Guardianes Del VacÍo: La Prueba De Los Elegidos

CAPITULO XIII: Conexiones y Viejos Sentimientos

Los días escolares transcurrían con el ritmo constante de quienes han encontrado su lugar en el mundo. Las primeras semanas del segundo año trajeron consigo la familiar avalancha de tareas, exposiciones improvisadas y ese bullicio particular que llenaba los pasillos durante los recreos. Pero bajo la aparente normalidad, cambios sutiles comenzaban a dibujarse entre el grupo del Segundo A, como los primeros brotes que anuncian una nueva estación.

Lucas y Valeria, quienes antes compartían una amistad cómoda pero distante, ahora se encontraban gravitando el uno hacia el otro con naturalidad. Sus mochilas siempre terminaban juntas en el rincón de la biblioteca, donde pasaban las tardes entre libros abiertos y conversaciones que se extendían más de lo necesario. En el comedor, Valeria guardaba siempre el asiento a su izquierda para Lucas, y él, a cambio, compartía sin preguntar los postres que sabía eran sus favoritos.

—¿Otro libro que leen juntos? —preguntó Yarissa una tarde, inclinándose sobre sus hombros con una sonrisa que no pretendía ser discreta. —Pronto van a necesitar su propio club de lectura.

Lucas respondió con una sonrisa tímida y un rubor que le subía hasta las orejas, mientras Valeria, más serena pero igualmente cómplice, se limitaba a pasar una página del libro que sostenían entre los dos sin levantar la vista.

Oswaldo, desde su mesa habitual con Kevin y José, observaba estas interacciones con una mezcla de curiosidad y resignación. —¿Cuánto tiempo creen que pasará antes de que se den cuenta? —, murmuró una vez, recibiendo un codazo de Kevin como advertencia.

—Déjalos ser —susurró Zoe, que pasaba por ahí con Araceli. —Es lindo ver cómo se miran cuando creen que nadie los ve.

Incluso Nadia y Lisbeth, normalmente absortas en sus propios mundos, intercambiaban miradas significativas cada vez que Lucas y Valeria se perdían en una de sus conversaciones privadas. —Finalmente—, había dicho Lisbeth en una rara muestra de interés, anotando algo en su libreta negra que Nadia leyó con una sonrisa antes de asentir.

Los recreos se habían vuelto un espectáculo de dinámicas cambiantes. Mientras el grupo jugaba al fútbol, Valeria se sentaba al borde del campo con un libro, pero sus ojos seguían invariablemente a Lucas en cada jugada. Y cuando ella participaba en los debates de literatura, era Lucas quien guardaba silencio, admirando la pasión con que defendía sus argumentos.

Una tarde particularmente memorable, cuando Yarissa organizó un picnic improvisado en el patio, todos notaron cómo Lucas y Valeria terminaron separados del grupo, sentados bajo el viejo roble que daba sombra al jardín. Compartían un mismo par de audífonos, la música fluía entre ellos como un secreto, sus hombros se rozaban levemente con cada risa contenida.

—¿Apuestas a cuánto tiempo más durará esta comedia romántica? —preguntó José en voz lo suficientemente alta para que todos lo escucharan.

—Prefiero disfrutar del espectáculo —respondió Yarissa con una carcajada, lanzándole una uva que él atrapó al vuelo.

Mientras el sol de la tarde teñía de dorado el patio escolar, el grupo seguía creciendo y cambiando, cada interacción, cada mirada, cada silencio cargado de significado escribiendo una nueva página en su historia compartida. Las viejas dinámicas daban paso a nuevas posibilidades, y aunque nadie lo decía en voz alta, todos sabían que este año sería diferente. No porque el mundo hubiera cambiado, sino porque ellos estaban aprendiendo a verlo - y a verse entre sí - con ojos nuevos.

El segundo año escolar había tejido nuevas constelaciones de amistad dentro del grupo. Yarissa, Lisbeth, Valentina y Nadia formaban ahora un cuarteto inseparable que revolucionaba los pasillos con su energía. Las tardes después de clases se habían convertido en rituales sagrados: escapadas al centro comercial donde probaban toda la ropa sin comprar nada, sesiones fotográficas frente al mural colorido del café Libélula, y largas conversaciones sobre todo y nada mientras compartían un batido gigante con cuatro pajillas. Cada uno de estos momentos iba sellando una amistad que parecía tallada en piedra.

—¡Ese vestido te hace ver como una princesa guerrera! —exclamó Yarissa durante una de sus incursiones comerciales, haciendo girar a Valentina frente al espejo. —Más bien como una guerrera que accidentalmente encontró un vestido —terció Lisbeth con su habitual humor, provocando risas que hicieron voltear a los demás clientes.

Sin embargo, no todo era paz en este nuevo orden social. Cuando José, aprovechando su amistad con Nadia y Lisbeth, lanzaba sus dardos envenenados sobre Valeria y Zoe, Yarissa no tardaba en contraatacar:

—¿Otra vez celosos porque prefieren nuestra compañía? —preguntaba con fingida inocencia, mientras jugueteaba con su pulsera favorita. —No se preocupen, cuando aprendan a conversar de algo más que fútbol, quizás les hagamos caso.

Mientras tanto, en el patio trasero del colegio - ese rincón semioculto tras los arbustos donde pocos se aventuraban - Oswaldo y Zoe habían establecido su propio ritual. Los almuerzos allí se habían vuelto sagrados, un refugio del bullicio escolar donde compartían confesiones entre mordiscos a sus sándwiches.

—Si pudieras vivir dentro de cualquier película, ¿cuál sería? —preguntó Zoe una tarde, jugando con las pepitas de su ensalada de frutas. Oswaldo miró al cielo pensativo. —Probablemente “El Señor de los Anillos”, pero solo si puedo ser un humano que lucha en la guerra bajo el comando del rey Theoden en la ciudad de Gondor. —¡Yo sabía que dirías eso! —rio Zoe, dándole un codazo. —Yo elegiría “Harry Potter”, pero solo si me dan la varita más poderosa.

Sus conversaciones fluían así, saltando de temas triviales a confesiones íntimas con una naturalidad que a ambos les sorprendía. A veces, cuando la charla se alargaba demasiado, tenían que correr juntos hacia clase, riéndose de su propia irresponsabilidad.




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