El sexto día del campeonato amaneció con un sol radiante que prometía convertir el campo deportivo en un verdadero crisol de emociones. El partido más esperado -1A contra 1C- reunía a amigos que, por cuarenta minutos, se transformarían en rivales apasionados. El ambiente era una mezcla eléctrica de camaradería y sana competencia, donde cada grito de aliento, cada pancarta agitada al viento y cada cántico coreado a pulmón abierto demostraban que este era más que un simple encuentro deportivo.
Cuando el silbato final anunció el 2-0 a favor del 1A, José no pudo resistir la tentación de romper el hielo con su humor característico. Se acercó al grupo vencedor con una sonrisa pícara que iluminaba su rostro sudoroso:
—¡Los dejamos ganar, así de buena gente somos! —proclamó, abriendo los brazos en un gesto teatral que provocó risas inmediatas.
Yarissa, siempre rápida con las respuestas, no se quedó atrás. Con las manos en las caderas y una chispa de desafío en los ojos, replicó:
—Sí, claro, mejor agradece que no les dimos goleada —su tono burlón pero afectuoso hizo que incluso los del 1C se unieran a las carcajadas.
Valeria, aprovechando un cartel reciclado del partido anterior, lo alzó con elegancia. La frase "Familia ante todo" brillaba bajo el sol de mediodía, resumiendo perfectamente el espíritu del momento. Kevin, siempre el conciliador, extendió su mano hacia Renzo en un gesto que trascendía lo deportivo:
—Lo importante es que seguimos siendo familia —dijo, y el apretón de manos que siguió fue más elocuente que cualquier discurso.
El final del partido se convirtió en una celebración espontánea. Abrazos que borraban las líneas divisorias entre equipos, fotos grupales donde las sonrisas eran más importantes que los resultados, bromas cruzadas que demostraban que la rivalidad nunca había sido más que un juego dentro del juego. Mientras recogían sus cosas bajo el sol que ahora descendía, estaba claro para todos que algo especial había florecido en ese campo: una amistad que las competencias no hacían más que fortalecer, como el acero que se templa en el fuego para emerger más resistente que nunca.
El torneo escolar llegó a su fin con la velocidad de un suspiro, dejando en su estela recuerdos que se guardarían como tesoros. La sección 5A, con su juego pulido y experiencia, se alzó con el campeonato, su ventaja de siete puntos sobre el segundo lugar dejaba claro su dominio. Pero el verdadero milagro fue el 1A, esos chicos de primer año que, contra todo pronóstico, habían conquistado un honroso tercer puesto, superando incluso a secciones de años superiores. Las estadísticas solo contaban parte de la historia; lo verdaderamente valioso había sido el camino recorrido juntos.
La tradicional velada de clausura transformó el colegio en un escenario mágico. Los pasillos, normalmente dominados por el bullicio académico, se convirtieron en una elegante pasarela donde los estudiantes lucían sus mejores galas: corbatas que se resistían a quedar derechas, vestidos que capturaban la luz como joyas vivientes, y, sobre todo, sonrisas que brillaban con una pureza que solo la juventud puede ofrecer.
Valeria y Lucas fueron los primeros en lanzarse a la pista de baile, como si llevaran semanas esperando este momento. Sus movimientos, aunque no siempre acompasados con la música, tenían una gracia natural que solo podía nacer de la complicidad. Las carcajadas de Valeria se mezclaban con las notas de la canción, mientras Lucas intentaba seguir el ritmo con una concentración cómica que solo hacía reírla más.
En un rincón, Zoe y Oswaldo observaban la escena con cierta timidez inicial. Pero la magia de la noche y el ánimo festivo terminaron por vencer sus reservas. Pronto se encontraron en la pista, moviéndose con la torpeza encantadora de quienes bailan más con el corazón que con los pies.
—No bailas tan mal, Oswaldo —comentó Zoe entre risas, dejándose llevar por el ritmo y por los pasos inseguros de su compañero.
Oswaldo, con una media sonrisa que delataba su orgullo herido, respondió mientras intentaba no pisarla: —No bailo mal... si me guían bien —su tono, a medio camino entre la broma y la justificación, hizo que Zoe soltara una carcajada que se perdió en la música.
Alrededor, el resto del grupo se fundía en la celebración. Yarissa lideraba un círculo de baile improvisado, arrastrando incluso a los más tímidos. Araceli y Lisbeth, normalmente reservadas, se dejaban llevar por el ambiente, sus sonrisas eran tímidas pero genuinas. Gael y Renzo competían en pasos ridículos que arrancaban aplausos del público.
Era una de esas noches perfectas que se graban a fuego en la memoria, donde el tiempo parece detenerse y todo, absolutamente todo, brilla con una luz especial. El campeonato había terminado, pero algo mucho más valioso había nacido en su lugar: la certeza de que, sin importar lo que el futuro trajera, estos momentos y estas amistades serían para siempre.
José por su parte, se mantuvo en la periferia de la pista de baile, como un observador privilegiado del festejo, balanceando su vaso con gesto contemplativo. A su lado, Nadia encontró refugio en esa misma esquina tranquila, alejada del bullicio central. Sus ojos se encontraron en un entendimiento silencioso, y una sonrisa cómplice floreció en los labios de Nadia.
—Al menos no soy la única que no se lanza al ruedo —comentó, acercándose lo justo para que su voz se escuchara sobre la música.
José giró hacia ella, alzando una ceja con expresión burlona: —¿Tú también estás huyendo de los pasos de baile como de una tarea de matemáticas?
—Claro —respondió Nadia, haciendo tintinear su vaso contra el de él, —pero con compañía es más divertido.
El chasquido cristalino de sus vasos selló ese pacto de no-bailarines, creando una burbuja de complicidad en medio del jolgorio general.
A pocos metros, Kevin y Yarissa eran la antítesis perfecta de ese recogimiento. Girando y riendo sin inhibiciones, habían convertido su rincón de la pista en un espectáculo aparte. En un respiro entre canciones, Yarissa se deslizó hacia donde Oswaldo y Lucas descansaban, con esa mezcla de gracia y energía que la caracterizaba. Se inclinó hacia ellos con expresión teatral, bajando la voz como si compartiera un secreto de estado: