Ver la vida en estos momentos es muy simple, limitada y sin mucha visión hacia el futuro, si, esta es la mente de un niño promedio del País Del Cerro Del Águila, algo muy maleable, cada recuerdo de su niñez influirá en ellos hasta la muerte.
Tomar una pala, algo con lo que Santoyo ha vivido desde que tiene memoria, cavar, hacer posos, plantar, cultivar, cortar y recolectar, así de simple se ve esto, pero no lo es, es un trabajo difícil, agotante, sujeto a la incertidumbre de la naturaleza y sobretodo, toma mucho tiempo, con esto tiene que lidiar Santoyo, de tan solo 8 años.
Después de una jornada dura de trabajo, avienta la pala y sale corriendo con su perrito pinto, llamado Cetizen donde atraviesan 2 cercas de piedra, corre por una pradera, sube una pequeña colina y todo para visitar a su amigo Panki, que también trabaja en unos cultivos de café, muy famosos.
Panki era esa clase de niño rico pero trabajador y humilde, le regalaba juguetes, a veces le llevaba de comer a los cultivos, le regaló y le da de comer a Cetizen, en contraste, Santoyo era todo lo opuesto, pero tal vez esa desigualdad era lo que los hacía tan amigos.
Santoyo llegaba casi de noche a su pequeña casa en el País, donde lo esperaban sus padres adoptivos, unos que lo encontraron abandonado y tirado en pleno cerro, no tuvieron otra opción más que adoptarlo, en cambio, su paga era estar trabajando en esos aburridos cultivos, pero él estaba muy agradecido con esta familia pese a esto.
Al entrar a la casa de madera, lo esperaba su madre con una tasa de leche y su pan de trigo, apenas si lograba conectar unas palabras con ella, su padre se la pasaba en las cantinas, llegaba y golpeaba a su madre, él no podía hacer nada porque su madre lo encerraba en su cuarto antes de que el llegara, esta noche no era la excepción de evadir aquel encierro, pero no llegaba el borracho.
Pasaban las horas y no se escuchaba la violencia, Santoyo no puede dormir hasta que golpeen a su madre, si lo hacía soñaba con pesadillas horribles causadas por todo el escándalo que le provocaría ese borracho explotador.
Así que se asomó por la ventana intentando visualizar entre la calle empedrada si llegaba, de pronto se distrajo con la luna, estaba más reluciente y cerca de lo usual, se podía ver a lo lejos todo el Cerro Del Águila iluminado por una luz blanca tenue , además hacía un viento que generaba un sensación extraña, distinta, como una especie de nostalgia única.
Santoyo tomó una caja pequeña debajo de su cama, la abrió, estaba un collar azul turquesa, con piedras pequeñas puntiagudas.
Tomó el collar para sentir las texturas de las piedras, picaban, pero le provocaba un sentimiento de incertidumbre, este collar se lo dejaron sus padres biológicos antes de abandonarlo en el cerro.
Encima de una mesa, había un espejo rectangular que cabía en la mano de Santoyo, se miró en el y con unas lágrimas que estaban a punto de brotar, se visualizaba un rostro triste, lleno de tierra de campo y con una cara que jamás ha visto a su verdadera familia.
Estuvo varios minutos mirándolo, intentando imaginar a partir de su rostro, como sería la cara de su madre o de su padre, movía el espejo en todas las direcciones así como también el movía su rostro, hacía gestos pero nada, su imaginación no le alcanzaba para mucho, en alguna parte de este mundo estaría su familia. De tanto idealizar se quedó dormido.
Unos ruidos de carrozas se escuchaban en la calle, a Santoyo le interrumpieron su sueño pero él estaba extrañado, las carrozas no pasan por este lugar del país tan pobre, los pájaros que siempre cantaban en el techo del vecino durante toda la mañana no estaban, salió a la ventana y observó a la demás gente, estaban alterados e inmóviles en la calle porque una enorme fumarola a lo lejos se lograba ver entre las pequeñas casas de madera y adobe.
A la vez que se escuchaban otro tipo de sonidos, como metal ¿espadas?, eso pensaba Santoyo, una niña apuntó hacía el fondo de la calle, un hombre fue arrojado desde otra calle cayendo a medio vecindario, de pronto sucede una gran explosión sacudiendo todo, el techo de desprende, la casa comenzó a derrumbarse, la gente corría como loca por todas partes.
Santoyo metido entre los escombros, tenía atrapada su pierna en las maderas, asustado, comenzó a gritar para que la gente lo ayudara pero era inútil, corrían y se alejaban, a la vez que se escuchaban sonidos metálicos, agudos, chillantes, cuando de pronto la casa que aplastaba a Santoyo desapareció repentinamente.
Una sombra a sus espaldas le tapaba el sol, algo gigante, un hombre con una armadura dorada duocromática azul-verde lo acechaba, era un Drossenmau.
Inesperadamente ocurrió otra explosión, apareció entre el humo un guardián alto de ojos amarillos, diciéndole a Santoyo que escapara pero se quedó petrificado al ver que su madre estaba tirada con un charco de sangre rodeando su cuerpo y sin pensarlo más salió corriendo.
Entre más se alejaba de su casa más explosiones ocurrían, gente corriendo, algunos tirados agonizando, el polvo nublaba la vista, rocas golpeaban su cabeza como granizo, hasta que una viejita de más de 80 años lo tomó inesperadamente y se lo llevó a el sótano de su casa, ahí se resguardaron por horas, el caos creaba un ambiente diabólico, escuchar como los guardianes peleaban era impresionante.
La viejita se llama Actina, le decía que sus hijos fueron a defender al País de estos asesinos, mientras el intentaba distraerse con los juguetes de los hijos de la anciana, de cuando eran niños.
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Editado: 21.07.2020