—¿Consideras prudente tenerlo aquí? — inquirió el joven, encogiéndose de hombros con una expresión de incertidumbre palpable. Su figura se erigía frente a Hannibal, brazos cruzados y una mirada preocupada danzando en su rostro. La atmósfera de la habitación vibraba con un tenso misterio, como si las paredes mismas guardaran secretos.
Hannibal ocupaba una silla de manufactura artesanal, esculpida con maestría a partir de una única pieza de robusta madera de roble. La escasa iluminación provenía de varias velas de cera dispuestas en una mesa cercana, arrojando sombras que conferían al salón un aire oscuro. Las paredes, hechas de una piedra grisácea, albergaban antorchas de hierro que proporcionaban una iluminación adicional, como guardianes silenciosos de los misterios que se ocultaban en la estancia. Un suelo cubierto por una alfombra roja de terciopelo añadía un toque majestuoso al conjunto.
—Eso creo... —respondió Hannibal con una voz serena, casi en trance, mientras se meció sobre la silla, con los pies descansando sobre su escritorio. La silla crujió levemente bajo su peso. Hannibal, de tez clara y melena ondulada que caía sobre unos ojos azules de mirada intensa, exhibía una expresión apacible, aunque sus ojos destilaban una intensidad peculiar mientras pronunciaba sus palabras.
El joven frunció el ceño ante la actitud relajada de Hannibal, quedando en silencio unos instantes, sopesando las palabras en la penumbra cargada de inquietud.
—Vaya... sinceramente, en todos mis años sirviendo aquí, creo que es la primera vez que te veo interesado en alguien —mencionó el mozo con intención burlona, como si disfrutara de la posibilidad de irritar a Hannibal. —¿Qué tiene de especial?
Hannibal, sin dejarse perturbar, clavó su mirada en los ojos del hombre y respondió con una sonrisa burlona:
—¡Ja, ja! ¿De verdad no percibes el aroma que emana de ciertas partes de su ser? Es la sangre de una diosa, así que, o bien asesinó a una de ellas o ha compartido su lecho con una. De cualquier manera, debe ser alguien de importancia, a pesar de su aura obviamente humana.
El hombre dudó por un segundo, visiblemente afectado por la revelación, bajó la mirada y tragó saliva, una inquietud evidente teñía su expresión.
—Vaya, no esperaba que fuera eso. No te creí tan astuto. ¿Ya lo has consultado con tu padre? —preguntó, revelando una preocupación sincera en su tono.
Hannibal, levantándose de su asiento, golpeó la mesa con ira.
—No hay nada que discutir con él. Se ha vuelto innecesario en este castillo. Apreciaría tu discreción. Por tu bien. —respondió Hannibal con firmeza en su tono, sin admitir objeciones.
El mozo asintió en silencio y se retiró de la habitación, visiblemente preocupado por lo que acababa de escuchar. Y al asomarse por el pasillo, tras él, resonaron pasos apresurados que bajaban las escaleras de la planta superior.
—¡Hannibal! ¡el humano ya despertó! —gritó una joven de baja estatura, quien irrumpió en el salón con una expresión de terror en su rostro.
—¿¡Cómo es posible que ya haya despertado!?... ¡Es demasiado pronto! —exclamó Hannibal, levantándose rápidamente de la silla y corriendo hacia la chica. Puso su mano sobre su cabello en un intento de calmarla.
—¡Está de pie junto a la cama! —agregó la joven con voz aun temblorosa.
El chico se apartó un poco y miró al mozo, quien estaba intranquilo al igual que él y su hermana menor. Caminó rápidamente hacia la habitación y se detuvo en la puerta, junto a él se asomó la ya tranquila niña. Abrieron lentamente la puerta y se sorprendieron al verlo, sentado sobre la cama, con una mirada apacible dirigida hacia ellos.
—Ahora... Quiero saber qué ha pasado y cuánto tiempo llevo aquí... —dijo con una voz tranquila y relajada mientras se ponía en pie y caminaba lentamente hacia ellos.
—Te encontramos herido dentro de mi propiedad. —Respondió Hannibal, extendiendo una de sus manos en un gesto de saludo. —Soy el amo y señor de este Castillo, mi nombre es Hannibal... Es un placer conocerte, ¿sir...? —preguntó, sin terminar la frase.
—No soy un sir...— interrumpió, mi nombre es Dom, primero al mando de la orden de Julio tercero.
Los dos jóvenes lo miraron extrañados tras escucharlo, lo que creó un ambiente incómodo que se vio interrumpido por la pequeña.
—Un gusto... Dom. Mi nombre es Mía Hilbert y mi hermano es Hannibal Hilbert, heredero de la familia Hilbert. —intervino Mía, presentándose con una sonrisa en su rostro.
Hannibal no podía dejar de notar las heridas que habían desaparecido inexplicablemente de Dom.
—¿Te molestaría acompañarnos a comer? Quisiera tomarme el tiempo de charlar un momento contigo. —extendió su mano de manera cordial apuntando al pasillo. A lo que él asintió con la cabeza.
Mientras se dirigían al comedor, Dom estaba evidentemente inquieto y desconfiaba de los jóvenes que lo habían hospedado. Los salones estaban cubiertos de un silencio incómodo, todos parecían envueltos y hundidos en sus propios pensamientos. Frotó sus ojos con fuerza mientras caminaba por la estancia, tratando de aclarar sus pensamientos. Había algo que no encajaba en su situación.
—Lo siento, todo esto es bastante confuso para mí. —dijo finalmente, levantando la vista para encontrarse con los ojos de Hannibal.