Guerra de Corazones

Capitulo 1

Algo en su interior se agitó, como u Lyra no recordaba su llegada al palacio. Sus recuerdos, sus sueños, siempre habían estado ligados a aquella enorme bestia de torres altivas, suelos de mármol y caballeros de reluciente armadura. Para ella, ese castillo no era un lugar: era su mundo entero.

Había crecido aprendiendo a hacer reír a la familia real y a los nobles. Su padre, el bufón de la corte, se había encargado de enseñarle con dedicación, pues su legado debía recaer sobre sus hombros, aunque estos fueran aún pequeños y frágiles.

Vivía con él en una pequeña casita de piedra, oculta entre los jardines del castillo, un humilde refugio que le recordaba cada día que pertenecía al palacio, pero que jamás sería parte de él.

Tenía la misma edad que el príncipe Darian. Solían hablar y reír juntos, pero siempre a escondidas. Esa había sido la estricta orden de la reina Eirene, para evitar susurros indebidos y miradas cargadas de juicio en la corte.

El primer día que habló con el príncipe fue él quien, con visible vergüenza, se atrevió a preguntarle, mientras se ocultaban tras una columna de mármol:

— ¿Por qué siempre haces chistes? —susurró, evitando mirarla directamente.

—Porque es lo único que hago bien —respondió Lyra, con una sonrisa suave que escondía más de lo que mostraba.

Como el príncipe Darian aún no la conocía lo suficiente, no supo contradecirla. Sin embargo, con el paso de los años comprendió que ella era mucho más que la futura bufona de la corte: en su risa habitaba una inteligencia silenciosa, una sensibilidad profunda y una luz que el palacio jamás merecería.

Sus primeros 19 años pasaron entre risas, bailes, miradas y compromisos. Los últimos años el Reino había prosperado por lo que las reuniones diplomáticas y fiestas eran mucho más constantes. Lyra estaba a meses de ser nombrada bufona real, su padre estaba radiante de alegría.

Algo en su interior se agitó, como u Lyra no recordaba su llegada al palacio. Sus recuerdos, sus sueños, siempre habían estado ligados a aquella enorme bestia de torres altivas, suelos de mármol y caballeros de reluciente armadura. Para ella, ese castillo no era un lugar: era su mundo entero.

Había crecido aprendiendo a hacer reír a la familia real y a los nobles. Su padre, el bufón de la corte, se había encargado de enseñarle con dedicación, pues su legado debía recaer sobre sus hombros, aunque estos fueran aún pequeños y frágiles.

Vivía con él en una pequeña casita de piedra, oculta entre los jardines del castillo, un humilde refugio que le recordaba cada día que pertenecía al palacio, pero que jamás sería parte de él.

Tenía la misma edad que el príncipe Darian. Solían hablar y reír juntos, pero siempre a escondidas. Esa había sido la estricta orden de la reina Eirene, para evitar susurros indebidos y miradas cargadas de juicio en la corte.

El primer día que habló con el príncipe fue él quien, con visible vergüenza, se atrevió a preguntarle, mientras se ocultaban tras una columna de mármol:

— ¿Por qué siempre haces chistes? —susurró, evitando mirarla directamente.

—Porque es lo único que hago bien —respondió Lyra, con una sonrisa suave que escondía más de lo que mostraba.

Como el príncipe Darian aún no la conocía lo suficiente, no supo contradecirla. Sin embargo, con el paso de los años comprendió que ella era mucho más que la futura bufona de la corte: en su risa habitaba una inteligencia silenciosa, una sensibilidad profunda y una luz que el palacio jamás merecería.

Sus primeros 19 años pasaron entre risas, bailes, miradas y compromisos. Los últimos años el Reino había prosperado por lo que las reuniones diplomáticas y fiestas eran mucho más constantes. Lyra estaba a meses de ser nombrada bufona real, su padre estaba radiante de alegría.

Algo en su interior se agitó, como u Lyra no recordaba su llegada al palacio. Sus recuerdos, sus sueños, siempre habían estado ligados a aquella enorme bestia de torres altivas, suelos de mármol y caballeros de reluciente armadura. Para ella, ese castillo no era un lugar: era su mundo entero.

Había crecido aprendiendo a hacer reír a la familia real y a los nobles. Su padre, el bufón de la corte, se había encargado de enseñarle con dedicación, pues su legado debía recaer sobre sus hombros, aunque estos fueran aún pequeños y frágiles.

Vivía con él en una pequeña casita de piedra, oculta entre los jardines del castillo, un humilde refugio que le recordaba cada día que pertenecía al palacio, pero que jamás sería parte de él.

Tenía la misma edad que el príncipe Darian. Solían hablar y reír juntos, pero siempre a escondidas. Esa había sido la estricta orden de la reina Eirene, para evitar susurros indebidos y miradas cargadas de juicio en la corte.

El primer día que habló con el príncipe fue él quien, con visible vergüenza, se atrevió a preguntarle, mientras se ocultaban tras una columna de mármol:

— ¿Por qué siempre haces chistes? —susurró, evitando mirarla directamente.

—Porque es lo único que hago bien —respondió Lyra, con una sonrisa suave que escondía más de lo que mostraba.

Como el príncipe Darian aún no la conocía lo suficiente, no supo contradecirla. Sin embargo, con el paso de los años comprendió que ella era mucho más que la futura bufona de la corte: en su risa habitaba una inteligencia silenciosa, una sensibilidad profunda y una luz que el palacio jamás merecería.




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