Habían pasado nueve años desde aquel incidente en la vida de Krista. Desde ese momento todo era diferente tanto para ella como para todas las personas que había conocido.
Tenía dieciocho años y vivía sola desde hace seis años, casi no veía a sus padres y las pocas veces que sucedía, había una gran barrera entre ellos, ambas partes se trataban con desapego y distantes.
A pesar de todo Krista había logrado tener varios exitos, pues se había vuelto una de las mejores danzarinas de ballet del mundo en los últimos años, nadie podía superarla, llevaba cinco años ganando y venciendo a todos. Había sido educada con clases en casa desde los nueve años, así que su desarrollo social como persona estaba un poco atrofiado, no sabía bien cómo llevarse con los demás, de hecho, eso era bueno para ella pues según palabras de Mera, debía evitar cualquier emoción que desequilibrara su estado mental.
La chica recién se despertaba para hacer la misma rutina de todos los días. Tendía su cama a la perfección, tomaba y doblaba su toalla y entraba en la bañera donde duraba quince minutos exactos, siempre quince, nunca más o menos de ese tiempo. Salía y se vestía con una camiseta blanca que llevaba un broche redondo y minúsculo de color negro, unos jeans claros y unas zapatillas blancas. Siempre usaba las mismas gamas de colores entre blanco y celeste, quizá era porque le gustaba o porque eran los colores que mejor le sentaban...
Su piel era blancuzca casi pálida, sus ojos parecían siempre estar aburridos, pues su mirada era un poco inexpresiva y sus ojos color celeste le daban una apariencia fría. Era alta, casi un metro setenta y seis (1.76m). Se acercó al espejo y tomó su cabello el cual era rubio, liso y corto sobre los hombros, lo dividió por la mitad y lo ató en un moño recogido bajo estilizado, el cual siempre era su peinado para todo. Pulcro y ordenado como casi todo en su vida. Krista era monótona y rutinaria, pero todo siempre lo hacía a la perfección, casi parecía obsesionada con la limpieza y el orden. Nunca había un cambio en nada, en sus horas de dormir, en su hora de llegada a algún lugar, en su forma de hablar... en todo tenía un patrón.
Ese día tenía que ir al castillo. Suspiró frente al espejo y tomó una vieja pulsera que había en una esquina de su comoda, aquella pulsera había sido un regalo de su única amiga, la cual era una de sus protectoras. Metió el regalo en uno de sus bolsillos y tomó la mochila que estaba suspendida en su pared y salió de su apartamento en dirección a los estacionamientos. Agradeció internamente que no hubiese nadie en los pasillos, odiaba tener que saludarlos, se le hacía incomodo.
Subió a su auto y rápidamente tomó carrera hacia su destino. El viaje era un poco largo, pero para Krista era breve, conocía muchos atajos y era excelente al volante, pero aquel día estaban reparando una de las vías que ella usaba por lo que tuvo que desviarse para entrar en un gran vecindario el cual tenía un tránsito lento estancado. Algo sucedía.
—No, no hoy —dijo para si misma mientras salía de su auto para dirigirse al origen del estancamiento, quizá podría ayudar.
Tomó unos lentes oscuros antes de caminar y se infiltró entre todas las personas sin ser vista. Llegó al punto del problema y vio un camión enorme de mudanza y a un señor que parecía muy molesto. Su edad era un poco avanzada pero sin ser viejo realmente, su cabello pelirrojo estaba desordenado y sus ojos grises destilaban estrés.
Sin sentirse intimidada y ningún miedo, Krista se acercó.
—Buen día, ¿qué ha sucedido? —preguntó tranquilamente mirando por momentos al camión y luego al señor.
—¿Para qué quieres saber? ¿Qué podría hacer una niñata como tú? —le respondió tajante.
—Le sorprendería. ¿Que sucedió? —aquella forma de responder del señor no la había escandalizado en lo más mínimo, sabía perfectamente cómo manejar sus emociones y a personas de ese tipo.
—No lo sé, algo comenzó a echar humo, luego se detuvo el camión. No quiero tocar nada, ya llamé tecnicos —logró responder el señor—. Si eso es todo ya puedes...
—¡PAPÁ! —una estruendosa voz interrumpió la agria conversación— Papá, creo que era falta de agua, estas máquinas no funcionan sin ella —la voz se fue acercando y segundos después apareció una chica con el cabello muy rizado, largo y despeinado de color café rojizo. Su rostro estaba manchado levemente por grasa.
Al llegar junto a su padre la chica levantó la mirada y se encontró con los ojos de Krista quien la miró por instinto más que nada. La chica pareció trabarse por segundos antes de hablar y cuando por fin pudo recuperarse del shock, Krista habló antes.
—Parece que ya ha encontrado solución, ahora si no es mucho pedir, mueva su camión del camino, tengo prisa —al terminar se dio la vuelta y volvió a su auto antes de que aquella chica desaliñada tuviera oportunidad de acercarse a ella.
Ya en el auto, Krista tuvo que esperar unos tres minutos a que el tráfico volviera al ritmo, pero esos tres minutos le estaban costando su puntualidad. Algo dentro de ella estaba ligeramente irritado por eso.
Pisó el acelerador hasta el fondo, pero aún así el tiempo estaba en su contra. Llegó a su destino y se apresuró a salir del auto para llegar con quien la esperaba en la puerta del gran castillo rústico. La mujer era de piel canela, ojos atigrados de color ámbar, su cabello era largo y trenzado de tonos castaños y era solo unos centímetros más alta que Krista, pero todo en ella era suficiente para intimidar a la chica.
La mujer miraba un reloj en su muñeca y cuando Krista estuvo frente a ella levantó la mirada.
—Casi cuarenta segundos tarde —dijo con voz gélida.
—No fue mi culpa.
—Tal vez si hubieses medido mejor tu tiempo esto no hubiera sucedido.
—Siempre mido mi tiempo, pero cuando algo no está dentro de mi alcance no puedo hacer nada —la voz de la joven comenzaba a alborotarse un poco.
Editado: 17.09.2021