Guardianes Del VacÍo: La Prueba De Los Elegidos

CAPITULO XII: Entre Sol, Arena y Reencuentros

El último suspiro de las vacaciones encontró al grupo reunido bajo el sol generoso de una tarde perfecta. La idea de Zoe - un encuentro en su casa con piscina incluida - había sido recibida con el entusiasmo unánime de quienes ya empezaban a extrañarse. Uno a uno fueron llegando: Yarissa con sus lentes de sol extravagantes, Oswaldo cargando una bolsa de botanas que prometían ser insuficientes, Valeria con su toalla favorita (la azul con estrellas), Kevin ya con el torso descubierto en anticipación al agua, José con una parlante portátil que nunca soltaba, Nadia y Lisbeth compartiendo una sombrilla como siempre.

La casa de Zoe se transformó en el escenario de esa despedida estival. La música fluía a un volumen perfecto - suficiente para animar, pero no para ahogar las conversaciones. Las risas brotaban espontáneas, saltando de un grupo a otro como las gotas que salpicaban desde la piscina. Oswaldo y Valeria, sentados al borde del agua con los pies sumergidos, habían recuperado esa sincronía que parecía perdida, sus bromas fluían con la naturalidad de antes, como si las tensiones pasadas se hubieran disuelto bajo el sol de verano.

Zoe, anfitriona incansable, parecía estar en todas partes a la vez: sirviendo limonada casera, repartiendo helados que se derretían demasiado rápido, ajustando la música cuando José la abandonaba para lanzarse al agua. Su risa, clara como el sonido del agua al caer, era el latido constante de la reunión.

En la piscina, Kevin y Yarissa habían convertido el nado en una competencia épica. —¡El siguiente que toque el borde pierde! — gritaba Yarissa entre bocanadas de aire, mientras Kevin, con una determinación cómica, perfeccionaba sus clavados como si estuviera en unos Juegos Olímpicos imaginarios. Cada salpicadura mojaba a los espectadores cercanos, añadiendo nuevas risas al coro general.

José, entre tanto, había organizado un concurso improvisado de saltos creativos, juzgado con severidad hilarante por Nadia y Lisbeth. —¡Cero puntos por elegancia! — declaraba Lisbeth cuando Kevin intentaba un mortal fallido. —¡Pero diez por originalidad! — contrapesaba Nadia, siempre la voz conciliadora.

El sol comenzaba a inclinarse, alargando las sombras sobre el césped, cuando Zoe apareció con una cámara desechable. —¡Foto grupal antes de que anochezca! — ordenó, reuniendo a todos frente a la piscina, algunos todavía goteando agua, otros con toallas sobre los hombros. Se apretujaron para caber en el encuadre, sonrisas espontáneas, brazos alrededor de hombros, cabezas juntas. El flash capturó el momento: no solo sus rostros, sino la esencia misma de lo que habían construido - una amistad que prometía sobrevivir no solo al regreso a clases, sino a todo lo que el futuro pudiera traer.

Después de la foto, Oswaldo recorría el borde de la piscina con la cautela de un gato, sus pasos eran medidos para evitar cualquier salpicadura inesperada. —Soy el único con sentido común aquí—, comentó con aire de superioridad mientras ajustaba sus lentes de sol. Pero su confianza fue su perdición.

Detrás de él, Yarissa y Gael intercambiaron una mirada cómplice. Con un conteo silencioso de tres, avanzaron como depredadores. —¡Al aguaaa! — rugió Yarissa mientras sus manos lo empujaban sin piedad. Al mismo tiempo, Gael le dio el golpe final con una palmada en la espalda que lo envió volando.

El chapuzón fue espectacular. Oswaldo emergió escupiendo un chorro de agua como una ballena furiosa, su peinado cuidadosamente despeinado ahora estaba pegado a la frente. —¡TRAIDORES! —, bramó, pero la indignación en su voz no podía ocultar la sonrisa que se le escapaba.

José, que había estado filmando el momento desde una tumbona, soltó una carcajada tan fuerte que perdió el equilibrio y cayó de espaldas al agua, salpicando a Renzo y Mika que estaban cerca. —¡Ya no quería mojarme! —, protestó José al salir a la superficie, escupiendo un pequeño géiser.

—¡Muy tarde! —, corearon Zoe y Valeria entre risas, mientras Mika aprovechaba para empujar a Renzo al agua como venganza por alguna broma anterior. Renzo salió a la superficie con los brazos en alto: —¡Inocente! ¡Yo no tuve nada que ver con lo de Oswaldo! —.

Gael, desde el borde seguro, se reía con esa risa silenciosa que lo caracterizaba, hasta que Nadia y Lisbeth, en un raro momento de travesura, se acercaron sigilosamente por detrás. —¿Qué tal un poco de justicia poética? —, susurró Lisbeth antes de que ambas lo empujaran. El impacto de Gael en el agua fue tan limpio que, hasta Kevin, el nadador experto, le aplaudió.

—¡Eso es un 10 en ejecución! —, gritó Valeria desde su reposera, levantando un cartel imaginario de juez. Oswaldo, viendo su oportunidad, nadó sigilosamente hacia el borde donde Yarissa bailaba victoriosa. Con un movimiento rápido, la agarró del tobillo. —¡Venganza! —, rugió mientras la arrastraba al agua en medio de sus gritos de protesta.

La carcajada colectiva que siguió resonó en todo el jardín. Zoe, desde su puesto de bartender improvisado, levantó su vaso de limonada: —¡Brindo por el primer ahogado del día! —. Los vasos se chocaron, las risas continuaron, y por un momento, bajo el sol del verano, todo era perfecto. Incluso los que habían sido víctimas de los empujones terminaron riéndose, porque en ese grupo, la humillación pública era solo otra forma de cariño.

Mientras el eco de las risas del grupo resonaba en la piscina de Zoe, a kilómetros de distancia, Lucas vivía un momento que había soñado durante meses. El coche negro que se detuvo frente a la casa de playa traía consigo a su padre, cuya figura se recortaba contra el atardecer como un fantasma hecho realidad. El tiempo pareció detenerse cuando sus ojos se encontraron, y antes de que cualquiera pudiera pronunciar palabra, Lucas ya corría hacia él, sus pies descalzos levantaban pequeñas nubes de arena. El abrazo fue tan fuerte que les quitó el aire a ambos, pero ninguno quiso ser el primero en soltar.




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