Guardianes Del VacÍo: La Prueba De Los Elegidos

CAPITULO XIX: La Fiesta, los Adioses y un Nuevo Comienzo

La noche de la fiesta de despedida cayó sobre el colegio como un manto de estrellas prestadas. El salón principal, que tantas veces había albergado ceremonias formales y aburridas asambleas, se transformó en un universo de luces parpadeantes y globos que flotaban como planetas rebeldes. La música oscilaba entre canciones que arrancaban risas frenéticas y baladas que convertían los pasos de baile en abrazos lentos. Era una noche de contrastes, donde la euforia y la nostalgia chocaban como olas contra el mismo acantilado.

Los alumnos de quinto año eran los monarcas indiscutidos de la velada. Recorrían el salón como fantasmas a punto de desaparecer, recibiendo abrazos que sabían ser despedidas, palabras que resonaban a epitafio de una era. Valeria observó desde su rincón cómo una chica de cuarto rompía a llorar sobre el hombro de su amiga de quinto, y por primera vez sintió el peso del tiempo como algo tangible.

El grupo llegó en estampida, como siempre. Yarissa entró primero, vestida de rojo fuego, arrastrando a Zoe y Araceli hacia la pista de baile antes de que el primer acorde terminara. José y Renzo siguieron con paso más cauteloso, evaluando el buffet con mirada estratégica. Pero fue la llegada de Valeria y Lucas la que detuvo por un instante el murmullo general.

Ella llevaba un vestido azul oscuro que brillaba tenuemente con cada movimiento, como si hubiera capturado un pedazo de cielo nocturno. Lucas, con su camisa blanca arremangada hasta los codos, parecía incapaz de apartar los ojos de ella. No se declaraban pareja, pero el espacio entre ellos había desaparecido hacía semanas. Cuando Valeria se ajustó un mechón rebelde detrás de la oreja, Lucas extendió la mano para ayudarle, como si conociera cada gesto de su cuerpo antes de que ocurriera.

—¿Vieron eso? —susurró Zoe a Yarissa, señalando con disimulo hacia la pareja mientras fingían buscar bebidas. —Apuesto diez a que se dan su primer beso antes de que termine la noche —respondió Yarissa con una sonrisa de loba.

Oswaldo, que pasaba por ahí con Eva aferrada a su brazo, lanzó una mirada burlona: —¿Y si mejor les hacemos una ronda? A lo mejor así se animan. —Cállate, traidor —le espetó Yarissa, aunque sin verdadera actitud.

En la pista, la dinámica era diferente. Valeria y Lucas bailaban separados, pero cada giro, cada mirada robada, cada sonrisa que solo compartían ellos, tejía un mapa invisible que los demás seguían con curiosidad. Hasta Lisbeth, normalmente ajena a estos juegos, anotó algo en su libreta negra cuando Lucas protegió a Valeria de un empujón con un movimiento instintivo.

La noche avanzó entre risas y secretos a media voz. Cuando los de quinto año subieron al escenario para su baile final, una ola de silencio respetuoso barrió el salón. Valeria sintió que Lucas buscaba su mano en la oscuridad, y cuando sus dedos se entrelazaron, ya no hubo necesidad de palabras. Entre las sombras, Yarissa y Zoe intercambiaron una mirada de complicidad.

—Dentro de poco seremos nosotros los que nos vayamos —murmuró Nadia, inesperadamente cerca. —Pero no hoy —respondió José, pasando un brazo sobre sus hombros. —Hoy solo importa esto.

Y en ese instante, bajo las luces que parpadeaban como estrellas moribundas, todos lo entendieron. No importaba lo que el futuro guardara: esa noche, con sus risas imperfectas y sus verdades a medias, era suficiente.

La fiesta de despedida seguía su curso, pero Zoe se movía por el salón como una sombra deliberada. Había asistido, sí, porque faltar habría sido admitir que le dolía, pero se mantenía en los márgenes, donde la luz de las esferas multicolores no alcanzaba a iluminar del todo su expresión. Oswaldo y Eva bailaban cerca, sus siluetas estaban fundidas en un abrazo que parecía excluir al resto del mundo, y Zoe desvió la mirada hacia su refresco, donde el hielo se derretía en un lento sacrificio.

En su rincón habitual, Nadia, Lisbeth y Valentina formaban un bastión de tranquilidad. Observaban el bullicio con la superioridad de quien prefiere el champagne a los cocteles azucarados, hasta que Renzo, Gael y Kevin se acercaron con esa mezcla de arrogancia y torpeza que solo los chicos de su edad podían conjurar.

—¿Las damas permiten un baile? —preguntó Renzo, haciendo una reverencia tan exagerada que Lisbeth tuvo que morderse el labio para no reír.

—Solo si prometen no pisarnos —respondió Valentina, levantándose con elegancia.

Y así, la pista se convirtió en suya. Valentina bailó con Kevin, quien tropezó tres veces con sus propios pies, pero logró arrancarle risas. Lisbeth y Gael se movían en sincronía extraña, como si compartieran un ritmo secreto. Hasta Nadia, normalmente inmune a estos gestos, dejó que Renzo la guiara en un vals improvisado, aunque no sin antes advertirle:

—Un paso en falso y te enseño por qué me llaman “la cirujana”.

El idilio duró lo que duraron tres canciones. Oswaldo reapareció entonces, con Eva aferrada a su brazo como si temiera que se evaporara. Zoe sintió el peso de su mirada, pero cuando él abrió la boca para decir algo, ella ya se había vuelto hacia Yarissa, riendo demasiado fuerte por un chiste que no había escuchado bien.

El reencuentro del grupo fue como volver a casa. Valeria llegó con las mejillas sonrosadas y el vestido algo arrugado, seguida de cerca por Lucas, cuyo cabello despeinado delataba horas de baile. Se acomodaron en su círculo habitual, donde las bromas fluyeron como siempre, como si nada hubiera cambiado, como si todo fuera perfecto.

—Apuesto a que Yarissa termina espantando a ese pobre chico antes de medianoche —susurró José, señalando a su acompañante, que ahora intentaba seguir el ritmo de Yarissa con desesperación cómica.

—Apuesto a que tú no consigues ni un beso en la mejilla —replicó Valeria, esquivando el codazo que José le lanzó.

Pero como todas las cosas buenas, la noche terminó. Uno a uno, fueron despidiéndose con frases que sonaban a rutina, pero escondían algo más.




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