Ángel POV.
Entro a la cafetería como todos los jueves, en la entrada me deshago de la nieve que se acumuló en mi ropa y pelo. Mis pies me dirigen hasta la zona de barras donde tomó asiento en uno de los bancos y espero a que la señora venga a tomar mi pedido, quien trae un uniforme típico de su oficio con el nombre de la cafetería y un gafete que porta el nombre de «Wendy».
—Hola, Ángel ¿Quieres lo de siempre? —pregunta la rubia camarera con voz dulce, como una abuela.
—No, hoy quiero probar algo nuevo —digo mirando el menú que cuelga en el techo.
—¿Entonces que vas a querer? —Veo como saca su libreta y un lapicero con paciencia para anotar mi orden.
—Dame un Capuchino con un poco de canela por favor —Comencé a decir mi orden—, además quiero dos donas con glaseado y maní troceado —Mi mirada se desvía del menú que cuelga del techo con una sonrisa, la amable camarera me devuelve la sonrisa y noto como sus arrugas se acentúan.
—Por supuesto, señorito Ángel, ya mismo se lo traigo —asegura guardando la orden.
—Que sean tres donas —susurra mi lobo en mi interior.
—Wendy, que sean tres donas —Pedí llamando a la señora rubia antes de que se fuera.
—Desde luego —Otra sonrisa brota de sus labios y yo la imito.
Veo como la rubia camina por la zona de barras, rápidamente prepara mi orden, pues no hay muchas personas. Una vez tengo mi Capuchino y mis donas al frente, sonrió en señal de agradecimiento.
—Si gusta, joven, puede sentarse en una de las mesas vacías para que este mas cómodo —La voz de la amable señora hace que levante la mirada y asiento.
Wendy me da una bandeja para que pueda llevar mis alimentos hasta una de las mesas; luego de agradecerle, tomo su sugerencia y me dirijo a la mesa más cercana de la ventana. Sin dudarlo tomo una de las donas y disfruto del sabor dulce que deja en mi boca; suavemente se deshace con ayuda de mi lengua, y mis muelas se encargan de destrozar los trozos de maní.
Siento a John disfrutar también del dulce sabor y sonrió por ello. Mi teléfono vibra tres veces, lo que me indica que mi madre fue quien me escribió, sin dudarlo reviso que fue lo que mando y mis dientes relucen en una sonrisa al ver las fotos que me mando.
«Se ven muy bien juntos»
«Siempre te he deseado felicidad, mamá»
Le mando unos stickers y corazones; vuelvo a ver las fotos que me había mandado mi madre, son ella y Christopher en una cita, se ve tan feliz, sé que es feliz con él.
—¿Volveremos algún día? —pregunta mi lobo.
—Tal vez.
Sigo comiendo mis donas, disfrutando de su sabor a la vez que también veo las otras fotos que me mando mi mamá, veo los cambios que ha echo la manada, ha cambiado mucho en estos dos años, hasta le cambiaron el nombre. Eso solo me hace confirmar que Layla es una buena Alfa y que pudo seguir adelante sacando la manada a flote, hizo más en dos años de lo que yo hubiera hecho en toda la vida.
—¿Hueles eso? —La voz de mi lobo me detiene justo cuando iba a entrar la última dona a mi boca.
—Sí, huele a licántropo.
En la cuidad donde resido no hay muchos licántropos por eso rara vez me he topado con alguno cara a cara, en especial en esta época tan fría del año, pues el frío tiende a ocultar nuestro aroma.
Dirijo mi vista a la ventana donde justo pasa una pelirroja que detiene su andar, lleva una trenca gris con negro y su pelo suelto cubierto con algunos copos de nieve. Es ella. Es una licántropa. Se da cuenta de que la observo y también desvía su mirada hacia mi, no lo hace directamente, lo hace de soslayo. Tienes unos ojos azules preciosos, sus labios pintados de un rojo sutil, pero peligroso se curvan en una sonrisa coqueta.
Le devuelvo la mirada de la misma manera coqueta; desvió mi vista al frente, donde hay un asiento vacío y luego la vuelvo a posar en ella, repitiendo la acción una vez más en una invitación descarada de mi parte. Ella me guiña el ojo para luego seguir su camino rechazando mi oferta.
—Me agrada.
—A mi igual —concuerdo con mi lobo.
Termine mi comida y me puse a revisar mi teléfono sin darme cuenta de que el tiempo corre y no tiene ganas de esperarme.
—¿Ángel que hora es? —pregunta mi lobo despertándose de su corta siesta.
Al revisar la hora en mi dispositivo me alarmo. Suelto una maldición antes de recoger todas mi cosas. Escucho pasos acercándose, pero no les presto atención pues se de quien se trata.
—¿Otra vez se le hizo tarde, joven Ángel? —La meliflua voz de Wendy se hace presente y yo asiento levantándome.
—Ya sabes como es, Wendy —respondo con una sonrisa nerviosa caminando a la caja para pagar.
—Oh, no te preocupes, te lo pongo en la cuenta, ya tienes que irte es tarde —Sonrió con mas fuerzas y agradezco saliendo del local.
—¡Gracias, Wendy!
Corro las dos cuadras intentando no hacerlo de forma sobre-natural pasándome un semáforo en rojo. Entro a una librería apresuradamente, pidiendo disculpas.
—Oh, lo siento señor Gutiérrez, se me hizo tarde —Me disculpo con sinceridad dejando a un lado mi chaqueta luego de sacudir mis zapatos en la alfombra.
—No se preocupe, joven Ángel —menciona de forma desinteresada el señor mayor, noto como sus arrugas se acentúan cuando me da una sonrisa.
—Gracias, señor Gutiérrez —Me acerco al mostrador donde estaba el mayor para tomar mi puesto.
—Bueno, este anciano ya se va a su casa —dice en tono simpático—, aquí están las llaves —Las tomo en mis manos y le sonrió.
—Cuídese en el camino, señor Gutiérrez, afuera hace mucho frío —Veo como el señor se abriga bien y luego sale de la librería dejándome solo en ella.
—¿En serio afuera hace frío? —La burla aparece en la voz John.
—Sabes que el frio no lo sentimos, somos licántropos, pero el señor Gutiérrez sí lo va a sentir.
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Editado: 11.09.2022