Guerra de Razas: Sangre Divina

LEYENDAS DE LAMANTI: CAPITULO 1

Para aquel ser, que con poder inconmensurable podía escuchar todo cuanto deseara del mundo que lo rodeaba, encontró un lugar, un bosque que estuvo lleno de vida, lleno de susurros, aleteos, risas juguetonas, lleno con tal vitalidad que cualquier bosque en la actualidad envidiaría, pero, estaba desolado. Se encontró en silencio, un silencio tal que creyó por un momento haber perdido la capacidad de sentir. Aquel bosque que antaño fue el más grande y hermoso que existió, el que acogió a criaturas más viejas que la vida misma de los dioses o vampiros estaba desolada.

Observó la escena y cada detalle observable le transmitía sentimientos indescriptibles, observó manteniendo sus ojos claros e hinchados tan vacíos que casi parecían reflejar el alma misma de aquel bosque sin vida. Apreció los árboles, antes tan gigantes y robustos que parecían tocar el umbral mismo del cielo, ahora no más que esqueletos retorcidos ante las nubes oscuras que cubrían con su manto aquel sol que nunca dejaba de brillar, el lugar del que provenían los árboles, antes raíces que parecían abrazar cálidamente la tierra misma en que tuvieron su cuna, ahora expuestas y enredadas entre sí eran como serpientes petrificadas sobre la maleza seca. Donde antes reinaba el canto de las aves, ahora solo se podía permitir escuchar el eco distante de un eco, un susurro tenue que apenas recordaba a la melodía que alguna vez llenó el aire.

Siguió inmóvil, paralizado y con la mente en blanco, en el fondo de su corazón esperaba; quería una señal, un giño que, aunque fuera fugaz le dijera que aún persistía en ese paraje desolado algún ápice de vida. Fue entonces, mientras sus pensamientos navegaban en medio de ese mar de desconcierto y melancolía que envolvía el lugar, que sus oídos captaron un sonido sutil, un susurro apenas perceptible en medio del silencio abrumador. Este sonido, al principio no pareció ser más que una ilusión, una burla del destino, pero él, aun con el cuerpo casi petrificado se giró en su dirección.

Allí, entre las sombras de los árboles muertos y retorcidos pudo ver una criatura. A primera vista parecía un felino, pero había algo más, su figura era diferente. Se acercó a paso lento, sus pies apenas hacían crujir las hojas del suelo. Un majestuoso animal, con un pelaje blanco largo y sedoso, se erguía con una gracia indescriptible en medio de la desolación. Sus ojos, profundos y azules como el océano en calma, se encontraron con los del ser. No dijo nada.

A medida que el ser observaba más de cerca, notó que el pelaje del felino blanco estaba adornado con intrincados patrones, como si la misma naturaleza hubiera tejido en él la historia de este bosque caído. Sus patas, fuertes y ágiles, dejaban huellas ligeras en la tierra seca y polvorienta. El felino avanzó hacia el ser también, su pelaje largo ondeando como un manto de pureza en medio de la decadencia circundante. La criatura se detuvo varios metros antes de llegar a él, y, con una mirada profunda, pareció comunicar su presencia como un guardián solitario de este bosque perdido. El ser, con sus ojos claros y tristes, notó algo más en la majestuosa criatura que se erguía ante él. A medida que sus miradas se encontraron, vio que el felino blanco estaba herido. Sus patas, tan fuertes y ágiles, dejaban huellas de sangre sobre la tierra seca y polvorienta, y su pelaje largo y blanco estaba manchado de un rojo casi brillante. Su corazón mostró un atisbo de preocupación y compasión al ver a la criatura en tal estado. Se acercó con cautela, extendiendo la mano con gesto tranquilo para no asustarlo. Los ojos azules del felino revelaron una mezcla de gratitud y dolor mientras aceptaba la cercanía del ser.

Un segundo bastó para que se desplomara exhausto, su estómago dejó a ver que había sido perforado por algún arma tantas veces que no se podían contar, su respiración se hizo tenue en cuanto llegó a su lado, se regocijó ante él, y casi como si temiera cometer algún tabú acercó su mano lentamente y la posó sobre el pelaje del cuello.

—Noble criatura del bosque, —dijo él. —tal parece que tu esplendor se apaga al igual que este bosque. Puedes hacer de este lugar tu descanso, en compañía de otro ser que esperará paciente tu muerte y te dará una digna sepultura, puedes dar comienzo a tu sueño eteno... o si lo deseas, puedo otorgarte el don de la vida una vez más.

—Vida... —Susurró la criatura sin gesto o articulación alguna.

—Como fuente de poder, este bosque no es más que una sombra inerte de lo que fue, te encuentras unido a él, tu vida se apaga al igual que su vida ¿Como podrías vivir si estás atado a tu hogar?

—La vida... me ofreces vida, pero... Qué sería de ella sin el lugar que amo. —sus palabras floraron en el aire, teñidas de un eco melancólico.

—¿Qué es la vida sin el lugar que amas? —repitió el ser, dejando que las palabras fluyeran en el silencio entre ellos, absorbidas por la quietud del entorno. —¿No es acaso la vida misma un ciclo constante, un sinsentido infinito de creación y destrucción, de unión y separación? —interrumpió el silencio.

La criatura, con una inclinación apenas perceptible de su cabeza majestuosa, pareció asentir en silencio.

—El hogar, el amor, la conexión con un lugar... son los hilos que tejen el tapiz de la existencia. Sin ellos, ¿qué significado tendría la vida? ¿Cómo podríamos encontrar nuestra esencia en un mundo sin los lazos que nos atan a lo que amamos?

La criatura emitió un sonido gutural, una especie de susurro lastimero que resonó en el ser como una melodía triste. Sus ojos, llenos de comprensión y aceptación, se posaron en el ser con una intensidad que traspasaba las palabras.




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