El timbre del receso resonó como una liberación, y el bullicio estudiantil se derramó hacia el patio bajo un sol que aún conservaba el calor residual del verano. Bajo la sombra del viejo roble - ese testigo silencioso de tantas conversaciones importantes - el grupo se reunió como si las vacaciones no hubieran existido. Las risas fluían con naturalidad, aunque un observador atento habría notado los pequeños cambios: Oswaldo sentado un poco más lejos de Zoe de lo habitual, Lucas evitando cruzar miradas con Valeria más de lo necesario.
Yarissa, recostada contra el tronco con su habitual aire de reina del drama, lanzó una uva al aire y la atrapó con la boca. —Apuesto a que Thiago no aguanta ni una semana sin volverse loco con nosotros—, dijo entre masticadas, haciendo reír a Valentina hasta que se atragantó con su jugo.
Fue en ese momento que el mismo Thiago apareció como una aparición, su sombra alargada cayó sobre el círculo de amigos. Su postura era la de un general antes de la batalla, manos en la cintura y mirada evaluadora.
—Muchachos—, anunció con una voz que no admitía réplica, —hoy empezamos los entrenamientos a las cuatro en punto. Quiero compromiso desde el primer día—. Sus ojos se clavaron especialmente en Lucas, cuya mano jugueteaba inconscientemente con su llavero, y luego en Oswaldo, que fingió no notar la mirada intensa de Zoe desde el otro extremo del círculo.
José, siempre el primero en romper la tensión, se levantó con un movimiento exagerado, sacudiendo su uniforme como si fuera una capa de superhéroe. —Ahora sí, seré la nueva estrella del San Elías—, declaró con una reverencia teatral. —Verán cómo las chicas se me pegan como lapas, igual que a estos dos galanes de telenovela—. Seguidamente señaló a Lucas y Oswaldo con un gesto burlón.
Oswaldo respondió lanzándole una cáscara de naranja a la cabeza. —Habla por ti, Don Juan. Al menos nosotros tenemos clase—.
—Clase para qué, si con un par de goles bastan—, replicó José, esquivando otro proyectil alimenticio.
Gael, normalmente el que habla solo cuando es necesario, sorprendió a todos al añadir con voz muerta: —Sí, sobre todo goles en contra—. La carcajada fue general, incluso Thiago esbozó una media sonrisa.
Mientras el grupo se dispersaba hacia sus clases, Valeria se quedó un paso atrás junto a Nadia. —¿Notaste cómo Thiago miró a Lucas? — murmuró, fingiendo ajustar su mochila.
Nadia asintió casi imperceptiblemente. —Como si ya lo hubiera elegido para algo más que fútbol—. Su mirada entonces se perdió en el horizonte, donde las nubes comenzaban a tomar formas amenazadoras. Lisbeth, caminando detrás de ellas, se quedo pensativa por unos segundos antes de sonreír como si hubiese recordado un chiste.
El primer día apenas comenzaba, pero ya se sentía en el aire que este año sería diferente. No solo por los entrenamientos, los partidos o los nuevos romances, sino por algo más profundo que ninguno podía nombrar todavía. Como el eco distante de un trueno que anuncia la tormenta.
Una vez estando todos en el aula, esta resonó con las carcajadas del grupo cuando Yarissa, con su habitual falta de filtro, soltó la bomba:
—Si Oswaldo y Lucas nos abandonan por Eva y Any, yo misma los arrastraré de vuelta a patadas. ¡Y no serán patadas de fútbol, serán patadas de enojo!
Nadia soltó una risa ahogada, casi inesperada, mientras Lisbeth escondía una sonrisa detrás de su libreta negra. Pronto, el resto del salón estalló en risas, salvo por dos personas: Zoe y Valeria.
Zoe clavó las uñas en la cubierta de su cuaderno. Valeria, sentada a su lado, fingió reír, pero su sonrisa no llegaba a los ojos. Ambas intercambiaron una mirada fugaz con un entendimiento silencioso de algo que ninguna se atrevía a decir en voz alta.
—No es gracioso—, murmuró Zoe, tan bajo que solo Valeria pudo escuchar.
Valeria asintió casi imperceptiblemente mientras sus dedos jugueteaban con el borde de su libro de mitología. No necesitaba palabras; el nudo en su garganta era suficiente respuesta.
Durante la tarde en el campo de entrenamiento, el sol comenzaba a inclinarse cuando el silbato de Thiago cortó el aire, marcando el inicio del primer entrenamiento oficial. El campo, aún impregnado del calor del verano, vibraba con energía contenida.
En el arco, Cristian se movía con la agilidad de un felino, sus guantes atrapaban balones como si tuvieran imanes. —¡Por aquí no pasan! — gritó después de una atajada espectacular, provocando un coro de groserías cariñosas de José.
Lucas, en la defensa, demostraba por qué Thiago lo había elegido. Cada despeje suyo era limpio, calculado, y cuando veía la oportunidad, se lanzaba al ataque con una velocidad que dejaba atónitos a los delanteros rivales.
—¡Ese es mi defensa estrella! bromeó Renzo, el muro infranqueable de la sección C, chocando los cinco con Lucas después de bloquear un remate peligroso.
José, como siempre, era el alma creativa del equipo. Sus pases eran obras de arte imposibles, encontrando espacios donde nadie más veía oportunidades. —¡Miren esto, magia pura! — anunció antes de colocar un balón perfecto en el área, donde Oswaldo y Thiago esperaban como depredadores.
Y ahí, en la delantera, ocurría algo inesperado: Oswaldo y Thiago, rivales de toda la vida, se movían en sincronía perfecta. Un pase aquí, una finta allá, como si hubieran compartido cancha durante años.
—¡Gol! gritó Oswaldo después de rematar con potencia un centro de Thiago.
Thiago, inusual para él, sonrió genuinamente y le dio una palmada en la espalda. —Así se hace—.
Oswaldo respondió con un gesto de complicidad, pero cuando su mirada se desvió hacia las gradas, donde Eva lo observaba con admiración, Zoe, sentada al lado de Valeria, desvió rápidamente la vista.
El sol comenzaba a ocultarse cuando el silbato final anunció el término del entrenamiento. Las gradas improvisadas - compuestas de bancos arrastrados y mochilas apiladas - estallaron en aplausos y porras estridentes. Eva y Any no perdieron tiempo; bajaron corriendo con la gracia de quienes habían practicado ese movimiento, dirigiéndose directamente hacia Oswaldo y Lucas, cuyas camisetas aún goteaban sudor.