi lealtad ya no está con un sistema que se niega a ver más allá de sus propios paradigmas. Mi lealtad está con la verdad. Y con ustedes.
Él sonrió, una sonrisa genuina y cálida que transformó su rostro. Deslizó un documento sobre el escritorio con un gesto firme y acogedor.
—Muy bien, Elara Vance. Bienvenida a la familia de guardianes —dijo con una sonrisa genuina y una calidez inusual en sus ojos—. Aquí está el contrato. Tiene los mismos términos. Solo cambia el firmante.
—Una última petición —le dije, mirando el reloj en su pared. Eran las tres de la tarde—. Me gustaría que la firma se hiciera efectiva después de las cinco de la tarde. Necesito ese tiempo para firmar personalmente mi carta de renuncia al Instituto y enviarla. No quiero que piensen que los estoy traicionando mientras aún estoy bajo sueldo.
El Guardián Mayor me miró con respeto en sus ojos.
—Un último acto de lealtad a tus viejas convicciones —murmuró con tono pensativo, un eco de admiración—. Lo haré. A las cinco y un minuto, el contrato con la Dra. Elara Vance será oficial. Y tu juramento, silencioso pero poderoso, comenzará.
Me levanté de la silla, mi corazón latiendo con una mezcla de emoción y una libertad recién descubierta. La Dra. Elara Vance, la científica de renombre, había desaparecido. En su lugar, emergía una nueva Elara, lista para un camino incierto, pero guiada por una verdad que se sentía más auténtica que nunca. El regreso al trabajo era inminente, pero ya no era el mismo trabajo. Ahora, era una misión personal, un juramento a un secreto y a una conexión que trascendía toda ciencia conocida.
¿Cómo afectaría esta renuncia y juramento la vida de Elara, y qué nuevas responsabilidades asumiría como Guardiana?