Pov: Aidan.
Algo malo está pasando, lo presiento.
—Aidan ¿Qué crees que está pasando? —Me pregunta mi hermana cuando ambos llegamos a nuestro castillo que se supone debo llamar «hogar».
—No lo sé y no me gusta —Gruñí respondiendo su pregunta.
—Majestades —Nuestros sirvientes personales se aparecen frente a nosotros dándonos la bienvenida.
—Lucio ¿Qué está pasando? —Interrogo al vampiro mirándolo fijo.
—No lo sabemos, señorito Aidan —responde en su lugar su compañera.
—Majestades, su padre les solicita en el salón del trono —La voz de Lucio hace le observé, aún tiene la cabeza gacha al igual que su compañera.
—¿A ambos? —Temerosa sale la voz de mi hermana, es natural, nuestro padre no es una buena figura paterna que digamos.
—Eso es correcto, señorita Nadia —Le responde Lucía, la compañera de Lucio.
—¿Es urgente? —Me atrevo a preguntar.
—Los quiere ver desde que se fue el sol —dijo el vampiro respondiendo a mi pregunta, tome el puente de mi nariz entre dos de mis dedos en un acto de frustración y preocupación.
—Lleven esto a nuestras habitaciones, por favor —Pidió Nadia y le entrego los bultos que llevábamos.
—A sus órdenes —dijeron ambos haciendo una reverencia y tomando la carga.
—Cuando acaben con eso vayan a descansar, el sol está a punto de salir —Ordene a ambos notando su semblante caído cuando los dos siempre son más animosos.
—Muchas gracias —Note como sus ojos se iluminaron cuando levantaron la vista para agradecerme, dos pares de pupilas blancas reflejando agradecimiento.
—Hasta pronto —Se despidió Nadia con pesar.
—Majestades —Luego de otra reverencia, los compañeros se marcharon.
—Te estas volviendo más permisivo con ellos —Canturrea Nadia y no puedo evitar poner los ojos en blanco.
—Sus ojos me recuerdan a los de Liv —Confieso a mi hermana, quien me observa sin entender muy bien.
—¿De dónde a cuándo, se parecen los ojos de dos vampiros con los de una humana? —Pregunta totalmente confundida frunciendo su ceño.
—¿No has notado que Olivia tiene los ojos claros? —Seguí hablando con ella mientras caminamos a paso lento a la sala del trono, donde nuestro padre nos esperaba.
—Si, pero eso no tiene que ver, Lucio y Lucía tienen los ojos blancos, literalmente y Liv, solo los tiene un poco más claro que la mayoría población humana —Analiza levantando un poco la cabeza para verme ya que estoy a su izquierda.
—En mi mente tiene parecido —Me quejo cruzándome de brazos.
[…]
—¿Dónde estuvieron toda la noche? —La voz gélida y, a la vez monótona del Rey de Aidia calo en mis huesos como es costumbre cada vez que lo veo, mi hermana y yo nos encontramos frente al trono de mi padre con una rodilla al suelo y cabeza gacha, como su fuéramos soldados camino a la guerra.
—Padre, le avisamos con antelación que no pasaríamos ni el día ni la noche en Aidia —respondo por ser el primogénito, sin atreverme a levantar la cabeza.
—¿Dónde estaban? —Vuelve a preguntar esta vez con voz más severa, noto a mi hermana temblar ligeramente.
—Estábamos con los hijos de los líderes de los otros territorios —Mis respuestas medio ambiguas enfadan a mi padre, pues solo intento ocultar información.
—¡¿Dónde estaban?! —Arisca y frustrante se volvió su voz, a su pregunta le acompaño un sonido sordo producto de la unión brusca del cerro que el Rey lleva en la mano y las losas que cubren el suelo.
Ambos dimos un pequeño salto en nuestro sitio por el terror que nuestro padre tiende a influirnos. Miro a mi izquierda encontrándome con Nadia nerviosa, quien me devolvió la mirada junto con un asentimiento de cabeza.
¡Rayos! No quería decirle, pero supongo que no tengo opción.
—Estábamos en el territorio Alyak —Confieso en
—¿Qué hacían ahí?
—Estábamos con nuestros amigos —Una vez más evadí la pregunta, pues no le iba a decir que estábamos ahí para pasar el rato.
—¿Ideaste un plan para acabar con ellos? ¿Descubriste sus debilidades? ¿Sus puntos débiles? ¿Ya sabes cómo atacarlos para adueñarnos de su territorio?
—No, padre —Levanto la vista molesto por las preguntas dadas por el Rey ¿Cómo se le ocurre si quiera plantear eso?—, y tampoco lo haré —Añado con seguridad levantándome con furia creciente en mi mirada tornándose roja, mis ojos están fijos en debo llamar «padre».
—Nadia, sal de aquí —Ordena mi padre con voz gélida, y ella siendo la segunda en nacer no tiene voz ni voto, así que resignada se levantó para irse, no sin antes mirarme de reojo.
—¿Qué es lo que pretendes? —Inquiere también furioso y con su mirada enrojecida fija en mi.
—No pretendo nada, padre —Siseo sin apartar la vista.
—¿Tu comportamiento tiene algo que ver con esto?
Flaqueo al ver lo que mi progenitor trae en la mano, es su más gran tesoro, lo reconocería donde fuera, aún estado a metros de distancia, reconocería ese trozo de madera con el gravado especial, reconocería la punta de flecha que le robe a Olivia hace cuatro años.
—No —respondo luego de tragar en seco tratando de que mi voz salga normal.
—¿Entonces no te importa que me deshaga de el?
Sin darme tiempo a responder, mi padre lanzó aquel trozo de madera a la chimenea ardiente de la habitación haciendo que abra lo ojos por la sorpresa; veo el trozo de madera quemarse y me siento terrible al perder aquel objeto significativo.
—Algunos vampiros desaparecieron, y fueron encontrados en territorio Ailatan, el territorio de las brujas, los cuerpos pertenecen a vampiros de rango bajo, así que no le daré mucha importancia.
—¿Y cuál es tu punto? —pregunto cabreado por su reciente actitud.
—Vigila a ese tal Daniel, el chico brujo —Ordeno.
—No haré eso —Sentencio haciendo una mueca de desagrado, Daniel es mi mejor amigo y junto con Marcos son como los hermanos que nunca tuve.
—No fue una pregunta, fue una orden —En menos de un parpadeo lo tengo en frente de mi, cuando antes estaba mirando como ardía la madera. Le sigo mirando con ojos rojos y ganas de golpearle, pero sus palabras me detienen abruptamente— ¿Prefieres que visite la casa de la chica que hizo aquel repugnante objeto?
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Editado: 11.09.2022