Guardianes Del VacÍo: La Prueba De Los Elegidos

CAPITULO XVI: El Amistoso y la Noche de Gala

Los días se deslizaban entre aulas soleadas y pasillos resonantes de risas. El grupo de tercero había tejido una complicidad que trascendía las secciones: en los recreos, las mochilas de todos se amontonaban en el mismo círculo bajo el viejo roble, donde compartían desde tareas copiadas a última hora hasta los secretos más íntimos. Sin embargo, bajo esa superficie de normalidad escolar, latía una energía eléctrica. El partido contra el equipo oficial - esa prueba de fuego que determinaría su participación en el torneo interescolar - se acercaba más rápido que el aniversario del colegio.

Tres días antes de las celebraciones, el ambiente en el San Elías era palpable. Hasta los profesores más estrictos hacían la vista gorda ante el bullicio inusual que llenaba los pasillos. Cuando el reloj marcó la hora de salida, una marea estudiantil invadió la cancha principal. Algo histórico estaba por ocurrir: por primera vez, las barras de las secciones A, B y C coreaban al unísono, sus gritos se fusionaban en un solo clamor. Del otro lado, los estudiantes de cuarto y quinto respondían con igual pasión, ondeando banderas con los colores del equipo oficial.

En el vestuario, el equipo de tercero se preparaba en un silencio inusual. Oswaldo ajustaba sus espinilleras con movimientos precisos, mientras Lucas observaba su llavero de lanza dorada, que brillaba con intensidad bajo las luces fluorescentes. Fue Cristian quien rompió la tensión, estrellando su puño contra los casilleros: —¡Hoy demostramos que el talento no tiene edad! —

El pitido inicial cortó el aire como un relámpago. Desde el primer minuto, el partido fue un duelo de titanes. Cristian, convertido en un muro viviente, volaba de poste a poste con paradas que arrancaban exclamaciones incluso del público rival. En la defensa, Renzo y Lucas formaban una asociación perfecta: mientras Renzo cortaba los ataques con precisiones quirúrgicas, Lucas aprovechaba su visión de juego para iniciar contraataques letales.

En el medio campo, José bailaba entre defensores como si el balón estuviera unido a sus pies por un hilo invisible. —¡Ese es mi genio incomprendido! — gritó Yarissa desde las gradas, haciendo reír hasta a los árbitros. Cada pase de José era una obra de arte, especialmente esos filtrados milimétricos que encontraban a Thiago y Oswaldo en posición de gol.

La dupla ofensiva era pura química: Thiago con su potencia explosiva y Oswaldo con su precisión quirúrgica hacían que los defensas no tuvieran un juego tranquilo. Cuando Oswaldo recibió un pase magistral de José y definió con un zurdazo imparable al ángulo superior, el estadio enloqueció. Hasta Lisbeth, normalmente impasible, se puso de pie para aplaudir, mientras Nadia observaba el campo con una extraña intensidad, como si viera algo que los demás no podían percibir.

En las gradas, Zoe y Valeria se aferraban las manos con cada jugada peligrosa, sus voces se unían al coro general. Eva y Any, sentadas unas filas más arriba, no podían ocultar su admiración. —Nunca los había visto jugar así—, admitió Any, y Valeria, al escucharla, sintió un extraño orgullo mezclado con algo más difícil de definir.

Cuando el árbitro pitó el final del primer tiempo, el marcador estaba 1-0 y algo era claro: el equipo de tercero no solo competía, sino que jugaba con el corazón de quienes ya habían ganado algo más importante que un partido. Mientras bebían agua en el banquillo, Thiago miró a cada uno de sus compañeros: —Esto no termina aquí. El segundo tiempo es nuestro—. Y en sus ojos, por primera vez, no había solo ambición, sino un respeto genuino por ese grupo de inadaptados que se había convertido en su equipo.

En el entretiempo, el aire vibraba con la energía de las barras estudiantiles, cuyos cánticos se entrelazaban en una sinfonía de pasión juvenil. —¡Dale, Dale, Tercero! — coreaban al unísono las secciones A, B y C, mientras en el campo, los jugadores de ambos equipos se desgastaban en un duelo que superaba todas las expectativas. El primer tiempo había terminado 1-0, pero lejos de conformarse, el equipo de tercero regresó al campo con una determinación que hizo temblar a sus rivales.

El segundo tiempo fue un torbellino. Oswaldo, con los músculos tensos y la mirada fija como un depredador, recibió un pase milimétrico de Thiago y disparó con la furia acumulada de semanas de entrenamiento. El arquero rival voló como un felino para desviar el balón, pero el destino tenía otros planes: el rebote cayó a los pies de José, quien, sin pensarlo dos veces, empujó el esférico hacia las redes con la elegancia casual de quien sabe que ese momento sería recordado.

El estadio explotó. Zoe saltó tan alto que casi derriba a Valeria, ambas gritaron hasta quedarse roncas. Incluso Lisbeth, normalmente tan contenida, se dejó llevar por la emoción, aplaudiendo con un brillo inusual en sus ojos.

Pero el equipo oficial no se daría por vencido. Un disparo sorpresa desde media distancia se coló por el ángulo superior, dejando a Cristian clavado en el suelo. —¡No importa! —, gritó Thiago, reuniendo a su equipo. —¡Seguimos adelante! —

En los minutos finales, cuando todos pensaban que el 2-1 sería el marcador definitivo, un pase filtrado como cuchillo entre mantequilla encontró al delantero rival, que empató el partido en el último suspiro. El pitido final encontró a ambos equipos exhaustos pero satisfechos, los jugadores intercambiaron apretones de manos y palmadas en la espalda antes de retirarse del campo. Ambos equipos sabían que habían dado un espectáculo que quedaría grabado en la memoria del San Elías.

Al abandonar el campo, ocurrió algo inesperado. Lisbeth, rompiendo todos sus patrones habituales, corrió hacia Oswaldo y lo envolvió en un abrazo que dejó boquiabiertos a todos los presentes. —¡Jugaste como un titán! —, exclamó, con una sonrisa tan radiante que por un momento eclipsó incluso la presencia de Eva, quien observaba la escena desde la distancia con expresión indescifrable.




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