Guardianes Del VacÍo: La Prueba De Los Elegidos

CAPITULO XIV: Nuevas Alianzas, Nuevas Etapas

A finales del segundo año, cuando el aire olía a cuadernos cerrados y la promesa de vacaciones dibujaba sonrisas en los pasillos, Thiago del Segundo B sacudió el colegio con una ambición que nadie había visto venir. No eran los típicos rumores de último minuto ni las apuestas sobre quién pasaría el año; era algo más grande. Tras semanas de presentar argumentos tan pulidos como las suelas de sus zapatos de vestir —los mismos que usaba solo para impresionar a las autoridades—, logró lo imposible: el director firmó el permiso para un segundo equipo oficial que representaría al San Elías en el torneo interescolar.

—¿Dos equipos? —preguntó Kevin, ajustando sus gafas con escepticismo mientras mordisqueaba un alfajor en el patio.

—Sí —respondió Cristian, cruzando los brazos con la seguridad de quien ya había ganado antes de empezar. —Uno será el tradicional, el de siempre. El otro... bueno, no todos podrán estar. Solo los que demuestren que valen la pena o eso escuché.

La noticia corrió más rápido que Oswaldo en un contraataque. En cuestión de horas, las conversaciones se dividieron entre los que fantaseaban con la gloria y los que temían que esto fracturara al grupo. Valeria, apoyada contra los casilleros con su libro de mitología griega bajo el brazo, observaba a Lucas con una ceja levantada.

—¿Te tentará el llamado del héroe? —preguntó, jugando con el lomo del libro.

Lucas giró hacia ella, la lanza dorada de su llavero brillaba bajo el rayo del sol.

—Depende —dijo. —¿Crees que Thiago soportaría que le gane en su propio equipo?

En el otro extremo del pasillo, Oswaldo escuchaba a José y Gael discutiendo las reglas no escritas de las pruebas de selección.

—Si piden resistencia, corro hasta que se cansen de mirarme —decía José, imitando el trote exagerado de un maratonista.

—Y si es puntería, les parto el balón en dos —añadió Gael, dibujando una línea imaginaria en el aire con el dedo.

Oswaldo soltó una carcajada.

—Con que no os pidan ortografía, tenéis oportunidad.

Mientras tanto, en la biblioteca, Nadia y Lisbeth analizaban el movimiento con la frialdad de dos estrategas.

—Thiago no busca talento —murmuró Nadia, pasando una página de su libro como si acabara de descubrir un código oculto. —Busca piezas para su tablero.

Lisbeth asintió mientras anotaba algo en su libreta negra. Una palabra sobresalía entre los garabatos: ¿Guardianes?

El último día de clases llegó cargado de esa energía eléctrica que solo existe cuando el verano está a punto de estallar. Los pasillos del San Elías vibraban con risas demasiado altas, abrazos prolongados y promesas de vacaciones interminables. Pero bajo la superficie de esa alegría colectiva, algo más oscuro se movía, como una corriente subterránea que nadie quería nombrar.

Thiago cortó el bullicio con la precisión de un cuchillo. Sus pasos resonaron contra el piso mientras se dirigía directamente hacia Oswaldo, Lucas y Cristian, quienes estaban recogiendo sus cosas frente al aula de la sección A. El sol de la tarde se colaba por las ventanas y dibujaba sombras alargadas a sus pies, como presagios de lo que vendría.

—Chicos—, dijo, extendiendo tres sobres con el escudo del colegio grabado en relieve, —quiero que formen parte de algo grande—. Su voz no dejó espacio para dudas. —Este no será otro equipo cualquiera. Seremos la leyenda que todos recordarán—.

Lucas giró el sobre entre sus dedos, sintiendo el peso del papel grueso.

—¿Y si decimos que no? — preguntó Oswaldo, cruzando los brazos con su clásico gesto desafiante. Pero el brillo en sus ojos delataba su interés.

Thiago esbozó una sonrisa que no llegaba a sus ojos. —No lo dirías. Porque esto no es solo fútbol. Es la oportunidad de demostrar quiénes son realmente—.

Cristian, siempre el más callado del trío, asintió casi imperceptiblemente. Ese pequeño gesto fue suficiente para que los otros dos cedieran. El pacto estaba sellado.

Más tarde, en el patio donde tantas batallas se habían librado, José y Renzo discutían sobre los mejores lugares para pasar el verano cuando Thiago apareció con su silueta recortada contra el sol poniente.

—Ustedes dos son los siguientes en mi lista—, anunció sin preámbulos. —No busco chicos obedientes. Busco guerreros—.

José dejó escapar una carcajada que hizo volar a un par de palomas cercanas. —¿Guerreros? ¿Estamos en una película de vikingos ahora? — Pero incluso mientras bromeaba, su postura se enderezó y sus dedos jugueteaban con el borde de su camiseta.

Renzo, más pragmático, preguntó: —¿Qué nos hace diferentes del equipo principal? —

Thiago se inclinó hacia adelante bajando su voz a un tono casi conspirativo. —Porque cuando todo se derrumbe, serán los únicos que sabrán qué hacer—.

José alzó una ceja, su sonrisa burlona estaba intacta. —¿Y yo qué gano? ¿Un trofeo? ¿Fama eterna? ¿Un aumento de sueldo? — Hizo una pausa dramática antes de añadir: —Bueno, está bien. Cuenta conmigo, pero solo si me haces capitán—.

Al otro lado del patio, Valeria observaba la escena desde la sombra de un árbol, sus dedos estaban aferrados con demasiada fuerza a su libro de mitología cuando Lisbeth apareció a su lado sin hacer ruido.

—Ya empezó—, murmuró Valeria, sus ojos seguían a Lucas mientras se alejaba con Thiago.

Lisbeth asintió abriendo su libreta negra donde una palabra destacaba entre los garabatos: "Prueba". El viento de final de año pasó entre ellas, llevándose consigo algo que ninguna podría nombrar.

El eco de las risas se perdió entre las paredes del colegio, pero la promesa de aquel equipo quedó flotando en el aire como el polvo dorado que levantaban sus zapatillas al correr. Por primera vez en la historia del San Elías, las líneas divisorias entre las secciones A, B y C se difuminaron bajo el sol de diciembre, dejando atrás rivalidades que ahora parecían infantiles.

Las vacaciones llegaron como un manto de quietud. Lucas partió al extranjero con su familia adoptiva, aunque antes de irse alcanzó a ver cómo Oswaldo, José y Renzo ya trazaban planes de entrenamiento en una servilleta manchada de jugo. —No pienso dejar que me ganen en condición física—, le dijo Oswaldo con una sonrisa que ocultaba algo más. La lanza dorada del llavero de Lucas brilló débilmente al mediodía, como si presagiara algo.




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