Guerra de Razas: Sangre Divina

CAPITULO 8: EL HOMBRE DE LA CUEVA

Alzó al cielo sus manos cansadas

entre el fulgor de la luz solar y las nubes,

el cantico del viento no dejó que caminara

su rostro envejecido soltaba muecas tristes,

la melancolía susurró en sus oídos sordos.

Grande fue el fulgor que vino a sus ojos ciegos

Pero nada vio,

Sintió el calor en su cuerpo,

De rodillas soportó el peso de sus años

Su morada perdida en el horizonte del tiempo.

Toda su vida fue un espectador

Nada más que una sombra,

Un reflejo en el agua o una briza danzante,

Solo era un hombre

Un trozo de polvo estelar apagándose en la penumbra,

Penumbra de un mundo que alguna vez fue suyo.

 

 

 

—Creí que no vendrías... —dijo Sylas sosteniendo un cuenco con agua entre sus manos, a punto de llevarlo a su boca. —y, sobre todo, no creí que vinieras en compañía de alguien más.

Mía pareció preocuparse por un momento, dando un giro rápido sobre sí misma y viendo que en la dirección por la que había venido, una sombra se acercaba junto al brillo de una antorcha. su sorpresa llegó en cuanto vio aquel ropaje exuberante, era su hermano que la había seguido hasta ese momento.

—¡Que sorpresa! —exclamó Hannibal. —Creí que como eras rastreadora ya sabías que venía detrás de ti.

—¡Hermano! ¿Qué haces aquí?

—No hay problema pequeña Mía, ya sabía que no vendrías sola. Es extraño ver a una mujer como tú viniendo sola por estos parajes, —Sylas acabó de beber el agua y suspiró antes de volver a hablar. —El mundo está lleno de peligros en estos días.

—Me hubiese sentido mejor de haberme pedido que te acompañara. —dijo el joven.

—Creí que tú y Dom tenían asuntos que atender con mi padre, es por eso que no les dije que vendría. —respondió Mía con un atisbo de preocupación en sus ojos.

—Encontramos un cadáver en la entrada de esta cueva, Dom se quedó inspeccionando en los alrededores.

—¿Cómo que un cadáver? ¿Humano? —Interrogó Sylas.

—Un cuerpo humano, estaba a solo unos metros de la entrada, no desprendía olor alguno, uno de sus ojos sostenía una mirada perdida, desenfocado totalmente del otro ojo, tenía una mueca de terror, se había desgarrado la mandíbula en lo que pareció un grito desesperado. Es por eso que me apresuré a venir con Mía.

—¿¡Cómo puedes estar tan relajado mientras vieron algo así!? —Dijo una exaltada Mía.

—Soy ajeno a la muerte de los humanos. —respondió Hannibal con un gesto de hombros.

—Eres una bestia, hermano. —dijo Mía mirándolo a los ojos.

—Estás equivocada Mía. —Interrumpió Sylas. —Tu hermano tiene razón, aunque a tu manera de pensar quizás esté en un error... Los vampiros son las criaturas más fuertes después de los Dioses, su poder está a la par con el poder de las bestias, si los comparamos con un humano... Digamos que simplemente no hay comparación entre razas. —Un nuevo trago de agua pareció mantener un silencio expectante de los jóvenes hacia él. —Lo que me lleva de vuelta a la historia —Agregó Sylas. —A no ser que quieras intentar seguir peleando con tu hermano.

—Continua... Por favor Sylas.

—Supongo que, por honor a las palabras pronunciadas por ti, en un intento despectivo de hacer sentir mal a tu hermano, te contaré la maravillosa majestuosidad que tienen las bestias. —Dijo dando un último sorbo a su bebida, carraspeo la garganta en un intento de aclararla. —Las bestias... a vista de las otras razas, degradados a tal punto en la historia que no se definen como otra cosa más que monstruos, totalmente salvajes a comparación de la refinada raza élfica o vampírica. y no vistos de otra manera que monstruos por los humanos, animales mencionados solo para asustar a los niños. ¿Son esas las bestias que imaginas en tu cabeza? ¿Mía?

—Yo no...

—Tienes razón, de cierto modo. —Interrumpió. —Pero no siempre fue así.

En un tiempo remoto, cuando el mundo aún no se había sumergido en las sombras de la discordia y la lucha por el poder, como ya sabes, las tierras del mundo conocido estaban divididas en regiones habitadas por diversas razas; humanos, vampiros, Lapins, elfos y enanos, formaban parte del continente de Terelis, y cada uno de ellos tenían sus civilizaciones, sus ciudades, poblados, capitales, todas ocupando un sector geográfico definidos... Pero las otras razas, dado su número gigantesco, desde el inicio de la vida, inclusive cuentan las leyendas que antes de la humanidad, ellos estaban esparcidos por el mundo conocido. Ellos eran las razas que hoy erróneamente llamamos bestias... Duendes, siempre manteniéndose cerca de los bosques; lobos, criaturas gigantes e indomables que habitaban las montañas rocosas; centauros, bestias que asemejaban caballos pero con ligeros toques humanoides, habitaban las grandes praderas del continente; sirenas y hombres pez, que habitaban las costas de los países; Grifos y dragones, grandes criaturas, que surcaban los cielos y resguardaban sus nidos en las montañas más altas; Ciclopes, criaturas de un solo ojo que se ocultaban bajo la tierra, en cavernas y cuevas oscuras por el fuerte sol que les quemaba la vista; los hombres serpiente, habitando los bosques pantanosos; Gárgolas, habitando las extensas ruinas de otras razas; hombres árbol, que como su nombre dice, no vivían en los bosques, ellos mismos formaban parte de él; criaturas de cristal o crisoles, criaturas que habitaban las cuevas más profundas irradiando su luz; hombres lobos, quienes se decía, estaban malditos por la luna, habitando lo más profundo de los bosques; Ninfas, quimeras, mantícoras, elementales, unicornios, espectros... Todos ellos y más, eran lo que llamamos bestias, todos con una visión propia del mundo tan real como ellos mismos.




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