Los años se tejieron en la trama de Cobre Muerto, cada uno un hilo más en el tapiz de nuestro destino. La vida de Guardiana, compleja y profundamente gratificante, se desplegó ante mí con la fuerza de un propósito renovado. Mi ciencia, antaño confinada a laboratorios estériles, encontró su verdadero hogar en la tierra viva de la Patagonia, trabajando no para curar una "anomalía", sino para comprender y preservar la esencia de una conexión ancestral.
El momento del sacrificio de Martín, su ineludible fusión con la vena telúrica, llegó con la misma solemnidad con la que había sido anunciado. Fue un acto de amor incomprensible para el mundo exterior, un juramento de vida por la vida de su pueblo. Estuvimos allí, Ruby y Ángel a nuestro lado, testigos de la valentía de un padre y el profundo lazo que lo unía a su linaje y a la tierra misma. No fue una despedida, sino una transformación. Su presencia, ya no física en la misma forma, se convirtió en el murmullo constante que ahora habitaba cada rincón de Cobre Muerto, el latido del pueblo, la voz silenciosa de su Guardián. Su amor, nuestra conexión, se hizo parte de la misma red de sueños que él ayudó a proteger.
Mi corazón, antes anclado en la lógica y la objetividad, ahora latía al ritmo de Cobre Muerto, fusionado con su legado y el amor de Martín. Comprendí que la confianza no era solo una palabra, sino el cimiento de nuestra existencia. Las promesas que nos hicimos, bajo el árbol ancestral y en la quietud de nuestras noches, se habían grabado en el alma del pueblo y en la esencia de mis hijos. Ruby y Ángel, con la sangre de los Herrera y la curiosidad de los Vance, crecían entendiendo que su herencia era más vasta que cualquier conocimiento científico. Ellos serían los guardianes de una verdad que afirmaba lo que, en el fondo, siempre supimos.
Los humanos no estamos destinados a vivir en soledad. Quizás, al final, esa es la lección más grande de Cobre Muerto. La verdadera "aversión" no es al sueño sin compañía, sino a la vida sin conexión. Somos seres para la compañía, forjados en el abrazo, en el compartir, en el sentir al otro. En el murmullo de Cobre Muerto, en el amor que nos une, encontramos la verdad más profunda: que somos mejores, más completos, más humanos, en compañía de las personas que amamos. Y bajo el vasto cielo de la Patagonia, en el corazón de un pueblo que late al ritmo de un amor eterno, finalmente, lo fuimos.