Guardianes Del VacÍo: La Prueba De Los Elegidos

CAPITULO XVII: Entre Decisiones, Revelaciones y Promesas

El día después del aniversario amaneció con una calma extraña, como si el colegio respirara hondo después de la fiesta. El grupo se reunió en su rincón habitual del patio, bajo la sombra del viejo roble que había sido testigo de tantas conversaciones. Nadie faltó; era como si, inconscientemente, todos sintieran que debían estar allí, aunque la mañana transcurriera con normalidad.

José, como siempre, fue el primero en romper el silencio matutino. —¿Y si hoy fingimos que el aniversario no terminó y seguimos celebrando? —preguntó, lanzando una miga de pan a Renzo, quien la esquivó con un movimiento rápido.

—Sí, claro —respondió Lisbeth sin levantar la vista de su libro. —Podemos empezar por quemar los exámenes de matemáticas en el patio. Eso sí que sería una fiesta.

Las risas del grupo resonaron en el aire fresco de la mañana, pero Zoe permaneció callada jugueteando con el borde de su suéter sin unirse a las bromas. Yarissa, siempre perceptiva, notó su silencio y se deslizó junto a ella en la banca mientras los demás discutían sobre qué película verían el fin de semana.

—Zoe… —murmuró, bajando la voz para que solo ella pudiera oír. —¿Puedo decirte algo?

Zoe levantó la mirada, sorprendida por el tono serio de su amiga. —Claro, dime.

Yarissa respiró hondo, buscando las palabras correctas. —No sé si es mi lugar, pero… creo que deberías hablar con Oswaldo.

El nombre de él hizo que los dedos de Zoe se tensaran alrededor de su taza de té. —¿De qué?

—De lo que sientes—. Yarissa la miró directamente, con esa intensidad que hacía imposible evadirla. —Sé que te importa… y puede que él también sienta lo mismo por ti.

Zoe entonces desvió la vista hacia donde Oswaldo estaba riendo con Lucas y Valeria, su sonrisa era tan amplia como siempre. —No sé, Yarissa. Tal vez ya sea tarde… él está saliendo con Eva, ¿no?

Por un instante, Yarissa estuvo tentada de contarle lo que había visto en la gala: el beso apresurado, la forma en que Oswaldo había cedido a regañadientes cuando ella lo arrastró de vuelta al grupo. Pero algo en los ojos de Zoe la detuvo. No era su historia para contar.

—Solo piénsalo —dijo al fin, apretándole el hombro con cariño. —A veces, guardarse las cosas pesa más de lo que creemos.

Zoe asintió con una sonrisa débil, pero sus ojos seguían nublados. —Gracias… pero creo que ya pasó el momento.

Mientras Yarissa se alejaba para unirse a los demás, Zoe se quedó mirando al horizonte, donde las nubes comenzaban a cubrir el sol.

Al otro lado del patio, Oswaldo lanzó una mirada fugaz hacia ella, pero antes de que pudiera acercarse, Eva apareció a su lado, entrelazando su brazo con el suyo.

—¡Oye, estrella! —dijo Eva con una sonrisa deslumbrante. —¿Vienes conmigo a comprar algo de comer?

Oswaldo dudó solo un segundo antes de asentir. —Claro, vamos.

Cuando pasó junto a Zoe, sus miradas se encontraron por un instante, pero ninguno dijo nada.

Minutos después el timbre resonó como un eco lejano, arrastrando a los estudiantes de vuelta a las aulas. Los pasillos volvieron a llenarse de risas y carreras apresuradas, las clases continuaron con su ritmo habitual, y el trabajo en equipo floreció en cada proyecto. Hasta los profesores notaron la energía especial del grupo, como si hubieran decidido colectivamente que ninguna decepción los detendría.

Pero fue unos días después, durante un recreo particularmente soleado, cuando Thiago se acercó al grupo con pasos lentos y una expresión que hacía presagiar malas noticias. Las conversaciones se apagaron una a una al notar su presencia, hasta que solo quedó el rumor distante de otros estudiantes en el patio.

—Amigos… —comenzó Thiago, con un tono más bajo de lo habitual, casi íntimo, —lamento tener que darles malas noticias.

Un silencio pesado cayó sobre ellos. Valeria cerró su libro sin terminar la página; Lucas dejó de girar el balón entre sus manos; hasta Lisbeth bajó su libreta negra para escuchar.

—El director me dijo que no se logró conseguir el permiso para que nuestro colegio tenga dos equipos en el torneo interescolar.

José fue el primero en reaccionar saltando de su asiento como si lo hubieran electrocutado. —¿Qué? —su voz se elevó por encima del murmullo del patio. —¿Entonces nosotros no participaremos?

Thiago negó con la cabeza, y en sus ojos había una frustración que rara vez mostraba. —Solo irá el equipo oficial. Nosotros tendremos que esperar hasta el próximo año para ser los representantes.

El grupo quedó sumido en un silencio espeso. Oswaldo golpeó ligeramente su pierna con el puño cerrado mostrando una mueca de frustración en su rostro. —Nos esforzamos tanto… —murmuró Lucas, mirando sus zapatillas como si buscara respuestas en el suelo.

Pero entonces, como un rayo de luz atravesando las nubes, Nadia se levantó con una energía que contagió a todos. —¡Entonces el próximo año ganaremos! —declaró, alzando la voz con una determinación que sorprendió hasta a Thiago. —¡Esto solo significa que tienen más tiempo para entrenar y hacerlo mejor!

José, siempre rápido para adaptarse, se unió al entusiasmo casi de inmediato. —Tiene razón —dijo, pasando un brazo sobre los hombros de Nadia. —Este equipo vale mucho, y el siguiente torneo será nuestro.

Una sonrisa lenta pero firme comenzó a extenderse entre ellos. Yarissa se puso de pie de un salto, extendiendo su mano hacia el centro del círculo. —¿Y qué dicen? ¿Lo hacemos oficial?

Uno a uno, las manos se fueron sumando: la de Lucas, luego la de Valeria, después Oswaldo, Zoe, incluso Lisbeth, quien rodó los ojos, pero terminó colocando su mano sobre las demás.

—Para el próximo año —dijo Thiago, —no solo participaremos… seremos imbatibles.

El grito que lanzaron al unísono resonó en todo el patio, atrayendo miradas curiosas de otros estudiantes. Pero a ellos no les importó. Porque en ese momento, bajo el sol del mediodía y con las palmas de sus manos aún calientes por el contacto, supieron que esto no era el final, sino el comienzo de algo más grande.




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