Guerra de Razas: Sangre Divina

CAPITULO 2: ANASTASIA

—¡Dom!

Escuchó la palabra como un susurro, apenas perceptible en medio de un sueño inquieto. La voz resonaba como un eco, cercano pero distante al mismo tiempo, como si viniera de un lugar imposible de alcanzar. Imágenes desconocidas, pero con él como protagonista se desplegaban, como si de diapositivas aleatorias se tratase, sin conexión entre sí además de su presencia. Se vio a sí mismo elevado en la mano de una gigantesca criatura, rodeado por otras once siluetas casi idénticas, también veía sombras, tan oscuras y tenebrosas que un escalofrío recorrió su cuerpo, podía ver a la lejanía las llamas, sintió la sangre a borbotones ascender desde el suelo. Luego vio hombres cuyos rostros estaban difuminados, con armaduras de todas formas y colores, tan llenos de ira que se movían sin uso de razón mientras el sonar de una trompeta que pareció sonar tan fuerte que lo volvería loco daba pie al inicio de una batalla.

—¡Dom!

En medio de este caos onírico, la voz se alzó de nuevo, más insistente, llamándolo con una urgencia palpable que resonó en lo más profundo de su ser. Las imágenes, tan efímeras como un suspiro, se desvanecieron, en aquel momento creyó haber abierto los ojos sacándose de su ensoñación. Un fuego ardía en el fondo oscuro de la sala, fuego que no iluminó lo suficiente para permitirle ver con claridad. Entonces un nuevo atisbo de oscuridad embriagó su ser llenando su mente con un vacío profundo e inquietante que no pudo acaparar pensase lo que pensase.

Pronto, sintió algo cambiar en aquella habitación como un cambio apenas perceptible en la bruma del aire. Una presencia invisible se acercaba a él, moviéndose sin hacer ruido. Sin opción se incorporó bruscamente, con la mirada alerta como un felino miraba a todas direcciones entre la oscuridad y agarró su espada con fuerza. Sus sentidos se agudizaron, y pudo sentir la presencia acercándose cada vez más.

Aferró con determinación la hoja desprovista de funda, y en ese mismo instante, un suspiro tembloroso se coló a su lado. En la penumbra, no podía distinguir quién era el dueño de esa respiración, pero cuando el aliento errante se hizo aún más cercano, la certeza de un peligro inminente lo embargó. Sin titubear, levantó su espada, dispuesto a desentrañar el misterio con un tajo certero.

—¡Tranquilo! ¡Soy yo! ¡Anna! —la voz de Anna, como un faro en la oscuridad, resonó con firmeza, quebrando el silencio ominoso.

Dom, por un breve lapso, se quedó paralizado, el filo de su espada suspendido en el aire. Luego, aflojó su agarre, permitiendo que la tensión cediera. La figura de Anna emergió de las sombras, su rostro pálido iluminado por el fulgor del fuego que se alzaba detrás de ella. Temblaba perceptiblemente, y en sus ojos se reflejaba el pánico que la había atrapado en la oscuridad.

—¡Anna! —exclamó Dom, aliviado— ¿No sabes llamar a la puerta?

La chica agitó la cabeza, incapaz de hablar.

—Dom... Al tener a una dama en casa es normal usar ropa para dormir —dijo ella finalmente, con la voz entrecortada.

Dom frunció el ceño, confundido por la extraña actitud de Anna.

—Deberías venir a desayunar —añadió ella, evitando hacer contacto visual con él.

Dom se frotó los ojos, tratando de alejar el sueño de su mente. Miró hacia abajo, y se dio cuenta de que estaba desnudo. Un escalofrío recorrió su cuerpo, y se apresuró a vestirse.

—¿Y a ésta qué le dio? —se preguntó, mientras se ponía los pantalones con prisa.

El ambiente se había vuelto más oscuro y extraño de repente, y una sensación de inquietud se había instalado en su mente. No supo entonces lo que estaba pasando, pero sabía que algo sobre aquel sueño no estaba bien.

Horas más tarde, la luz del sol comenzó a desvanecerse y el cielo empezó a cubrirse de nubes, la temperatura comenzó a bajar y la brisa fresca comenzó a soplar. Dom se detuvo en seco al ver los establos a lo lejos, la vista de los caballos atados alrededor de los postes y los perros ladrando detrás de las rejas. A pesar de que había pasado innumerables horas en ese lugar, hoy se sentía diferente, hoy se sentía como si algo faltara.

—"Quizás sea solo mi imaginación" —pensó mientras continuaba su camino.

Sin embargo, su pensamiento fue interrumpido por la voz de Anna.

—Señor Dom... ¿Se va a ir tan pronto? —Dijo Anna a la vez que hacía el intento de seguirle el paso firme que llevaba.

—Gracias por todo otra vez —dijo evitando mirarla a la cara —Tendré que irme por un par de días, los aldeanos dicen que al parecer hay problemas con unos bandidos cerca de la capital —respondió Dom, tratando de parecer sereno.

Anna lo miró fijamente, parecía que quisiera decir algo más, pero finalmente solo se limitó a asentir con la cabeza y se alejó lentamente.

Sin embargo, antes de que Dom pudiera entrar en los establos, Anna lo alcanzó.

—Vamos Dom... ¿Crees que está vez puedas llevarme contigo? —Dijo mientras su voz estaba al borde de romperse. —Prometiste no volver a irte de mi lado, ¡yo no quiero volver a quedarme sola!

Dom se detuvo en seco, miró a Anna y luego al suelo, suspirando.

—Lo siento, Anna. Pero, aunque quiera no puedes venir conmigo, los trabajos que hago sabes mejor que nadie que son peligrosos —dijo con un tono de voz más suave, tratando de hacerle entender.




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