El esperado aniversario del colegio llegó envuelto en un aura de fiesta que contagió desde los más pequeños de primero hasta los veteranos de quinto año. Las aulas, adornadas con guirnaldas de colores vibrantes y globos que flotaban como burbujas de alegría, palpitaban al ritmo de risas y murmullos excitados. Los pasillos, usualmente grises bajo la luz fluorescente, se transformaron en arterias de vida donde resonaban ecos de canciones y el crujir de las pancartas al viento.
Los estudiantes de quinto, ataviados con sus polos conmemorativos, azules como el cielo de aquella mañana, inauguraron la ceremonia con un discurso que osciló entre la nostalgia y la promesa. Sus voces, cargadas de un temblor apenas contenido, hablaron de legados y despedidas, dejando a más de uno con los ojos brillantes y un nudo persistente en la garganta. Era el peso de lo que terminaba, sí, pero también el susurro de lo que estaba por comenzar.
Por las mañanas, las clases transcurrían con una normalidad fingida, como si profesores y alumnos hubieran pactado guardar las energías para el verdadero evento. Pero al caer la tarde, cuando el sol dorado se inclinaba sobre la losa techada, el colegio entero cobraba vida. Los encuentros deportivos atraían multitudes: padres, maestros y estudiantes se apiñaban en las gradas, formando un mosaico de gritos y colores.
El debut de las secciones de primero fue una tormenta perfecta de triunfos. La victoria de 1A, en particular, quedó grabada en la memoria colectiva. No fue solo el marcador, ni siquiera el gol de Oswaldo en el último minuto, un remate preciso que venció al portero con la elegancia de una flecha, sino el estallido de euforia que siguió. Yarissa, siempre fogosa, saltó la barrera de las gradas como si tuviera alas, corriendo hacia el campo con los brazos abiertos.
—¡Ese es mi delantero! —rugió, golpeando el aire con un puño que parecía desafiar al destino mismo.
Zoe y Araceli, en una coreografía espontánea, entrelazaron sus brazos y corearon: "¡1A, 1A, nadie nos gana ya!" Sus voces, agudas y llenas de vida, se mezclaron con los aplausos del público. Kevin, más discreto, pero no menos emocionado, se acercó a Oswaldo y le dio una palmada en la espalda que resonó como un tambor.
—Lo hiciste —murmuró, y en esas tres palabras hubo un reconocimiento tácito, un puente tendido entre dos mundos que rara vez se tocaban.
Oswaldo, con el pecho aún agitado por el esfuerzo, alzó los brazos hacia el cielo. No era solo la adrenalina del gol, ni siquiera la ovación de la multitud. Era algo más profundo: la sensación de pertenecer, de ser parte de algo más grande que él mismo.
Entre la multitud, Valeria aplaudía. Su sonrisa, aunque genuina, tenía la fragilidad de un cristal a punto de romperse. Cada porra, cada grito de celebración, parecían empujarla un paso más lejos del círculo de luz donde Oswaldo brillaba. Sus ojos, traicioneros, volvían una y otra vez hacia él, como si buscaran algo que ya no estaba allí.
Lucas, siempre observador, captó la tensión en su mirada. Se inclinó hacia ella, lo suficiente para que sus palabras no se perdieran en el alboroto, pero no tanto como para invadir su espacio.
—Estás bien, ¿no? —preguntó, su voz fue un susurro entre el caos.
Ella asintió, rápido, mecánicamente.
—Sí, sí… solo que fue un buen gol —respondió, pero las palabras sonaron huecas, como si intentara convencerse a sí misma.
En el aire, cargado del olor a césped artificial y sudor juvenil, flotaba una pregunta no dicha: ¿Cuándo dejamos de ser nosotros?
Al día siguiente, el partido más esperado del torneo enfrentó a 5A contra 5B bajo un sol inclemente que parecía avivar la rivalidad. Cada ataque, cada defensa desesperada, era un duelo de orgullos que electrizaba el ambiente. Las gradas vibraban con cada gol, los gritos de los espectadores se mezclaban en un coro caótico, y hasta los profesores olvidaron su compostura para vitorear. El marcador osciló como un péndulo hasta que, finalmente, 5A se alzó con un triunfo agónico: 4-3.
Aunque no eran de su salón, Yarissa, Zoe y Araceli se unieron a la celebración como si el triunfo también les perteneciera. Zoe, con una corona de cartulina dorada que le resbalaba sobre la frente, señaló a los derrotados de 5B con una sonrisa pícara.
—¡La A, siempre los mejores! —gritó, y su voz se perdió entre el bullicio.
—Aunque seamos de 1A, jugamos como de quinto —añadió Araceli, lanzando una mirada cómplice a Oswaldo, quien observaba la escena con una sonrisa cansada pero satisfecha.
El tercer día del torneo, sin embargo, fue cuando la tensión alcanzó su punto álgido. El duelo entre 1B y 1C dominaba todas las conversaciones, desde los pasillos hasta la cafetería. En el aula de 1C, José afilaba no solo su ingenio, sino la determinación de su equipo.
—Hoy toca humillar al 1B —anunció, apoyándose en el escritorio mientras Renzo y Mika asentían con sonrisas que delataban su confianza. —Que Thiago y los suyos se preparen… porque no les vamos a dejar respirar.
Al otro lado del pasillo, en el aula de 1B, el ambiente era distinto, pero igualmente intenso. Thiago, con los cordones de sus chimpunes ajustados hasta la perfección, recorría la mirada por cada uno de sus compañeros.
—Hoy demostramos quién es la mejor sección —dijo, y sus palabras caían como martillazos. —Nadie se confía, nadie se relaja. Esto no termina hasta que el silbato suene.
Cuando llegó la hora del almuerzo, los grupos se dividieron como fronteras trazadas por una guerra invisible. Oswaldo, ahora más arraigado a su nuevo círculo, siguió a Yarissa, Kevin, Zoe y Araceli hacia la pollería de siempre. El local, pequeño y ruidoso, olía a especias y aceite caliente. Entre bocados de pollo a la brasa y sorbos de gaseosa, las risas fluían con naturalidad.
—Oye, si hoy mete gol José, te invito una hamburguesa doble —dijo Kevin, señalando a Araceli con un hueso de pollo.