Guardianes Del VacÍo: La Prueba De Los Elegidos

CAPITULO IX: Empate con sabor a victoria

El cuarto día del torneo amaneció con una energía electrizante que se filtraba por los pasillos del colegio incluso antes del primer timbre. Pero cuando el cronograma reveló el enfrentamiento entre 5A y 1A en la tarde, el murmullo general se transformó en un coro de anticipación. Yarissa, al leer el anuncio en el tablero, esbozó una sonrisa que mezclaba desafío y confianza.

—Ahora les toca caer a los de quinto —declaró, cruzando los brazos con aire triunfal mientras sus amigas asentían. —Ya verán lo que es jugar contra los mejores de primer año.

El comentario flotó en el aire justo cuando Thiago y su grupo de la sección B pasaban por el lugar. El capitán del equipo rival no pudo resistir la oportunidad de lanzar su dardo.

—Sí, estará buena la goleada —replicó con una sonrisa sardónica. —De verlos perder, claro. Imposible perdérmelo.

Las risas de sus compañeros contrastaron con las miradas fulminantes que recibieron del grupo de la sección A. El intercambio duró apenas segundos, pero dejó claro que las rivalidades seguían vivas, incluso cuando nuevas alianzas comenzaban a formarse.

Las clases matutinas transcurrieron bajo esa tensión sutil, con la expectativa del partido flotando sobre cada lección. En el laboratorio de Química, los grupos mostraron destinos divergentes: Oswaldo, Kevin y el trío de chicas completaron sus experimentos con una eficiencia que les valió elogios del profesor, mientras que, al otro extremo del salón, el equipo de Valeria sufría las consecuencias de un error de cálculo.

—¡Era obvio que el matraz explotaría con tanto calor! —Lisbeth reprochó mientras recogían los restos del equipo de destilación fraccionada, su voz era más aguda de lo habitual.

Lucas, siempre el mediador, intentó aligerar el ambiente mientras recogía fragmentos de vidrio:

—Al menos nadie salió herido. Podríamos considerarlo un éxito en términos de supervivencia.

—Sí, sobrevivimos —admitió Valeria, secándose las manos manchadas de reactivos. —Aunque dudo que nuestro promedio sobreviva a esto.

Fue Nadia, con su habitual humor, quien terminó por romper la tensión:

—Lo importante es que el laboratorio sigue en pie. Más o menos.

Sus palabras, entregadas con perfecta seriedad, provocaron una carcajada general que pareció limar las asperezas del momento. Mientras salían del salón, el grupo de Yarissa ya los esperaba en el pasillo, sus sonrisas victoriosas contrastaban con las expresiones cansadas de los químicos frustrados. Dos equipos, dos resultados distintos, pero una misma promesa de lo que vendría en la tarde: no solo un partido de fútbol, sino otro capítulo en esta historia que seguía tejiendo conexiones inesperadas entre ellos.

El sol de la tarde caía a plomo sobre la cancha cuando el ambiente comenzó a cargarse de electricidad. Todo el estrés acumulado de las clases, los experimentos fallidos y las rivalidades se disipó como humo, reemplazado por un entusiasmo contagioso que se propagaba entre risas, bromas y el crujir de las camisetas nuevas al moverse. El equipo del 1A, con Oswaldo al frente, se reunió en el centro del campo para un último grito de motivación. Mateo ajustaba sus espinilleras con dedos nerviosos, Alexander realizaba estiramientos con concentración militar, Lucas revisaba atentamente el estado del terreno de juego, y Cristian, el portero, daba palmadas a los postes como saludando a viejos amigos. Frente a ellos, los gigantes de 5A, imbatibles hasta el momento, se calentaban con la seguridad de quien sabe que tiene la ventaja estadística.

Las gradas eran un hervidero de colores y sonidos. Yarissa había organizado a su escuadrón de animadoras - Valeria, Nadia, Lisbeth, Valentina, Araceli y Zoe - en la primera fila, donde sus voces se escucharían con más fuerza. Zoe ondeaba una bandera casera con los colores de la sección, mientras Araceli repartía silbatos que pronto formarían parte del ensordecedor coro de apoyo.

—¡Hoy es nuestro día! —gritó Yarissa, abrazando por los hombros a Valeria y Nadia simultáneamente.

En el sector contiguo, los alumnos de la sección B se agrupaban con expresiones que oscilaban entre la curiosidad y el escepticismo. Valeria, al notar sus miradas evaluadoras, no pudo resistir la tentación de lanzarles un guante verbal:

—¿Seguro que quieren ver esto, chicos? —preguntó con una sonrisa pícara que iluminaba su rostro. —Se van a llevar una decepción tremenda cuando ganemos.

Zoe soltó una carcajada tan espontánea que casi se le cae la corona de cartulina que llevaba puesta, mientras Lisbeth, normalmente reservada, asentía con complicidad.

Pero el verdadero espectáculo estaba en la entrada de la cancha, donde los miembros de la sección C hacían su aparición estelar. José lideraba el desfile con una pancarta que rezaba "1A = FUTUROS CAMPEONES" en letras desiguales pero llenas de espíritu. Renzo y Mika seguían detrás, repartiendo más carteles improvisados entre los espectadores. La solidaridad entre las secciones más jóvenes era palpable, un frente unido contra el establecimiento de los mayores.

El árbitro sacó su silbato a relucir, y un silencio expectante cayó sobre el recinto. En ese instante suspendido en el tiempo, cuando el balón estaba por iniciar su danza sobre el césped, todos entendieron que esto era más que un partido: era una declaración de principios, una oportunidad para reescribir las jerarquías establecidas, y quizás, el comienzo de algo mucho más grande que ellos mismos.

Desde el primer momento, el partido mostró una intensidad eléctrica. Cristian, bajo los tres palos, se transformó en un muro viviente, deteniendo con reflejos felinos cada ataque del temido 5A. Sus paradas, algunas al borde de lo imposible, arrancaban exclamaciones de asombro del público. Pero justo cuando faltaban segundos para el descanso, un disparo cruzado como un misil encontró el ángulo superior de la portería, burlando por fin sus manos extendidas.




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