La comida no estaba nada mal. La cama en realidad era bastante cómoda. La nueva ropa que le habían proporcionado era bonita y parecía haber sido hecha sólo para ella. La habitación era muy acogedora, hermosamente decorada, se notaba además que estaba acoplada a sus gustos. Si bien había sido separada de todo lo que conocía hasta hacía unos días para entrar a un mundo nuevo y diferente, no tenía verdaderas razones para sentirse mal por ello. Al menos de momento.
Era la segunda vez que eso le pasaba.
El primer día no lo vio. Su nuevo raptor, fuera quien fuera, no hizo acto de presencia en la habitación en la que Dani estaba confinada. Le dejó la comida y el cambio de ropa, que ella agradeció, pero para ser un secuestrador, ni siquiera trató de acercársele. Eso le dio tiempo para pensar en su situación. ¡Qué suerte la suya! Apenas escapó de su captora, otra persona se las arregló para tenerla bajo su dominio. No mucha gente podría decir que salió de un secuestro para caer en otro inmediatamente, pensó. Con el pasar de las horas, se dio cuenta de que no iba a aparecer su secuestrador, y las dudas de por qué no dejaron de asaltar su mente. Había aprendido de sus años al "cuidado" de Angelique a sacar siempre el mejor partido de cualquier situación. Pero le sería difícil si no se le presentaba en persona.
Al segundo día le sucedió el tercero, sin que nada distinto pasara. Pero en esos días pudo comprobar por el estado de la habitación en la que pasaba el tiempo, que al parecer el secuestrador se preocupaba un poco por ella. Toda la decoración era de acuerdo a sus gustos, así como la ropa y la comida que le preparaba. De hecho notó que ésta estaba cocinada a mano, por la apariencia de los ingredientes. La persona que la raptó quería que estuviera cómoda.
El cuarto día, oyó un poco la voz de su captor. Descubrió que era hombre, por lo que pudo escuchar, a pesar de que habló muy bajo y a través de la puerta, y dejó notar un ligero tartamudeo. Eso fue suficiente para saber una tercera cosa de él: estaba nervioso al hablar con ella.
El quinto día por lo tanto se dedicó sólo a escucharlo. Respondía a las preguntas simples del apresador sobre cómo se sentía o si necesitaba algo de manera concisa, para no dar a conocer sus intenciones hacia él. Suponía que eso lo haría mostrar la cara en los días siguientes. Y así...
El sexto día llegó. Las posibilidades de que diera la cara eran bajas, pero Dani confiaba en que sus esfuerzos valdrían la pena. En la mañana recibió su desayuno, pero en silencio, y no hubo señales de que él fuera a entrar. Durante un par de horas, ni siquiera emitió un sonido para asegurarle que seguía allí. Parecía como si las acciones de Dani hubieran tenido el efecto contrario al esperado. ¿Había conseguido ponerlo tan nervioso que ya ni siquiera le iba a hablar? Eso podía ser un problema, porque de esa forma nunca encontraría una manera de escapar del lugar... Cuando llegó el mediodía, la bandeja con su almuerzo volvió a aparecer por debajo de la puerta, nuevamente sin ningún sonido. Al tomarla, decidió esperar unos momentos por alguna acción por parte del perpetrador, pero esta no ocurrió. Ya sin ganas de estar a la espera de que tome la iniciativa, cosa que sabía que no iba a pasar, Dani prefirió tomar la situación en sus manos. Así que tomó aire, preparó su voz más tímida y se dispuso a hablar.
–¿P-podría, por favor, ac-compañarme a almorzar? E-es q-que... Me siento m-muy sola en este lugar...
Hombres más fuertes, con gran temple, no hubieran podido resistir la falsa pero convincente dulzura inocente que las palabras de Dani transmitieron. Con el tiempo había dominado muchas dotes de actuación, al fin de poder interpretar a la Danielle que más le conviniera dependiendo de la situación. La voz tímida y dulce que acababa de usar, era irresistible contra casi cualquiera, pero especialmente con aquellos débiles de carácter, en particular hombres. A grandes rasgos, apela a la necesidad inconsciente de proteger a aquellos más débiles que uno, por lo que si alguien que se considera a sí mismo débil se encuentra con esta voz pidiéndole ayuda, le da la falsa sensación de fuerza relativa, es decir, se pueden considerar fuertes al encontrar a alguien aún más débil. Una forma sencilla de aprovecharse de los instintos humanos más arraigados dentro de cada uno.
–¿D-de verdad? ¿La señorita Danielle se siente sola? ¿Y le gustaría mi compañía?
Como si respondiera exactamente a las predicciones de Dani, el secuestrador formuló esa pregunta. Una sonrisa maliciosa se formó en sus labios, que se apresuró a borrar para seguir con la farsa.
–S-sí. Si no es problema. P-pido disculpas si es una molestia... –si eso no funcionaba, entonces nada lo haría, pensó. Por fortuna, parecía que sí.