La respuesta del Instituto no se hizo esperar. Un torrente de correos y llamadas, cada uno más amenazante que el anterior, inundó mi bandeja de entrada. Hablaban de incumplimiento de contrato, de acciones legales, de llevarme hasta la justicia. Pero mi convicción era fuerte, mi decisión, profunda. Había cruzado un umbral. Respondí con un único correo conciso, proporcionando el nombre y el contacto del abogado que el Guardián Mayor utilizaba. Así, evitaba el contacto directo y transfería la confrontación a un terreno legal.
La Dra. Elara, la científica del Instituto, estaba desapareciendo. En su lugar, emergía la Guardiana Dra. Elara. Mi objetivo seguía siendo la investigación, la búsqueda de soluciones. Pero ahora, mi propósito era distinto: mejorar la calidad de vida de los habitantes de estas comunidades, no para "curarlos" según los parámetros de la ciudad, sino para ofrecerles opciones que les permitieran elegir su nivel de conexión y privacidad.
Con la autorización del Guardián Mayor y la colaboración de los habitantes, desarrollamos una serie de medidas de seguridad. Las sendas hacia el Lago Espejo Chico fueron discretamente señalizadas con indicaciones confusas para los turistas, y se implementaron sistemas de vigilancia sencillos, pero efectivos, para ocultar su existencia a visitantes no deseados. La flor, nuestro secreto, debía permanecer a salvo.
Mi investigación sobre la flor avanzó rápidamente. Sus propiedades, complejas y fascinantes, revelaron una interacción con el cerebro humano que iba más allá de cualquier sustancia conocida. Trabajé incansablemente en un antídoto, una formulación que, al ser absorbida por el cuerpo, permitiría a las personas dormir en soledad. No era una "cura" de la aversión, sino una modulación, una herramienta. Y funcionó. Por primera vez, algunos habitantes lograron experimentar la privacidad individual en el sueño, o dormir solos en pareja, si así lo deseaban, sin la angustia del insomnio. Era un logro científico, pero también una victoria cultural.
Un Nuevo Camino se Abre
Mi trabajo en Villa La Angostura estaba hecho. Había cumplido mi promesa. El Guardián Mayor, sentado en su despacho, me miró con una sonrisa enigmática.
—Tu labor aquí ha sido excepcional, Elara Vance. Has honrado tu palabra. Has protegido nuestro secreto. Y has brindado a nuestro pueblo una libertad que no conocíamos —su mirada se hizo más intensa, con un brillo de ironía en sus ojos—. ¿Deseas quedarte aquí, Elara? Estás invitada. Hay mucho por hacer.
No era una pregunta real. Su tono, su sutil inclinación de cabeza, intuían mi respuesta. Mi corazón estaba en otra parte, en un pueblo más allá de la montaña, con un guardián diferente. Abrí la boca para responder, para expresar mi gratitud y mi decisión de seguir mi propio camino.
En ese instante, la puerta de la oficina se abrió con una lentitud deliberada. La figura alta y familiar de Martín Herrera se hizo visible en el umbral, su silueta imponente contra la luz del exterior. Había llegado. Nuestras miradas se encontraron, y una corriente eléctrica me recorrió. No había necesidad de palabras, ni de preguntas. Él lo sabía. Sabía lo que había logrado, lo que había arriesgado. Y lo que mi corazón había elegido.
Martín me miró a los ojos, una leve sonrisa, ahora familiar, en sus labios. Sin mediar palabra, extendió una mano hacia mí, sus ojos brillando con una certeza inquebrantable.
—Lista, Elara —dijo, su voz profunda y resonante, llenando la habitación y mi alma—. Para tu nueva vida.
¿Qué nuevos desafíos y revelaciones le aguardarían a Elara en esta "nueva vida" junto a Martín en Cobre Muerto?