Guardianes Del VacÍo: La Prueba De Los Elegidos

CAPITULO VIII: El Partido Más Esperado del Primer Año

El Colegio San Elías vibraba con una energía eléctrica que recorría cada rincón, desde las aulas hasta los pasillos, pero era en el campo deportivo donde toda esa efervescencia se concentraba como un rayo. La losa techada, testigo silenciosa de tantas batallas estudiantiles, se preparaba para presidir otro duelo legendario. Esta vez, el enfrentamiento entre las secciones B y C de primer año prometía escribir un nuevo capítulo en la historia del torneo.

Desde el primer silbatazo, el partido se desarrolló como un ajedrez humano, cada movimiento era calculado, cada jugada estaba cargada de intención. Renzo, convertido en el muro infranqueable del 1C, dirigía la defensa con la precisión de un general en el campo de batalla. Sus ojos, siempre alerta, anticipaban cada jugada como si leyera los pensamientos del rival. Thiago, acostumbrado a ser el astro indiscutible del 1B, se encontraba por primera vez con una resistencia que no podía derribar con su habitual arrogancia. Cada intento de avance era neutralizado, cada regate respondido con una intercepción impecable.

En las gradas, el fervor alcanzaba su punto máximo. Yarissa, Zoe y Araceli, convertidas en las animadoras no oficiales del 1A, coreaban consignas con un entusiasmo que contagió a medio estadio. Sus voces se alzaban por encima del murmullo general, claras y potentes:

"¡Defensa, Renzo, cierra ese arco!" "¡Vamos 1C, demuéstrales lo que valen!"

Su parcialidad no era casual. Entre los del 1B y ellos existía una rivalidad que trascendía lo deportivo, alimentada por miradas altaneras y comentarios que nunca llegaron a ser olvidados. Cada jugada del 1C era celebrada con especial júbilo, cada error del 1B recibido con una mezcla de satisfacción y burla amistosa.

El partido seguía su curso, era un péndulo de emociones que balanceaba a un lado y otro sin decidirse por un claro dominador. En el campo, José demostraba por qué era el alma de su equipo, distribuyendo el juego con pases milimétricos que mantenían a raya a la defensa rival. Mientras, en el banquillo del 1B, los jugadores comenzaban a mostrar signos de frustración, intercambiando miradas cargadas de incredulidad ante la resistencia que encontraban.

El sol comenzaba a inclinarse sobre el horizonte, tiñendo el césped artificial de tonos dorados, cuando ocurrió la jugada que todos recordarían. Un pase largo del 1C encontró a Emiliano en posición de gol. El silencio se hizo por un instante, solo roto por el grito desgarrado del portero del 1B al lanzarse en vano. El balón se alojó en la red con un sonido satisfactorio, y las gradas estallaron. Yarissa saltó como resorte, abrazando a quien tuviera al lado, mientras Zoe y Araceli coreaban al unísono:

"¡Así se hace, así se juega!"

El marcador ahora favorecía al 1C, pero todos sabían que el partido estaba lejos de terminar. Thiago, con el ceño fruncido y la mandíbula apretada, reunió a su equipo para un último esfuerzo. El mensaje en sus ojos era claro: esto no se acaba aquí.

La euforia del 1C se desvaneció tan rápido como había surgido. Thiago, con los ojos brillando de determinación, recibió el balón cerca del medio campo y comenzó su carrera imparable. Sus pies parecían no tocar el césped mientras esquivaba a un defensor tras otro con movimientos casi hipnóticos. Renzo, por primera vez en el partido, calculó mal su intervención. Fue todo lo que Thiago necesitó - un instante de duda, un centímetro de espacio. El disparo cruzó la portería como un relámpago, golpeando la red con un sonido que silenció a medio estadio.

Las gradas del 1B explotaron en un caos de júbilo. Los jugadores saltaban abrazándose mientras sus seguidores coreaban cánticos de victoria anticipada. Algunos, más osados, se volvieron hacia la tribuna del 1A agitando sus camisetas como banderas de guerra.

—¡Ustedes son los siguientes en caer! —gritó uno, la voz estaba cargada de arrogancia juvenil. —¡Prepárense para perder como estos perdedores!

Pero el partido aún respiraba. José, con el rostro cubierto de sudor y tierra, recibió un pase perfecto de Mika en el minuto 28. El tiempo pareció detenerse cuando controló el balón, levantó la vista y midió su opción. El disparo fue una obra de arte - preciso, potente, imparable. El arquero del 1B apenas atinó a girar la cabeza antes de que el esférico anidara en el ángulo superior.

El estadio enmudeció por un instante antes de estallar en una ovación ensordecedora. Algo mágico ocurrió en las gradas: los grupos de Yarissa y Valeria, antes separados por tensiones invisibles, se fundieron en un solo grito de alegría. Incluso Nadia, siempre al margen de estas demostraciones emocionales, se dejó llevar por el momento. Sus manos, normalmente ocupadas con libros o apuntes, se alzaron para aplaudir con un entusiasmo que sorprendió hasta a ella misma.

La igualdad duró poco. Marcos, el mediocampista del 1B, aprovechó un error defensivo para empatar nuevamente con un cabezazo preciso. Y cuando el reloj marcaba los últimos minutos, llegó la polémica: el árbitro señaló el punto penal tras una falta dudosa en el área. Las protestas del 1C cayeron en oídos sordos. Thiago se colocó frente al balón con la tranquilidad de quien sabe que el destino está de su lado. El silbato sonó, su disparo fue impecable.

2-1. El pitido final encontró al 1B celebrando con la euforia de los triunfos inesperados y al 1C hundido en la amargura de una derrota injusta. En las gradas, las emociones se mezclaban: decepción, rabia, pero también un extraño sentimiento de unidad. Porque en ese instante, más allá de los resultados, algo había cambiado entre ellos. Las barreras se habían resquebrajado, dejando entrever la posibilidad de que, tal vez, no estaban tan divididos como creían.

El campo se había convertido en un escenario de contrastes. Mientras los jugadores del 1B se abrazaban en un círculo de euforia desmedida, celebrando cada gesto como si hubieran ganado un campeonato mundial, el equipo del 1C se retiraba con pasos lentos pero dignos. José caminaba al frente, tenía la camiseta empapada de sudor y el rostro aún marcado por el esfuerzo del partido. Aunque mantenía la cabeza erguida, sus puños semi-cerrados delataban la frustración que hervía bajo su aparente calma.




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