Guerra de Razas: Sangre Divina

CAPITULO 6: VINCENT

― ¿Dónde crees que está ese tal Sylas? ―preguntó Hannibal dirigiendo la vista a Dom.

―Como saberlo. ―Respondió Dom encogiéndose de hombros. ―Pero basta con confiar en que ella nos guie. ―Añadió apuntando con la barbilla a la joven mía que yacía con la cabeza baja sobre el asiento de cuero, quedándose dormida.

Después de un breve momento de deliberación, Mía se levantó con determinación, como si hubiese estado pensando todo este tiempo en cuál sería su siguiente movimiento. Entonces se dirigió hacia su habitación y en el escritorio en el cual tenía todas sus herramientas de lectura, además de libros y lápices, sostuvo entre sus manos un pequeño cofre tallado de color azulado y adornado con cristales diminutos y extrajo de él una daga adornada con figuras desconocidas y un filo brillante. Cuando bajó las escaleras hasta la sala en la que se encontraban los demás, el color y forma de la hoja los dejó estupefactos, sobre todo a Hannibal. Se trataba de un metal utilizado para la caza de vampiros, de ahí la reacción.

― ¿No te parece increíble, hermano? Es uno de los trofeos que tenía papá en la biblioteca ―Dijo Mía mientras pasaba su dedo por las inscripciones mágicas grabadas en la empuñadura.

Dom la observó con curiosidad, preguntándose cómo una daga podría ayudarles a rastrear a Sylas.

―Mía, ¿cómo planeas utilizar una daga para seguir el rastro? ―preguntó Dom, buscando entender el plan en su totalidad.

―Esta hoja es para asesinar vampiros, Dom. No me interesa de donde ha salido sino lo que puedo hacer con ella. ―Dijo la chica. ―Verás, necesitaba encontrar la manera de que mi sangre se uniera a la del Lapins, pero un corte normal no serviría ya que mi sangre rechazaría al instante la suya, tampoco me hubiese sido de ayuda el solo probar su sangre de las hojas que envió, necesito más, algo un poco más peligroso que eso.

Hannibal, mientras tanto, seguía observando con escepticismo. Aunque confiaba en las habilidades de Mía, sabía que estaban tratando con una fuerza desconocida.

― ¿Y si este Lapins tiene algún tipo de trampa mágica preparada en su sangre? ― preguntó Hannibal con precaución.

Mía sonrió suavemente mientras levantaba la daga y la examinaba detenidamente.

―Es posible, pero confío en mi intuición y en el vínculo que he establecido con esta daga. Si hay alguna trampa, creo que podré detectarla antes de que pueda correr algún peligro.

Mía tomó un profundo aliento y se acercó a Dom. Extendió la daga hacia él, el filo brillando bajo la tenue luz de la habitación.

―Dom, necesitaré que sostengas el puñal. ―Dijo Mía, su voz suave pero cargada de seriedad.

Dom asintió y extendió su mano, ofreciendo su palma a Mía. Sostuvo entonces la daga sobre su mano por un momento, los ojos de Mía se cerraron mientras ponía una mano sobre la hoja y canalizaba algo de energía a través del arma. La daga empezó a emitir un suave resplandor dorado, una energía que parecía fluir entre Mía y la hoja.

Después de un instante, Mía hizo un pequeño corte en su palma. Una gota de sangre emergió de su mano y se deslizó suavemente por la hoja, entonces, la daga hizo desaparecer la sangre e inmediatamente, emitió un brillo más intenso, como si estuviera vibrando en sintonía con la esencia de la chica. Mía cerró los ojos y respiró profundamente, como si estuviera sintonizando sus sentidos con aquella magia.

―Está hecho. La daga absorbió toda la magia de mi sangre. Ahora puedo usarla para seguir el rastro de Sylas. ― Mía anunció con satisfacción.

―Entonces hay que prepararse, deberíamos salir al amanecer y seguir el rastro. ― Dijo Hannibal, su voz firme y decidida.

El reloj en la sala marcó el paso del tiempo con un tintineo suave, cada campanada pareciendo llevar consigo un eco de incertidumbre. Los hermanos se movían de un lado para otro preparándose para la incursión que harían y Dom se retiró a su habitación. Pero, justo cuando la tensión parecía alcanzar su punto máximo, un ruido inesperado resonó en el pasillo exterior. Pasos seguros, pero no intrusivos, se acercaban a la gran puerta.

Dom sintió los pasos y se preguntó quién rondaba a esas horas en el exterior, entonces sintió un golpe suave en la entrada. Nadie abrió, ni los mozos de los hermanos, ni ellos mismos. Entonces bajó las escaleras y se dirigió al lugar, en la vanguardia de la puerta, la abrió lentamente, permitiendo que la luz de las antorchas iluminara el umbral. Y allí, de pie con una elegancia que solo los nobles poseen, estaba un hombre vestido en ropajes oscuros que hablaban de viajes y experiencia. Su cabello oscuro estaba salpicado de hebras de plata, una corona de sabiduría ganada a través de los años.

Un silencio abrumador llenó el espacio, interrumpido solo por el crepitar del fuego y la respiración contenida de los presentes. La mirada de Dom se encontró con la del recién llegado, y por un momento, como un eco lejano, una chispa de reconocimiento pareció encenderse en las profundidades de su mente.

― ¿Dom?

El susurro de sus palabras llenó la sala como un suspiro, y el asombro se dibujó en los rostros de Hannibal, Mía y Clarissa, que se habían reunido en la escalera detrás de Dom.

El silencio persistió por un momento más, cada uno tratando de comprender la magnitud de lo que acababan de escuchar. Dom, aunque confundido, sintió una extraña conexión con el recién llegado, como si sus almas hubieran cruzado caminos antes.




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